miércoles

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (38)

 

 Viaje al cosmos del alma (7)

 

La experiencia de LSD de un pintor (1)

 

A un tipo de experiencias de LSD totalmente distintas pertenecen las experiencias que se describen en el siguiente informe perteneciente a un pintor. Vino a verme porque quería saber cómo había que asumir e interpretar lo vivido bajo los efectos del LSD. Temía que la profunda mudanza que se había dado en su vida a consecuencia de un experimento con LSD pudiera basarse en una mera ilusión. Mi explicación de que, en tanto agente bioquímico, el LSD sólo había desencadenado, pero no creado, sus visiones, y que estas provenían de su fuero interno, le dio confianza en el sentido de su transformación.

 

“…Viajé, pues, con Eva a un solitario valle de montaña. Allí arriba, en la naturaleza, debe de ser hermoso estar con Eva. Ella era joven y atractiva. Veinte años mayor que ella, me encontraba en el medio de mi vida. Pese a experiencias penosas que había hecho hasta ese momento a consecuencia de escapadas eróticas, pese al dolor y las decepciones que había inferido a los que me habían querido y creído en mí, me sentía atraído con una fuerza irresistible a esta aventura, a Eva, a su juventud. Estaba a merced de esta muchacha. Nuestra relación sólo comenzaba, pero sentía esos poderes seductores con más fuerza que en cualquier otra situación anterior. Sabía que no podría resistir mucho tiempo más. Por segunda vez en mi vida estaba dispuesto a abandonar a mi familia, renunciar a mi empleo y quemar todas las naves. Quería entregarme con desenfreno a esta embriaguez voluptuosa con Eva. Ella era la vida, la juventud. Una vez más, me decía una voz interior, una vez más beber la copa del goce y de la vida hasta la última gota, hasta la muerte y la destrucción. Y que después me llevara el diablo. Esos eran para mí tan sólo inventos humanos utilizados por una minoría atea y sin escrúpulos para sojuzgar y explotar a una mayoría creyente e ingenua. No quería tener nada que ver con esa moral social mendaz. Quería gozar, gozar sin consideraciones –et après nous le déluge (*). “Qué me importa mi mujer, qué me importa mi hijo- déjalos mendigar, si tienen hambre” (N. del T.: dos versos de un popular poema de Heinrich Heine). También la institución matrimonial me parecía una mentira social. El matrimonio de mis padres y los de mis conocidos parecían confirmarlo de sobra. Seguían juntos porque era más cómodo; se habían acostumbrado a la idea, y: “si no fuera por los niños…”. Bajo la cobertura de un buen matrimonio la gente se torturaba anímicamente hasta tener exantemas y úlceras, o cada cual seguía su propio camino. La idea de poder amar durante toda una vida a una sola mujer hacía revolverse todo dentro de mí. Me parecía directamente repugnante y antinatural. Ese era mi estado de ánimo aquella tarde funesta de verano a orillas del lago.

 

A las siete de la tarde ambos tomamos una dosis bastante fuerte de LSD, alrededor de 0,1 miligramos. Luego paseamos por la orilla del lago y nos sentamos a descansar. Tiramos piedras al agua y observamos las ondas que se formaban. Comenzamos a notar una leve intranquilidad. Hacia las ocho fuimos al restaurante y pedimos té y sandwiches. Había allí algunos comensales que se contaban chistes y se reían en alta voz. Nos guiñaban los ojos, que tenían un brillo extraño. Nos sentimos ajenos y lejanos y teníamos la impresión de que se nos notaría algo. Afuera estaba oscureciendo lentamente. Sin muchas ganas decidimos ir a nuestra habitación en el hotel. Una calle no iluminada llevaba a lo largo del negro lago hasta la alejada hospedería. Cuando abrí la luz, la escalera de granito por la que se iba de la calle hasta la casa parecía lanzar un destello con cada paso que dábamos. Eva se estremeció asustada. “Diabólico”, se me cruzó por la cabeza, y de pronto el susto se apoderó de mí, y yo sabía: la cosa acaba mal. A lo lejos, en el pueblo, un reloj daba las nueve.

 

Apenas llegados a nuestro cuarto, Eva se tiró en la cama y me miró con los ojos desorbitados. Hacer el amor, ni pensarlo. Me senté en el borde de la cama y sostuve con mis manos las de Eva. Luego llegó el espanto: nos abismamos en un horror indescriptible que no entendíamos ninguno de los dos.

 

Mírame a los ojos, mírame, la conjuraba a Eva, pero una y otra vez su mirada me era arrebatada; luego ella gritó aterrorizada y tembló con todo su cuerpo. No había salida. Afuera ahora era noche cerrada y el lago profundo, negro. En la hospedería se habían apagado todas las luces: la gente debía haberse ido a dormir. Qué nos habrían dicho. Tal vez habrían avisado a la policía, y entonces todo iba a ser peor. Un escándalo por drogas… pensamientos insoportablemente atormentadores.”


(*) Después de mí el diluvio (en francés en el original).

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