AKROPOLIS: TRATAMIENTO DEL TEXTO (1)
LUDWIK
FLASZEN
(*)
Este texto del crítico literario del Laboratorio Teatral ha sido publicado en Pamietnik
Teatralny (Varsovia, 3, 1964), en Alla Ricerca del Teatro Perduto (Marsilio
Editori, Padua, 1965) y en la Tulane Drama Review (Nueva Orléans, t. 27,
1965).
Akropolis
fue
producida por Jerzy Grotowski; su colaborador principal en esta producción fue
el conocido escenógrafo polaco Josef Szajna, que también diseñó los trajes y la
utilería. La arquitectura escénica fue de Jerzy Gurawaki. Principales personajes:
Jacob, el arpista, director de la tribu que muere: Zygmunt Molik; Rebecca
Casandra: Rena Mirecka; Isaac: Antonio Jaholkowski; Angel Pris: Zbigniew
Cynkutis, o Mieczislaw Janowski; Esaú: Ryszard Cieslak.
El drama de Wyspianski ha
sido modificado en ciertas partes para ajustarlo a los propósitos del director.
Las interpolaciones y cambios en el texto original no traicionan, sin embargo,
el estilo del poeta. El balance del texto se altera en cierta forma por la
repetición obsesiva y deliberada de algunas frases como “nuestra Acrópolis” o “el
cementerio de las tribus”. Esta libertad se justifica porque dichas frases son
los motivos en torno a los cuales la obra se plantea. El prólogo es un extracto
de una de las cartas de Wyspianski en relación con la “Acrópolis” como el
símbolo de la cima más alta a la que puede llegar cualquier civilización específica.
De todas las obras que
Grotowski ha dirigido, Akropolis es la menos fiel a su original
literario. El estilo poético es la única cosa que pertenece al autor. La obra
ha sido transformada según las condiciones del escenario, totalmente diferente
de las que planeó el poeta. Es una especie de contrapunto que se enriquece con
asociaciones de ideas que ponen de relieve como resultado secundario de la
empresa un concepto específico de la técnica: la carne verbal de la obra ha
sido trasplantada e injertada en las vísceras de una escenografía totalmente
ajena. El trasplante tuvo que hacerse con tal habilidad que las palabras
pudiesen surgir espontáneamente de las circunstancias que el teatro les impone.
La acción de la obra se
desarrolla den la catedral de Cracovia. En la noche de la Resurrección, las
estatuas y los personajes de las tapicerías reviven escenas del Antiguo
Testamento y de la Antigüedad, raíces esenciales de la tradición europea.
El autor concibe su obra
como una vista panorámica de la cultura mediterránea cuyas corrientes
principales se representan en estas Acrópolis polaca. En esta idea del “Cementerio
de las tribus”, para citar a Wyspianski, el concepto del director y el del
poeta coinciden, ambos desean representar la suma total de una civilización y
probar sus valores en la piedra de toque de la experiencia contemporánea. Para
Grotowski la palabra contemporáneo indica la segunda parte del siglo XX. Por
tanto su experiencia es infinitamente mucho más cruel que la de Wyspianski y
los valores centenarios de la cultura europea están enfrentados a una prueba
mucho más severa. Su punto de conversión ya no es el pacífico atrio de la vieja
catedral donde el poeta soñaba y meditaba en soledad sobre la historia del
mundo. Estos valores chocan en la ruidosa confusión políglota de un mundo
limítrofe, en el que nuestro siglo los ha proyectado, en un campo de exterminio.
Los personajes vuelven a actuar los grandes momentos de nuestra historia
cultural; pero no reviven a las figuras inmortalizadas en los monumentos del
pasado, sino los humos y las emanaciones que proviene de Auschwitz.
Es realmente un “Cementerio
de las tribus”, pero no el mismo por el que vagabundeaba y soñaba el viejo
poeta polaco; es realmente un cementerio completo, perfecto, paradójico, algo
que transforma las más violentas figuras poéticas en realidad. “Nuestra
Acrópolis”, ciega de esperanza, no verá la Resurrección del Cristo-Apolo, este
ha sido abandonado en los misteriosos linderos de la experiencia colectiva. El
drama formula una cuestión: ¿qué le sucede a la naturaleza humana cuando se
enfrenta a la violencia total? La lucha de Jacob con el Ángel y la labor
inhumana de los asilados, el dueto de amor de Paris y de Helena y los gritos
ominosos de los prisioneros, la Resurrección de Cristo y los hornos: una
civilización de contraste y corrupción.
Atrapada en sus raíces,
esta imagen de la raza humana produce el terror y la piedad. La tragicomedia de
los valores corrompidos sustituye a la apoteosis luminosa con que concluye el
drama histórico-filosófico del viejo poeta. El director ha mostrado que el
sufrimiento es a la vez horrible y feo. La humanidad se ha reducido a sus
reflejos animales más elementales. En lacrimosa intimidad el asesino y la
víctima aparecen como gemelos.
Todos los puntos luminosos se opacan deliberadamente en la representación escénica. La última visión de esperanza se aplasta con ironía blasfema. La obra tal y como se representa puede ser interpretada como un llamado a la memoria ética del espectador, a su inconsciente moral. ¿Qué sería de él si se viera sometido a esa prueba suprema? ¿Se convertiría en una cáscara humana vacía? ¿Se volvería la víctima de esos mitos colectivos, creados para mutua consolación?
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