Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
HISTORIA Y FICCIÓN
V. UNA BÚSQUEDA
INFRUCTUOSA: AMERICANISMO Y HEROICIDAD (1)
Larga es la ruta que nos
conduce desde el fin de los tiempos heroicos hasta la ruina del mito
civilizador de Europa. Larga y decepcionante, porque esos huérfanos de España
que son los héroes onettianos no lograron encontrar en la cultura europea el
modelo viril al que secretamente aspiraban. No es sorprendente entonces verlos
asomarse a su propia historia -la que comienza con la Independencia: la de una
América relegada hasta ahora a un segundo plano. Hay que precisar, sin embargo,
que el interés por la historia local no implica una visión homogénea ni
tranquilizadora. Muy por el contrario, la América representada en la obra de
Juan Carlos Onetti resulta contradictoria, cruel y tierna a la vez,
conformándose la visión de un mundo inquietante y grotesco, aunque conmovedor.
Una vez más, la carencia de la imagen de un padre digno de ese nombre, se
vuelve particularmente traumática. Tanto el pasado reciente como el presente de
la sociedad “rioplatense” sufren la ausencia de un modelo mítico capaz de darle
sentido a la vida. Porque América, a pesar de algunas apariencias engañosas, da
resueltamente la espalda a la heroicidad. Jamás continente alguno parece haber
sido tan profundamente ajeno a la grandeza épica. Porque a la primera ruptura,
al rechazo de los “gigantes” hispánicos, se agregará una segunda causa de
frustración: los “Padres de la Patria”, esos héroes tan rimbombantemente
celebrados por la historiografía nacional, encubren en realidad a pobres
personajes.
Alcanzaría con examinar
cuidadosamente el status concedido a Artigas en la obra de Juan Carlos Onetti
para entrever la enorme desvalorización de la cual son víctimas las glorias
nacionales. Señalemos antes que nada que el mero nombre de Artigas no aparece
aquí más que excepcionalmente mencionado, lo que no podría dejar de sorprender
en un escritor, cuyas novelas, sobre todo, implican siempre aunque sesgadamente
cierta reflexión sobre la historia del Río de la Plata. Esta extraña discreción
en torno al nombre del “gaucho fundador” es tanto más sensible cuanto que ya
desde principios del siglo se hace evidente en el Uruguay un renovado interés
por los orígenes de la nación. ¿No reclama Hugo Barbagelata (85) en 1914, la
necesidad de desenmascarar los embustes forjados por la historiografía
argentina acerca de la figura de José Gervasio Artigas? En una obra de gran
claridad, prologada significativamente por José Enrique Rodó, el historiador se
dedica, en efecto, a reconstruir la verdadera personalidad de su demasiado desconocido
compatriota, mientras Rodó afirma con vigor que “el amor por Artigas se
confunde con el mismo amor por la patria (86)”. De manera que el hecho de que
una de las grandes figuras en la lucha contra el poder español aparezca
raramente nombrada en las ficciones onettianas no puede ser atribuido al azar,
sino que revela la existencia de una estrategia novelesca global -perfectamente
comprobable a lo largo de la lectura- fundada sobre la burla.
Sin embargo, el símbolo
de la liberación del Uruguay no está totalmente ausente. La presencia de la
imponente estatua ecuestre de Brausen, dominando la plaza de Santa María, nos
recuerda el precursor de la Independencia. Sería imposible no reconocer, en
efecto, bajo los rasgos de este personaje de bronce, al “gaucho fundador” de la
Banda Oriental:
Cuando se inauguró el
monumento discutimos durante meses, en el Plaza, en el Club, en sitios públicos
más modestos, en las sobremesas y en las columnas de El Liberal, la vestimenta
impuesta por el artista el héroe “casi epónimo”, según dijo en su discurso el
gobernador.
Esta frase debe haber sido
sopesada cuidadosamente: no sugería en forma clara el rebautizo de Santa María
y daba a entender que las autoridades provinciales podrían ser aliadas de un
movimiento revisionista en aquel sentido. Fueron discutidos, el poncho, por
norteño; las botas, por españolas; la chaqueta, por militar; además, el perfil
del prócer, por semita; su cabeza vista de frente, por cruel, sardónica, y
ojijunta; la inclinación del cuerpo, por maturranga; el caballo, por árabe y
entero.
Y finalmente, se calificó
de antihistórico y absurdo el emplazamiento de la estatua, que obligaba al
Fundador a un eterno galope hacia el sur, a un regreso como arrepentido hacia
la planicie remota que había abandonado para darnos nombre y futuro. (87)
La evocación veloz,
aunque cruel en su minuciosidad, de ciertas características escandalosamente
antinacionales del Fundador ya presagian el descrédito que recaerá, al final
del pasaje, sobre su lucha política: tanto las botas, curiosamente españolas,
como el poncho norteño utilizados por este implacable enemigo del poder colonial,
no auguran nada auténtico. Y la vulgaridad que crispa la expresión del gran
hombre tampoco. Pero la aberración más resaltante se localiza en la orientación
absurda y hasta provocativa de esta estatua de Brausen-Artigas que cabalga
hacia el Sur. Porque no fue hacia el sur sino hacia el norte del Uruguay actual
donde Artigas se replegó, seguido por tres mil soldados y catorce mil civiles,
para reorganizar sus fuerzas. El famoso “Éxodo del pueblo oriental” que Hugo
Barbagelata, por ejemplo, evoca con tanta emoción, aparece aquí deliberadamente
ridiculizado por Juan Carlos Onetti. Además, el coraje, la abnegación y la
audacia del pensamiento político (87 bis) de Artigas son cuestionadas
maliciosamente a través de la desagradable alusión al abandono que hiciera de
su patria. Recordemos que Artigas murió, en efecto, en el Paraguay, después de
una lucha incesante y un largo exilio.
Pero la desoxidación a la
que son sometidas las glorias nacionales no es patrimonio de una sola novela,
sino que constituye una de las constantes más significativas en la obra de Juan
Carlos Onetti. Alcanzaría con extraer algunos ejemplos de textos de diferentes
épocas para comprobarlo. Es en 1939, con la publicación de El pozo,
cuando comienza a manifestarse ese espíritu criticón que caracterizará en lo
sucesivo a toda la producción onettiana. La actitud desdeñosa de Eladio
Linacero frente al festejo público de una Fecha Patria constituye un ejemplo particularmente
ilustrativo. Para este cuarentón de extracción media, desengañado y amargado que
ya no cree ni el en el “Uruguay Batllista” ni en la “Suiza de América del Sur”,
la historia nacional sólo puede ser percibida como una larga farsa:
Me aparté enseguida y
volví a estar solo. Es por eso que Lázaro me dice fracasado. Puede ser que
tenga razón; se me importa un corno, por otra parte. Fuera de todo esto, que no
cuenta para nada, ¿qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar. (…)
Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos (88)
Notas
(85) Hugo Barbagelata, Artigas y la revolución
americana, Ediciones Excelsior, Paris, 1930.
(86) Ibíd., p. 8.
(87) El astillero, Santa María V, p. 161.
(87 bis) Cf. al respecto Alberto Zum Felde, Evolución
histórica del Uruguay, Montevideo, Ed. Maximino García, 1945, Cap. II, pp.
39-69.
(88) El pozo, p. 42.
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