viernes

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (40)

 

 Viaje al cosmos del alma (9)

 

La experiencia de LSD de un pintor (3)

 

Por fin amaneció. Con gran alivio comprobé que penetraba la luz a través de las persianas. Ahora podía dejar a Eva librada a sí misma; se había tranquilizado. Agotada cerró los ojos y se durmió. Conmocionado y con una profunda tristeza, yo seguía sentado en el borde de la cama. Había perdido mi orgullo y mi altivez; de mí quedaba un puñado de miseria. Me miré en el espejo y me asusté: había envejecido diez años esa noche. Deprimido fijé mi vista en la luz del velador con su fea pantalla de hilos de plástico. De pronto la luz pareció adquirir mayor intensidad, y en los hilos de plástico todo comenzó a brillar y centellear; relumbraba como diamantes y piedras preciosas en todos los colores, y dentro de mí surgió un sentimiento avasallador de felicidad. Súbitamente desaparecieron la lámpara, la habitación y Eva, y me encontraba en un paisaje maravilloso, fantástico. Se lo podía comparar con el interior de una gigantesca nave de iglesia gótica, con infinitas columnas y arcos ojivales. Pero estos no eran de piedra, sino de cristal. Columnas de cristal azuladas, amarillentas, lechosas y transparentes me rodeaban como árboles en un bosque ralo. Sus puntas y arcos se perdían en las alturas. Una luz clara apareció delante de mi ojo interno y desde la luz me habló una voz maravillosa y suave. No la oía con mi oído externo, sino que la percibía como pensamientos claros que surgen dentro de uno mismo.

 

Reconocí que en los horrores de la noche pasado había vivido mi propio estado: la egolatría. Mi egoísmo me había separado de los hombres y llevado a la soledad interior. Me había amado sólo a mí mismo, no al prójimo, sino al goce que podía proporcionarme. El mundo había existido únicamente para satisfacer mis ambiciones. Me había vuelto duro, frío y cínico. Eso, pues, había significado el infierno: egolatría y falta de amor. Por eso todo me había parecido extraño y ajeno, tan burlón y amenazador. Deshaciéndome en lágrimas me enseñaron que el verdadero amor significa la renuncia al egocentrismo, y que no es el deseo, sino el amor desinteresado el que construye el puente al corazón del prójimo. Ondas de un indecible sentimiento de felicidad inundaron mi cuerpo. Había experimentado la gracia de Dios. Pero ¿cómo era posible que resplandecía sobre mí justamente desde esta pantalla barata? -La voz interior contestó: Dios está en todo.

 

La experiencia a orillas del lago me ha dado la certeza de que fuera del perecedero mundo material existe una realidad espiritual eterna, que es nuestra verdadera patria. Ahora estoy en el camino del retorno.

 

Para Eva todo había sido una pesadilla. Nos separamos poco tiempo después.

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