miércoles

HACIA UN TEATRO POBRE (25) - JERZY GROTOWSKI

  

 AKROPOLIS: TRATAMIENTO DEL TEXTO (1)

 

LUDWIK FLASZEN

 

(*) Este texto del crítico literario del Laboratorio Teatral ha sido publicado en Pamietnik Teatralny (Varsovia, 3, 1964), en Alla Ricerca del Teatro Perduto (Marsilio Editori, Padua, 1965) y en la Tulane Drama Review (Nueva Orléans, t. 27, 1965).

Akropolis fue producida por Jerzy Grotowski; su colaborador principal en esta producción fue el conocido escenógrafo polaco Josef Szajna, que también diseñó los trajes y la utilería. La arquitectura escénica fue de Jerzy Gurawaki. Principales personajes: Jacob, el arpista, director de la tribu que muere: Zygmunt Molik; Rebecca Casandra: Rena Mirecka; Isaac: Antonio Jaholkowski; Angel Pris: Zbigniew Cynkutis, o Mieczislaw Janowski; Esaú: Ryszard Cieslak.

 

El drama de Wyspianski ha sido modificado en ciertas partes para ajustarlo a los propósitos del director. Las interpolaciones y cambios en el texto original no traicionan, sin embargo, el estilo del poeta. El balance del texto se altera en cierta forma por la repetición obsesiva y deliberada de algunas frases como “nuestra Acrópolis” o “el cementerio de las tribus”. Esta libertad se justifica porque dichas frases son los motivos en torno a los cuales la obra se plantea. El prólogo es un extracto de una de las cartas de Wyspianski en relación con la “Acrópolis” como el símbolo de la cima más alta a la que puede llegar cualquier civilización específica.

 

De todas las obras que Grotowski ha dirigido, Akropolis es la menos fiel a su original literario. El estilo poético es la única cosa que pertenece al autor. La obra ha sido transformada según las condiciones del escenario, totalmente diferente de las que planeó el poeta. Es una especie de contrapunto que se enriquece con asociaciones de ideas que ponen de relieve como resultado secundario de la empresa un concepto específico de la técnica: la carne verbal de la obra ha sido trasplantada e injertada en las vísceras de una escenografía totalmente ajena. El trasplante tuvo que hacerse con tal habilidad que las palabras pudiesen surgir espontáneamente de las circunstancias que el teatro les impone.

 

La acción de la obra se desarrolla den la catedral de Cracovia. En la noche de la Resurrección, las estatuas y los personajes de las tapicerías reviven escenas del Antiguo Testamento y de la Antigüedad, raíces esenciales de la tradición europea.

 

El autor concibe su obra como una vista panorámica de la cultura mediterránea cuyas corrientes principales se representan en estas Acrópolis polaca. En esta idea del “Cementerio de las tribus”, para citar a Wyspianski, el concepto del director y el del poeta coinciden, ambos desean representar la suma total de una civilización y probar sus valores en la piedra de toque de la experiencia contemporánea. Para Grotowski la palabra contemporáneo indica la segunda parte del siglo XX. Por tanto su experiencia es infinitamente mucho más cruel que la de Wyspianski y los valores centenarios de la cultura europea están enfrentados a una prueba mucho más severa. Su punto de conversión ya no es el pacífico atrio de la vieja catedral donde el poeta soñaba y meditaba en soledad sobre la historia del mundo. Estos valores chocan en la ruidosa confusión políglota de un mundo limítrofe, en el que nuestro siglo los ha proyectado, en un campo de exterminio. Los personajes vuelven a actuar los grandes momentos de nuestra historia cultural; pero no reviven a las figuras inmortalizadas en los monumentos del pasado, sino los humos y las emanaciones que proviene de Auschwitz.

 

Es realmente un “Cementerio de las tribus”, pero no el mismo por el que vagabundeaba y soñaba el viejo poeta polaco; es realmente un cementerio completo, perfecto, paradójico, algo que transforma las más violentas figuras poéticas en realidad. “Nuestra Acrópolis”, ciega de esperanza, no verá la Resurrección del Cristo-Apolo, este ha sido abandonado en los misteriosos linderos de la experiencia colectiva. El drama formula una cuestión: ¿qué le sucede a la naturaleza humana cuando se enfrenta a la violencia total? La lucha de Jacob con el Ángel y la labor inhumana de los asilados, el dueto de amor de Paris y de Helena y los gritos ominosos de los prisioneros, la Resurrección de Cristo y los hornos: una civilización de contraste y corrupción.

 

Atrapada en sus raíces, esta imagen de la raza humana produce el terror y la piedad. La tragicomedia de los valores corrompidos sustituye a la apoteosis luminosa con que concluye el drama histórico-filosófico del viejo poeta. El director ha mostrado que el sufrimiento es a la vez horrible y feo. La humanidad se ha reducido a sus reflejos animales más elementales. En lacrimosa intimidad el asesino y la víctima aparecen como gemelos.

 

Todos los puntos luminosos se opacan deliberadamente en la representación escénica. La última visión de esperanza se aplasta con ironía blasfema. La obra tal y como se representa puede ser interpretada como un llamado a la memoria ética del espectador, a su inconsciente moral. ¿Qué sería de él si se viera sometido a esa prueba suprema? ¿Se convertiría en una cáscara humana vacía? ¿Se volvería la víctima de esos mitos colectivos, creados para mutua consolación?

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