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Cruzó
la pieza y agarró su vaso. Yo tomaba un vino barato de los que se cerraban con
un tapón a rosca en lugar de un corcho. Le saqué el tapón a otra botella. Becker
me extendió su vaso y se lo llené. Me serví otro para mí y apoyé la botella en
la mesa. Vaciamos los vasos.
-Sin
rencor -dije.
-Mierda.
No, compañero -dijo Becker apoyando su vaso, y enseguida me clavó un derechazo
en el estómago. Después me agarró la nuca para dejarme doblado del todo y me pegó
un rodillazo en la cara. Caí de rodillas, empapándome la camisa con la sangre que
me chorreaba de la nariz.
-Servime
otro trago, compañero -dije- y damos esto por terminado.
-Levantate
-contestó Becker. -Esto fue nada más que el principio.
Entonces
me paré y avancé hacia él. Le bloqueé un gancho justo a la altura de mi codo y
le encajé un directo en la nariz que lo hizo retroceder tambaleándose. Ahora
los dos sangrábamos mucho por la nariz.
Le
salté arriba y empezamos a pelear a ciegas. Le paré algunos golpes y al final
pudo incrustarme uno en la boca del estómago. Eso me hizo agachar, aunque
alcancé a encajarle un gancho en el mentón. Fue un extraordinario golpe de
suerte. Becker se derrumbó contra la cómoda y reventó el espejo con la nuca.
Estaba grogui. Entonces le agarré la pechera de la camisa y le metí un derechazo
atrás de la oreja derecha. Apenas pudo quedarse en cuatro patas sobre la
alfombra. Yo me fui a servir otro vaso con la mano muy insegura.
-Becker
-le dije-, últimamente vengo peleando una o dos veces por semana. Me agarraste
mal parado, no más.
Vacié mi
vaso. Becker se
levantó, se quedó un rato mirándome y después se me vino arriba.
-Becker
-le dije-, escuchame…
Él
hizo un amague con su derecha y me clavó la izquierda en el estómago. Ahora nos
pegábamos casi sin defendernos. Nos pegábamos y nos pegábamos y nos pegábamos. Hasta
que de repente me hizo caer arriba de una silla que quedó destrozada. Me paré y
le contuve otro ataque. Cuando osciló hacia atrás le incrusté otro derechazo
que lo hizo estrellarse contra la pared y sacudir toda la pieza. Entonces dio
un salto y me reventó la frente. Vi lucecitas verdes, amarillas, rojas… Y
mientras me castigaba en las costillas y me encajaba otro derechazo en la cara,
traté de contenerlo con la derecha pero le erré.
Carajo,
pensé, ¿no habrá nadie que oiga todo este ruido? ¿Por qué no viene nadie a
parar la pelea? ¿Por qué no llaman a la policía?
Entonces Becker se me abalanzó de nuevo y no le pude parar un derechazo circular y allí se me terminó todo…
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