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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (41) - MARYSE RENAUD

  

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola     

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

IV. EL FIN DE LOS TIEMPOS HEROICOS (4)

 

Esta atracción ejercida por Europa aparece también en Esbjerg, en la costa, donde la mujer de Montes no logra adaptarse a la vida de Buenos Aires y persigue nostálgicamente el sueño de un imposible retorno al país natal, sostenido por la recurrencia de imágenes estereotipadas y de gran ingenuidad:

 

Seguía diciendo que no le pasaba nada, y el imbécil de Montes imaginaba una cosa y otra sin acertar ninguna. Después empezaron a llegar cartas de Dinamarca: él no entendía una palabra y ella le explicó que había escrito a unos parientes lejanos y ahora llegaban las respuestas, aunque las noticias no eran muy buenas. Él dijo en broma que ella quería irse, y Kirsten lo negó. Y aquella noche o en otra muy próxima le tocó el hombro cuando él empezaba a dormirse y estuvo insistiendo en que no quería irse; él se puso a fumar y le dio la razón en todo mientras ella hablaba, como si estuviese diciendo palabras de memoria, de Dinamarca, la bandera con una cruz y un camino en el monte por donde se iba a la iglesia. Todo y de esta manera para convencerlo de que era enteramente feliz con América y con él, hasta que Montes se durmió en paz (79).

 

Más tristemente aun, el prestigio declinante del Viejo Mundo se expresa a través de una serie de mujeres enigmáticas, radicadas en América o simplemente de paso. Ya se trate de la Alemania de El posible Baldi, la mujer “de pelo amarillo” de Tierra de nadie, de Molly, amante de Quinteros en La casa en la arena, o de Frieda, personaje original del ciclo de Santa María, todas ellas tendrán en común, además de su pertenencia a una Europa occidental que excluye -conviene subrayarlo- el área mediterránea, una misteriosa liviandad que las hace sobrevolar la vulgar espesura de la vida cotidiana. Ninguna de estas criaturas inasibles, extrañas y descentradas provocará, sin embargo, una admiración ardiente o una real simpatía.

 

El proceso de erosión de la imagen ofrecida por Europa no se detiene aquí, y cuando son los hombres los que aparecen asociados casualmente a su evocación, esta adquiere generalmente una tonalidad menor o grotesca. Sólo el viejo Petrus, visceralmente aferrado a su tierra natal hasta el punto de querer sepultar a su mujer en la patria lejana, se proclama defensor de una Europa cuyos inigualados adelantos científicos se obstina en alabar ridículamente. Y para disimular frente a la población de Santa María las taras de su hija, pagará generosamente los servicios de médicos europeos que le extenderán en cambio numerosos certificados complacientes y nulos:

 

La hija, doctor, es perfectamente normal. Podría mostrarle diagnósticos que firman los primeros médicos de Europa. Profesores.

-No es necesario -dijo Díaz Grey, apartándose suavemente de la mano en su brazo. Vine a examinarla por ese pequeño accidente. Y ese pequeño accidente nada tiene de anormal.

-Así es -asintió Petrus-. Normal, perfectamente normal, para usted, doctor y para toda la ciudad. Para todo el mundo (80)

 

En otros casos, el representante de Europa es apenas más atrayente; porque, si el ex-campeón de Jacob y el otro emociona al lector por la entereza con que afronta el inaccesible desafío del joven “turco”, y si su honda humanidad lo transforma sin duda en uno de los personajes más entrañables de Juan Carlos Onetti, no será menos penoso encontrarlo hecho un andrajo en la intimidad de su pieza de hotel de Santa María, simbolizando a una Europa debilitada, antaño tan fascinante:

 

“Ahora”, pensó Orsini. Le puso en una mano la botella y empezó a golpearlo con la cadera en el muslo para guiarlo hacia la cama.

-Unos meses, unas semanas -dijo Orsini-. Nada más. Después vendrán todos, estaremos con todos. Iremos nosotros allá.

Despatarrado en la cama, el gigante bebía de la botella y resoplaba sacudiendo la cabeza. Orsini encendió el velador y apagó la luz del techo. Sentado otra vez junto a la mesa, se compuso la voz y cantó suavemente:

Vor der Kaserne

Vor dem grossen Tor

stebt eine Laterne.

Und stebt sie noch davor

wenn wir uns einmal widerseben,

bei der Laterne wollen wir steben

wie einst, Lili Marlen

wie einst, Lili Marlene.

Dijo la cancion una vez y media, hasta que Van Oppen puso la botella en el suelo y empezó a llorar. Entonces Orsini (…), (como) en las noches de gloria, bajó la escalera del Berna, secándose la frente con el pañuelo impoluto.

 

Notas 

(79) Esbjerg, en la costa, en Tiempo de abrazar, pp. 90-91.

(80) El astillero, Santa María IV, p. 117.

(81) Jacob y el otro, en Cuentos completos, p. 133.

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