miércoles

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (128)

 Los tres viejos (14)

  

Al quedar solo un gotear de datos inútiles, el Carancho indicó a los otros dos que se aproximaran. Empezaba a enterarlos, cuando se interrumpió para pegarse con sus compañeros al Macá, pues este había recomenzado su declaración, sin preocuparse por el número de oyentes. En las exteriorizaciones del asombro, se separaban un poco los tres viejos, volvían a encontrarse junto a la fluencia sin tregua. Pero como el Carancho había sentido ya la necesidad de adoptar con urgencia una actitud, la reiteración no le dejaba crecer el desarrollo de sus planes; se los aplastaba y le aumentaba su preocupación.

 

-Bueno… aquí… hay… que deliberar -interrumpió a la manera de quien emerge de una laguna enredándose en los camalotes.

 

-¡Claro! -exclamaron ya ciegos el Lechuzón y el Chimango.

 

Pero habló el Macá:

 

-¡No, señores! ¡Lo que tenemos que hacer es llegar hasta Don Juan en seguida!

 

-¡Claro! -hallaron bien, ahora hechos, de dóciles, dos “alguaciles” en la punta de la tormenta, los que acababan de aprobar al Carancho.

 

-¡No, parate, muchacho sin experiencia! Siendo la cosa tan apurada como a la legua se ve, mejor es que nosotros cuatro demos vuelta y marchemos a reforzar al Sargento Cimarrón. ¿Qué me dicen, compañeros?

 

-¡Claro! -aceptaron los compadres-. ¡Con nosotros tres y él y este, hacemos el desparramo!

 

-¡Pero no! ¡Pero no! -se desesperaba el Macá-. ¿No ven que me comprometen? Yo me les he abierto a ustedes para que me agarren confianza. Pero con quien tengo orden de hablar yo es con Don Juan. Si no, ¿a dónde puta va a parar la disciplina?

 

Igual que bajo que bajo un baldazo de agua se quedaron los viejos. Vaya a saberse por qué, la palabra disciplina obró como un ¡Sosegate! Abandonando con decisión su frase, el mencionado término ascendió a gran altura. Y desde allí, enérgico, sombrío, lanzaba influjos.

 

-¡Sí, tenés razón! -dijo el Carancho, provocando el cabeceo aprobatorio de sus subordinados. -¡Es que uno se calienta y pierde los estribos! Bueno, compañeros, a caballo y derecho al monte, no más.

 

-¡Momento, don! ¡Momento! ¡Aguarde!

 

Girando los cuatro, vieron acercarse a grandes zancadas a la vieja Chancha Negra, seguida por el bastardito. Cuando frente al asombro de los cuatro se detuvo, bajó la cabeza en actitud de entonar un ¡Mea culpa! y declaró

 

-¡Tengo que hablar! Como ustedes tres desconfiaban, como el señor Soldado desconfiaba, yo también, señores, desconfiaba.

 

-¿Y de quién? -saltó, por los demás, el Macacito.

 

-De ustedes cuatro…

 

El Lechuzón y el Chimango se habían quedado fríos. El Carancho la miraba como a rajarla. Y la indignación comenzó a bullirle, propensa al derrame…

 

Aliviándose de lo que había llegado a constituir gran peso de conciencia, la Negra reveló que una noche le había golpeado la puerta al mismísimo Don Juan, quien llegó acompañado por el Zorrino y por un rechoncho, mitad particular y mitad policía…

 

-¡Pah! ¡El Recluta Carpincho!

 

…que le preguntó si le había llegado algún run run de la pulpería, que le pidió que no perdiera de vista el Paso y que, en caso de ser interrogado por la policía, dijera haber visto mucha gente con rumbo al monte. Contó también que a algunos llegados al rancho en los días subsiguientes les oyó que iban a incorporarse a Don Juan.

 

-Bueno -dijo para congraciarse al terminar sus confidencias- ahora que todo ha quedado en su lugar, pasen a dar tajos al asado antes de irse. Y sepan que yo estoy a la disposición.

 

De lomo duro, el Carancho fue el último en seguirla.

 

-¿Y ha pasado gente para el monte, misia? -inquirió el Macá inclinándose para no dar contra el dintel de la cocina.

 

-Sí, señor. ¡Mire cuántos!

 

Ya sin reservas, ella traspuso una puerta haciendo señas de que la siguiera. Y el grupo entró silenciosamente a un pequeño cuarto a oscuras.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+