miércoles

ENTRE DOSTOYEVSKY Y WOODY ALLEN: LIBERTAD, DESTINO, SUERTE Y CULPABILIDAD. EL LABERINTO HUMANO


por David Galcerá 

 

“El verdadero asunto es el ser humano”. Esto es lo que decía Berdiaev de las novelas de Fiodor Dostoyevski (1821-1881), el genial escritor ruso de cuyo nacimiento se cumplen 200 años. Sus reflexiones sobre el bien, el mal, la muerte, la inmortalidad y Dios, junto con sus profecías de los totalitarismos del siglo XX, le confieren un aura especial. Alguien de quien también se puede decir que tiene como asunto el ser humano es Woody Allen en sus películas. Una de ellas, Match Point (2005), es la primera de una serie cuyo argumento se desarrolla y se filma en Europa; en este caso, en Londres. Tal vez sea la obra de la que el cineasta se sienta más orgulloso. La película puede entenderse como una particular lectura de Crimen y castigo (1866)obra a la que también hay referencias en otros de los films del director neoyorquino.

 

Dicha novela aborda temas como el superhombre que se anuncia tras la “muerte de Dios”, uno de los referentes de sentido en la cultura occidental contemporánea. El protagonista de Crimen y castigoRaskólnikov, movido por la rabia ante la pobreza, asesina a una vieja prestamista. Al hacerlo, mata también a su hermana, que aparece en la escena. El protagonista se ampara en que hay que dar lugar al nuevo superhombre, alguien para quien los valores no están predeterminados, sino que se crean a través de la acción, y que puede sacrificar todos los obstáculos que se cruzan en su camino. Sin embargo, posteriormente, al ser perseguido por la policía, es su propia conciencia la que le persigue y le conduce a cometer actos delatores, como si quisiera ser detenido, hasta que finalmente confiesa el crimen. Es entonces enviado a Siberia. Allí debe pagar su culpa. Pero Sonia, una joven prostituta, víctima también de las circunstancias, lo ama. El final de la obra nos presenta a un Raskólnikov que se arrepiente del mal cometido y resucita a una nueva vida, como en la historia del Lázaro del cuarto evangelio (que Sonia le regala y que Raskólnikov rememora en su lecho). Se inicia así el anhelo por cumplir la condena para poder salir del presidio y vivir con Sonia. 


La obra de Dostoyevski planea en Match Point. El mismo director nos da dos guiños. Uno de los personajes habla del ruso con admiración, recordando una conversación sobre Dostoyevski. Y la cámara, en otra escena, muestra al protagonista, Chris Wilton (Jonathan Rhys-Meyers), leyendo Crimen y Castigo, acompañado del Cambridge Companion dedicado a la obra del escritor de Moscú.

 

Chris es un humilde personaje que gracias al tenis ha conseguido abrirse camino, hasta que abandona. En ese momento conoce a Chloe (Emily Mortimer), de familia adinerada y propietaria de una importante empresa en la City londinense. Se enamora de ella, pero al poco aparece Nola Rice, a la que da vida Scarlett Johansson. Comienza así una relación simultánea con ambas mujeres. Tras casarse con Chloe, con la que no tiene hijos, Nola queda embarazada. Dado que ésta no quiere abortar, Chris decide finalmente asesinarla para librarse de ella y de la futura criatura y poder seguir manteniendo su alto nivel de vida. Antes de dispararla, Chris se topa con una vecina anciana, a la que también asesina. De su casa se lleva joyas y medicamentos, de modo que los crímenes parecen perpetrados por algún drogadicto y que Nola tuvo la mala suerte de encontrarse por allí.


El debate moral subsiguiente al asesinato se presenta en forma de atormentada conciencia, de diálogo a tres bandas entre Chris y Nola y la anciana, que aparecen como espectros. La primera de las mujeres recuerda al homicida la torpeza de sus actos, que le delatan (como si deseara ser descubierto). Pero Chris se justifica (al igual que Raskólnikov) en la teoría del superhombre. A diferencia del protagonista de Crimen y castigo, Chris no sólo no será descubierto por la policía, sino que ni siquiera será traicionado por su conciencia. Ésta se apaga y es capaz de seguir adelante. La anciana es sólo un “daño colateral”. Respecto a la criatura que no llega a nacer, el protagonista hace referencia a Sófocles, y menciona un célebre fragmento de su obra sobre Edipo (aunque la cita ya tenía recorrido en la literatura griega): “Lo mejor es no haber nacido, y si se ha hecho, lo mejor es morir cuanto antes”. Entre la ambigüedad del cinismo y una extraña sinceridad, Chris anhela ser castigado por sus crímenes.

 

En la película los disparos causan la muerte de la amante y de la anciana, pero el asesino tiene la fortuna de su lado. El tema de la suerte planea omnipresente en la película. La primera imagen del film ya nos sitúa ante este tópico: una pelota de tenis golpea la red y cae hacia uno de los lados, si bien se sabe que podría haber caído del otro, otorgando así la victoria a uno y la derrota a otro. Esta escena se repite al final: cuando Chris tira al río las joyas que extrajo de casa de la anciana, un anillo golpea la barandilla del Támesis y cae en la acera. Lo que podría parecer un golpe de mala fortuna se convierte en buena suerte: el anillo es encontrado por la policía en el bolsillo de alguien relacionado con las drogas, lo cual libra al protagonista de toda sospecha.

 

Woody Allen ha manifestado en diversas ocasiones el anhelo de sentido, de justicia y de que la suerte no sea la última palabra. Pero para el cineasta estamos solos en el universo. En entrevista con Richard Schickel, y a propósito de Delitos y faltas, dice:

 

Quería ilustrar de una forma entretenida que no hay Dios, que estamos solos en el universo, y que no hay nadie ahí fuera para castigarte, que no habrá ningún tipo de final al estilo Hollywood a tu vida, que tu moral depende de ti mismo. Si tú puedes cometer un crimen y vivir con ello, está bien; la gente comete crímenes todo el tiempo, crímenes terribles y violentos contra otra gente de una u otra manera, y salen impunes y pueden vivir con ello…

Richard Schickel, Woody Allen: A Life in Film, Ivan R. Dee, Chicago, 2003, pp. 149-150.

 

En una de las conversaciones, Chris apunta que los científicos hablan de que todo se debe a la suerte. John Leslie, en su obra Universes (1989), en el contexto del llamado “principio antrópico”, término acuñado por Brandon Carter en 1974, usó una metáfora ilustrativa para expresar el dilema del sentido o su ausencia en el universo en relación al ser humano. Imaginemos a un condenado a muerte sobre el que disparan diez personas entrenadas para ello pero que yerran. Lo más normal es que el superviviente busque una razón de su milagrosa salvación. Se podría pensar que todos los disparos han errado el blanco (sería la versión débil del principio antrópico: si podemos observar orden en el universo es porque estamos aquí; no hay más misterio); la otra opción es pensar que los tiradores estaban de parte del ajusticiado y erraron intencionadamente (ésta sería la versión fuerte del principio antrópico: el universo lleva necesariamente hasta nosotros, que observamos ese orden como una meta). Aunque desconozco si Allen conocía la metáfora, es evidente que ilustra dos posibilidades: creer que hay un propósito o sostener la ausencia de todo propósito. Woody Allen y Dostoievsky podrían encarnar estas opciones opuestas.

 

La metáfora de la ejecución ha sido empleada también en referencia a un tema sensible para el cineasta judío: la Shoah. Podemos referirnos aquí a Imre Kertész en su obra Kaddish por el hijo no nacido. El protagonista, superviviente de Auschwitz, dice que no quiere tener un hijo, citando, como Chris, a Sófocles: “Es mejor no haber nacido”. En un mundo donde se puede decidir sobre la vida y la muerte de los seres humanos, la existencia es siempre una supervivencia, y un nacimiento puede ser una condena. El propio Kertész cifró su existencia, su no-muerte, como fruto del azar mediante el que escapó de la gran industria nazi de la muerte. Y asegura, así, con palabras que valen para todo el mal de la centuria pasada:

 

El siglo, ese pelotón de fusilamiento en servicio permanente, se prepara otra vez para disparar, y quiso el destino que el diez me tocara a mí –eso es todo.

Imre Kertész, Kaddish por el hijo no nacido, Acantilado, Barcelona, 2001, p. 94.

 

Decía san Agustín que la muerte es la muerte de las otras muertes posibles que no se han cumplido. Por ello, en el curso natural de la vida, la muerte siempre aguarda al final como un certero disparo, como los que recibieron Nola y la anciana. Cuando Dostoyevski, en su juventud, fue detenido por pertenecer al círculo de Petrashevsky (grupo de socialistas utópicos, seguidores de las ideas de Fourier) fue llevado al paredón, y se simuló su ejecución. La pena fue después conmutada por la prisión. Woody Allen recuerda ese incidente y, hablando a propósito de su película Amor y muerte: la última noche de Boris Grushenko, afirma en conversación con Richard Schickel que “la muerte está siempre presente”, “es un compañero constante”. Ante ello, el amor es fútil.

 

En la prisión, tras serle conmutada la pena, Dostoyevski recibió de manos de un grupo de mujeres que iban a ver a sus maridos prisioneros (pertenecientes al grupo revolucionario de los decembristas) un Nuevo Testamento. Antes de morir pidió a su mujer que le leyera la parábola del hijo pródigo en ese viejo librito que aún guardaba. Para Dostoyevski, no podía haber moralidad si no había inmortalidad. Para el autor de Crimen y castigo, la muerte es el umbral que hay que cruzar para alcanzar la vida verdadera y la justicia definitiva, y por ello cree que el sufrimiento puede tener su recompensa. Como indica el epígrafe que enmarca el comienzo de Los hermanos Karamázov, y como reza también el epitafio del escritor: “Sólo el grano que cae a tierra y muere da mucho fruto”. Y para ese fruto se necesita el amor divino y el amor humano, como el de Sonia. Lo que nos une en este mundo es la conciencia de que todos pertenecemos a la misma especie, que arrastramos el mal como un pecado original y que todos somos responsables de lo que le sucede al otro.

 

Woody Allen, pese a que desea la existencia de Dios y de la vida después de la muerte, considera que creer en ello es engañarse a uno mismo. No niega su valor, pero, como dice Chris Wilton en la película, la fe es “la mínima resistencia”. Aunque ello no significa, en respuesta al dilema planteado por el nihilista Ivan Karamázov en la última gran obra del escritor ruso, que si Dios ha muerto todo esté permitido. En réplica a un sacerdote católico que afirmaba que Match Point mostraba que sin Dios se puede cometer cualquier crimen, Woody Allen rechaza esa conclusión. El problema no es tanto el fundamento de los valores como la sanción y la reparación del mal. El anhelo de Dios y de justicia de Woody Allen se asemeja al anhelo de redención y del Otro de Max Horkheimer, al deseo de que la muerte no sea la última palabra para que las víctimas de la historia, los abandonados en la cuneta, no queden sin una respuesta y una vindicación.

 

En ese sentido, las afirmaciones del director de Match Point se asemejan a la postura de un atento lector de Dostoyevski: Albert Camus. El escritor francés consideraba que la rebelión contra el sinsentido y un cielo vacío era lo que nos constituía como humanidad: “Me rebelo, luego somos”. Woody Allen lo expresa así a propósito de Match Point:

 

El mundo está lleno de gente que escoge vivir su vida de una manera completamente centrada en sí misma, en una forma homicida. Pero también se puede tomar la opción de que uno está vivo, y que hay otra gente que está viva, y que estás en un bote salvavidas con ellos y que tienes que intentar hacerlo tan decentemente como puedas por ti mismo y por todo el mundo.

Eric Lax, Conversations with Woody Allen. His Films, the Movies, and Moviemaking, A. A. Knopf, Nueva York, 2007, p. 124.

 

Como dejó dicho Hannah Arendt siguiendo la máxima socrática, de lo que se trata es de si al llegar a casa podemos vivir con nosotros mismos. Raskólnikov no pudo. Pero sí pudo Chris. Cuando llega a casa, tras conversar con Nola y la vecina, con su conciencia, asegura que se aprende a seguir adelante. También es lo que hicieron muchos de aquellos que formaron parte del “pelotón del siglo”: fueron capaces de vivir consigo mismos, desdoblando su personalidad, siendo asesinos de día y hombres amorosos de familia al llegar a casa.


(El vuelo de la lechuza /-2021)

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