1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración
con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
HISTORIA
Y FICCIÓN
IV.
EL FIN DE LOS TIEMPOS HEROICOS (4)
Esta atracción ejercida
por Europa aparece también en Esbjerg, en la costa, donde la mujer de
Montes no logra adaptarse a la vida de Buenos Aires y persigue nostálgicamente
el sueño de un imposible retorno al país natal, sostenido por la recurrencia de
imágenes estereotipadas y de gran ingenuidad:
Seguía diciendo que no le
pasaba nada, y el imbécil de Montes imaginaba una cosa y otra sin acertar
ninguna. Después empezaron a llegar cartas de Dinamarca: él no entendía una
palabra y ella le explicó que había escrito a unos parientes lejanos y ahora
llegaban las respuestas, aunque las noticias no eran muy buenas. Él dijo en
broma que ella quería irse, y Kirsten lo negó. Y aquella noche o en otra muy
próxima le tocó el hombro cuando él empezaba a dormirse y estuvo insistiendo en
que no quería irse; él se puso a fumar y le dio la razón en todo mientras ella
hablaba, como si estuviese diciendo palabras de memoria, de Dinamarca, la bandera
con una cruz y un camino en el monte por donde se iba a la iglesia. Todo y de
esta manera para convencerlo de que era enteramente feliz con América y con él,
hasta que Montes se durmió en paz (79).
Más tristemente aun, el
prestigio declinante del Viejo Mundo se expresa a través de una serie de
mujeres enigmáticas, radicadas en América o simplemente de paso. Ya se trate de
la Alemania de El posible Baldi, la mujer “de pelo amarillo” de Tierra
de nadie, de Molly, amante de Quinteros en La casa en la arena, o de
Frieda, personaje original del ciclo de Santa María, todas ellas tendrán en común,
además de su pertenencia a una Europa occidental que excluye -conviene
subrayarlo- el área mediterránea, una misteriosa liviandad que las hace
sobrevolar la vulgar espesura de la vida cotidiana. Ninguna de estas criaturas
inasibles, extrañas y descentradas provocará, sin embargo, una admiración
ardiente o una real simpatía.
El proceso de erosión de
la imagen ofrecida por Europa no se detiene aquí, y cuando son los hombres los
que aparecen asociados casualmente a su evocación, esta adquiere generalmente
una tonalidad menor o grotesca. Sólo el viejo Petrus, visceralmente aferrado a
su tierra natal hasta el punto de querer sepultar a su mujer en la patria
lejana, se proclama defensor de una Europa cuyos inigualados adelantos
científicos se obstina en alabar ridículamente. Y para disimular frente a la población
de Santa María las taras de su hija, pagará generosamente los servicios de
médicos europeos que le extenderán en cambio numerosos certificados
complacientes y nulos:
La hija, doctor, es
perfectamente normal. Podría mostrarle diagnósticos que firman los primeros
médicos de Europa. Profesores.
-No es necesario -dijo
Díaz Grey, apartándose suavemente de la mano en su brazo. Vine a examinarla por
ese pequeño accidente. Y ese pequeño accidente nada tiene de anormal.
-Así es -asintió Petrus-.
Normal, perfectamente normal, para usted, doctor y para toda la ciudad. Para
todo el mundo (80)
En otros casos, el representante
de Europa es apenas más atrayente; porque, si el ex-campeón de Jacob y el
otro emociona al lector por la entereza con que afronta el inaccesible
desafío del joven “turco”, y si su honda humanidad lo transforma sin duda en
uno de los personajes más entrañables de Juan Carlos Onetti, no será menos
penoso encontrarlo hecho un andrajo en la intimidad de su pieza de hotel de
Santa María, simbolizando a una Europa debilitada, antaño tan fascinante:
“Ahora”, pensó Orsini. Le
puso en una mano la botella y empezó a golpearlo con la cadera en el muslo para
guiarlo hacia la cama.
-Unos meses, unas semanas
-dijo Orsini-. Nada más. Después vendrán todos, estaremos con todos. Iremos
nosotros allá.
Despatarrado en la cama,
el gigante bebía de la botella y resoplaba sacudiendo la cabeza. Orsini
encendió el velador y apagó la luz del techo. Sentado otra vez junto a la mesa,
se compuso la voz y cantó suavemente:
Vor der Kaserne
Vor dem grossen Tor
stebt eine Laterne.
Und stebt sie noch davor
wenn wir uns einmal widerseben,
bei der Laterne wollen wir steben
wie einst, Lili Marlen
wie einst, Lili Marlene.
Dijo la cancion una vez y
media, hasta que Van Oppen puso la botella en el suelo y empezó a llorar.
Entonces Orsini (…), (como) en las noches de gloria, bajó la escalera del
Berna, secándose la frente con el pañuelo impoluto.
Notas
(79) Esbjerg, en la
costa, en Tiempo de abrazar, pp. 90-91.
(80) El astillero, Santa
María IV, p. 117.
(81) Jacob y el otro, en Cuentos completos, p. 133.
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