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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (43) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

 1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

V. UNA BÚSQUEDA INFRUCTUOSA: AMERICANISMO Y HEROICIDAD (1)

 

Larga es la ruta que nos conduce desde el fin de los tiempos heroicos hasta la ruina del mito civilizador de Europa. Larga y decepcionante, porque esos huérfanos de España que son los héroes onettianos no lograron encontrar en la cultura europea el modelo viril al que secretamente aspiraban. No es sorprendente entonces verlos asomarse a su propia historia -la que comienza con la Independencia: la de una América relegada hasta ahora a un segundo plano. Hay que precisar, sin embargo, que el interés por la historia local no implica una visión homogénea ni tranquilizadora. Muy por el contrario, la América representada en la obra de Juan Carlos Onetti resulta contradictoria, cruel y tierna a la vez, conformándose la visión de un mundo inquietante y grotesco, aunque conmovedor. Una vez más, la carencia de la imagen de un padre digno de ese nombre, se vuelve particularmente traumática. Tanto el pasado reciente como el presente de la sociedad “rioplatense” sufren la ausencia de un modelo mítico capaz de darle sentido a la vida. Porque América, a pesar de algunas apariencias engañosas, da resueltamente la espalda a la heroicidad. Jamás continente alguno parece haber sido tan profundamente ajeno a la grandeza épica. Porque a la primera ruptura, al rechazo de los “gigantes” hispánicos, se agregará una segunda causa de frustración: los “Padres de la Patria”, esos héroes tan rimbombantemente celebrados por la historiografía nacional, encubren en realidad a pobres personajes.

 

Alcanzaría con examinar cuidadosamente el status concedido a Artigas en la obra de Juan Carlos Onetti para entrever la enorme desvalorización de la cual son víctimas las glorias nacionales. Señalemos antes que nada que el mero nombre de Artigas no aparece aquí más que excepcionalmente mencionado, lo que no podría dejar de sorprender en un escritor, cuyas novelas, sobre todo, implican siempre aunque sesgadamente cierta reflexión sobre la historia del Río de la Plata. Esta extraña discreción en torno al nombre del “gaucho fundador” es tanto más sensible cuanto que ya desde principios del siglo se hace evidente en el Uruguay un renovado interés por los orígenes de la nación. ¿No reclama Hugo Barbagelata (85) en 1914, la necesidad de desenmascarar los embustes forjados por la historiografía argentina acerca de la figura de José Gervasio Artigas? En una obra de gran claridad, prologada significativamente por José Enrique Rodó, el historiador se dedica, en efecto, a reconstruir la verdadera personalidad de su demasiado desconocido compatriota, mientras Rodó afirma con vigor que “el amor por Artigas se confunde con el mismo amor por la patria (86)”. De manera que el hecho de que una de las grandes figuras en la lucha contra el poder español aparezca raramente nombrada en las ficciones onettianas no puede ser atribuido al azar, sino que revela la existencia de una estrategia novelesca global -perfectamente comprobable a lo largo de la lectura- fundada sobre la burla.

 

Sin embargo, el símbolo de la liberación del Uruguay no está totalmente ausente. La presencia de la imponente estatua ecuestre de Brausen, dominando la plaza de Santa María, nos recuerda el precursor de la Independencia. Sería imposible no reconocer, en efecto, bajo los rasgos de este personaje de bronce, al “gaucho fundador” de la Banda Oriental:

 

Cuando se inauguró el monumento discutimos durante meses, en el Plaza, en el Club, en sitios públicos más modestos, en las sobremesas y en las columnas de El Liberal, la vestimenta impuesta por el artista el héroe “casi epónimo”, según dijo en su discurso el gobernador.

Esta frase debe haber sido sopesada cuidadosamente: no sugería en forma clara el rebautizo de Santa María y daba a entender que las autoridades provinciales podrían ser aliadas de un movimiento revisionista en aquel sentido. Fueron discutidos, el poncho, por norteño; las botas, por españolas; la chaqueta, por militar; además, el perfil del prócer, por semita; su cabeza vista de frente, por cruel, sardónica, y ojijunta; la inclinación del cuerpo, por maturranga; el caballo, por árabe y entero.

Y finalmente, se calificó de antihistórico y absurdo el emplazamiento de la estatua, que obligaba al Fundador a un eterno galope hacia el sur, a un regreso como arrepentido hacia la planicie remota que había abandonado para darnos nombre y futuro. (87)

 

La evocación veloz, aunque cruel en su minuciosidad, de ciertas características escandalosamente antinacionales del Fundador ya presagian el descrédito que recaerá, al final del pasaje, sobre su lucha política: tanto las botas, curiosamente españolas, como el poncho norteño utilizados por este implacable enemigo del poder colonial, no auguran nada auténtico. Y la vulgaridad que crispa la expresión del gran hombre tampoco. Pero la aberración más resaltante se localiza en la orientación absurda y hasta provocativa de esta estatua de Brausen-Artigas que cabalga hacia el Sur. Porque no fue hacia el sur sino hacia el norte del Uruguay actual donde Artigas se replegó, seguido por tres mil soldados y catorce mil civiles, para reorganizar sus fuerzas. El famoso “Éxodo del pueblo oriental” que Hugo Barbagelata, por ejemplo, evoca con tanta emoción, aparece aquí deliberadamente ridiculizado por Juan Carlos Onetti. Además, el coraje, la abnegación y la audacia del pensamiento político (87 bis) de Artigas son cuestionadas maliciosamente a través de la desagradable alusión al abandono que hiciera de su patria. Recordemos que Artigas murió, en efecto, en el Paraguay, después de una lucha incesante y un largo exilio.

 

Pero la desoxidación a la que son sometidas las glorias nacionales no es patrimonio de una sola novela, sino que constituye una de las constantes más significativas en la obra de Juan Carlos Onetti. Alcanzaría con extraer algunos ejemplos de textos de diferentes épocas para comprobarlo. Es en 1939, con la publicación de El pozo, cuando comienza a manifestarse ese espíritu criticón que caracterizará en lo sucesivo a toda la producción onettiana. La actitud desdeñosa de Eladio Linacero frente al festejo público de una Fecha Patria constituye un ejemplo particularmente ilustrativo. Para este cuarentón de extracción media, desengañado y amargado que ya no cree ni el en el “Uruguay Batllista” ni en la “Suiza de América del Sur”, la historia nacional sólo puede ser percibida como una larga farsa:

 

Me aparté enseguida y volví a estar solo. Es por eso que Lázaro me dice fracasado. Puede ser que tenga razón; se me importa un corno, por otra parte. Fuera de todo esto, que no cuenta para nada, ¿qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar. (…) Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos (88)

 

Notas 

(85) Hugo Barbagelata, Artigas y la revolución americana, Ediciones Excelsior, Paris, 1930.

(86) Ibíd., p. 8.

(87) El astillero, Santa María V, p. 161.

(87 bis) Cf. al respecto Alberto Zum Felde, Evolución histórica del Uruguay, Montevideo, Ed. Maximino García, 1945, Cap. II, pp. 39-69.

(88) El pozo, p. 42.

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