por Diego Brodersen
La un tanto sorprendente popularidad de la miniserie de Netflix Gambito
de dama empujó la publicación por primera vez en la Argentina de la novela
en la que está basada con absoluta fidelidad, y también generó un renovado
interés por los otros libros de su autor. Walter Tevis murió en 1984, un año
después de la publicación de Gambito de dama, que paradójicamente
resultó ser su novela menos exitosa. Antes había escrito otras novelas más y
varias de ellas fueron adaptadas al cine con notable repercusión, como El
audaz, dirigida por Robert Rossen y protagonizada por Paul Newman, su
secuela El color del dinero, con Newman y Tom Cruise dirigidos por
Martin Scorsese, y El hombre que cayó en la Tierra, protagonizada por
David Bowie, film de culto en los 70 basado en su única novela de ciencia
ficción. La historia de Walter Tevis es también la de un narrador clásico
norteamericano que se basó en su propia vida, en su afición por el pool y el
ajedrez para contar historias, y que tuvo un precipitado final a causa del alcoholismo.
Su nombre ha sido relativamente olvidado, pero las andanzas de Beth Harmon lo
traen de nuevo al tablero de la literatura, el cine y la vida.
Era lógico. Casi
inevitable. La imprevista popularidad de la miniserie Gambito
de dama empujó la publicación, por primera vez en Argentina, de la
novela en la cual está fielmente basada. La portada del volumen, desde
luego, incluye el nombre del autor, el novelista estadounidense Walter Tevis,
pero también un fotograma iconográfico de la producción audiovisual: frente a
un tablero de ajedrez, la actriz Anna Taylor-Joy, en la piel de Beth Harmon,
observa al lector con sus manos entrecruzadas haciendo las veces de sostén del
rostro, la mirada penetrante, enigmática. El diseño es ingenioso y entre varios
peones, alfiles y torres se diseminan en los casilleros un par de botellitas de
whisky –del tipo que suelen ser comunes en los minibares de hotel y los
bolsillos de los auxiliares de vuelo– y un frasco repleto de pastillas
ansiolíticas. Quien haya visto la serie y/o leído el libro comprenderá de
inmediato la referencia. Pero, ¿quién es Walter Stone Tevis, el autor
californiano que falleció en 1984, un año después de la publicación de The
Queen’s Gambit? Su nombre ha sido relativamente olvidado, cosa extraña
considerando que, de sus seis novelas, dos fueron transformadas en sendos
éxitos cinematográficos –El audaz, en 1961, y su secuela El
color del dinero, en 1986–, una tercera fue la base de un auténtico film de
culto de los años 70, El hombre que cayó del cielo, y la cuarta
acaba de correr en la pista de las producciones para la pequeña pantalla más
exitosas del último lustro. El hecho de que tres de esas novelas tengan
como trasfondo el mundo competitivo de dos juegos/deportes como el pool y el
ajedrez señala claramente hacia cierta afinidad personal. Que además los
protagonistas de esos relatos sean dueños de una tendencia al consumo
compulsivo de alcohol es otro dato que marca aristas muy personales, como
afirma Jamie Griggs Tevis, esposa del escritor durante dos décadas, en su
autobiografía My Life with the Hustler, publicada en 2003. Fumador
en cadena, alcohólico y adicto a las apuestas, cuenta la leyenda, confirmada
por la exmujer, que el dinero que Tevis obtuvo por los derechos
cinematográficos de su primera novela, The Hustler (El
audaz fue el título de estreno local del film y El buscavidas el
de la novela), fue exprimido en maratones de single malts y bourbon de buena
calidad luego de mudarse a México con su familia durante una temporada, con la
intención primaria de escribir su siguiente novela. Pero el hombre que supo
crear personajes como Beth Harmon y “Fast” Eddie Nelson, la excelsa ajedrecista
y el gran el jugador de pool, también poseía un interés evidente por la ciencia
ficción como plataforma para la reflexión existencial, como lo demuestran las
novelas El hombre que cayó a la Tierra, Mockingbird y The
Steps of the Sun, en cuyas páginas conviven planetas moribundos, androides
suicidas y una Tierra distópica arrasada por una crisis energética aterradora.
La mente de Tevis, ya sea que estuviera concentrada en el terreno de la
fantasía o en el realismo psicológico, tanto en sus seis novelas como en las
tres decenas de cuentos escritos a lo largo de su carrera, supo crear universos
literarios con un atractivo irresistible para la pantalla.
“Beth es adicta a los
tranquilizantes y al ajedrez, y ninguna de esas cosas va a solucionar
necesariamente sus problemas o a prepararla para una vida sencilla. Es algo con
lo que deberá aprender a lidiar al tiempo que se mueve. El libro se detiene
cuando tiene diecinueve años. De ninguna manera ha solucionado sus problemas
emocionales, pero creo que está en camino de hacerlo”. La descripción es del
propio Walter Tevis, entrevistado en un programa de la Radio Pública Nacional
de su país en febrero de 1983, como parte de la recorrida publicitaria de su
libro recientemente publicado. En esa conversación, el autor le dedica un
minuto de aire a la posibilidad cierta de transformar un deporte considerado
cerebral y poco espectacular –al menos en términos de movimiento físico– en un
material tenso y excitante. Algo que la miniserie Gambito de dama logró
trasladar a la pantalla con creces, uno de sus pilares creativos más
destacados. “Espero que la gente que no conoce el ajedrez pueda sentir toda la
gama de excitantes estímulos que el juego le ofrece a quien lo comprende en
profundidad. Me interesa la forma de actuar de Harry Beltik. Me preocupa qué
siente Beth. Me incumbe lo que tienen para decirse. Pero lo que más que me
interesa es la tensión, la excitación. Ese miedo que forma parte del que, de
alguna manera, es el más puro de todos los juegos”. Gambito de dama fue
el libro menos exitoso en términos de venta de todos los que escribió Tevis en
su vida y nunca, hasta ahora, había llegado a disfrutar de una segunda edición.
La aparición de la serie renovó de manera exponencial el interés por su figura
y, además de convertir la novela en el bestseller que nunca llegó a ser en
1983, hizo que las editoriales iniciaran la republicación de prácticamente la
totalidad de su obra.
Nacido en San Francisco en 1928, Walter Stone Tevis se mudó a Kentucky junto a su familia a temprana edad. Su infancia no fue nada fácil. Una condición cardíaca, la fiebre reumática, tuvo como consecuencia varias temporadas postrado en camas de hospital y dosis crecientes de la adictiva droga fenobarbital, situación que décadas más tarde tendría su corolario literario en la adicción temprana de la niña Beth, otra habitante –aunque ficcional– de Kentucky. Fue durante esos años que el joven Walter comenzó a pasar varias horas por día en los salones de billar del barrio, enormes cuartos llenos de humo, adultos y el sonido inconfundible del golpe del taco en las bolas, experiencia temprana que marcaría de manera indeleble las descripciones de ese universo expuestas con prosa realista en The Hustler. Por otro lado, según afirma el autor en la entrevista mencionada, la práctica del ajedrez descripta en Gambito de dama “no está basada en mis investigaciones con jugadores profesionales. He conocido a muchos y, en general, cubren todo el espectro humano. La experiencia, en gran medida, está basada en mis impresiones. Cuando era chico fui internado en un hospital por una enfermedad. Allí me di cuenta de que esa institución, supuestamente dedicada a cuidar a los más jóvenes, fue para mí, en muchos sentidos, muy dañina. Una experiencia aterradora y dañina”. Además de su afición por las mesas de pool, Tevis comenzó a jugar al ajedrez durante la adolescencia y, ya en la adultez, solía practicar los movimientos de las piezas sobre los sesenta y cuatro escaques junto a su amigo y colega Daniel Keyes, el autor de la reconocida novela sci-fi Flores para Algernon.
EL VERDADERO POOL
El juego que ocupa
los días y noches de “Fast” Eddie no se parece en nada al bola 8 o el bola 9,
las vertientes del pool competitivo más populares en todo el mundo que, para el
protagonista de The Hustler y El color del dinero,
no son otra cosa que un deporte “para apresurados, ideal para la televisión”,
según afirma el personaje en la novela publicada en 1984, apenas unos meses
antes de la muerte de Tevis a los 56 años. En el juego de Eddie, que es el
juego de su juventud, hacia finales de los 50, no es necesario elegir lisas o
rayadas y cada partida puede durar muchas horas. Las reglas son sencillas y de
ninguna manera existen costumbres como tirar dos veces seguidas luego de una
falta, invención popular de difícil erradicación. El juego de Eddie, y también
el de su contrincante Minnesota Fats, es el straight pool, un juego
de hombres recios, dueños de nervios de acero y una resistencia inagotable. Se
abre la mesa y se tira, y el primer jugador que emboca 125 bolas –siempre
anunciadas, cuál y dónde, número y tronera, nada librado al azar– gana la
partida. Y el dinero que se haya apostado, ya sean 20 dólares o 1000 o 5000. El
juego de Eddie es el juego de los hustlers, los “estafadores”: es
cuestión de hacerse pasar por un jugador neófito y poco talentoso durante
cierto tiempo para poder luego afilar las uñas, sacar los dientes y llevarse
toda la apuesta, una vez que el jugador contrario cayó en la trampa. En el
comienzo de la novela, “Fast” Eddie recorre salones de pool de mala muerte
junto a su compañero Charlie, haciéndose de algunos dólares fáciles gracias a
los clientes incautos, hombres demasiado seguros de sí mismos y de su talento
para el taco. Un entrenamiento para llegar a las grandes ligas de Pittsburg,
donde no hay campeonatos oficiales ni nada que se le parezca, aunque allí
suelen jugar un par de excelsos practicantes del pool, como el invencible
Minnesota Fats. “Un salón de pool por la mañana es un lugar extraño”, escribe
Tevis al comienzo de El buscavidas. “Tiene sus etapas; una
metamorfosis diaria, un desprendimiento de pieles con su propio diseño. Ahora,
a las nueve de la mañana, podría haber sido una gran iglesia, inmóvil, con el
sol entrando a través de las ventanas manchadas, envuelta en sí misma, con las
enormes y atemporales mesas de caoba maciza y las telas verdes discretamente
escondidas debajo de las cubiertas de hule gris. (…) Y luego, en la tarde,
cuando los jugadores comienzan a llegar en serio, y se siente el humo del
tabaco, los sonidos de las bolas duras y brillantes golpeándose unas a otras y
el ruido chirriante de la tiza presionada contra las puntas de los tacos de
cuero duro, allí comienza la etapa final de la metamorfosis, llegando a la cima
cuando, tarde por la noche, los jugadores casuales y los borrachos se han ido,
dejando sólo a los hombres atentos y a los furtivos, a los que miran y a los
que apuestan, mientras otros, una pequeña y variada camarilla de hombres
–vestidos siempre de manera dramática y brillante, y que a pesar de conocerse
rara vez hablan entre sí– juegan en silencio partidas de pool intensas y
brillantes en las mesas del fondo”.
Publicada originalmente en 1959, la descripción de Walter Tevis, rica e impresionista, de esos ámbitos particulares y de las criaturas que los habitan, tuvieron su correlato en una adaptación cinematográfica dos años más tarde. El audaz, dirigida por Robert Rossen y protagonizada por Paul Newman, Piper Laurie y Jackie Gleason es un excelente ejemplo del cine estadounidense “adulto” de los años 60, con un blanco y negro hiperrealista –cortesía del director de fotografía Eugen Shuftan– como marco contrastado de un relato sobre personajes solitarios y dañados, rebotando y chocando como bolas de billar en un mundo poco amable. El “Fast” Eddie de Newman es también un primo americano de los angry young men británicos, un joven iracundo incapaz de domar sus instintos y que, por eso mismo, lo pierde todo en el primer enfrentamiento con Minnesota Fats, interpretado con bravura y rudo mutismo por Gleason, actor usualmente reconocido por sus dotes como comediante. En el mundo de los hustlers el talento no es suficiente: también es necesaria una elevada dosis de paciencia, saber perder cuando es necesario, beber sólo lo indispensable cuando la noche está en pañales. Como en el ajedrez, también hay que saber sacrificar una pieza (una partida) para que la estrategia a largo plazo rinda sus frutos. Al comienzo de la historia, Eddie adolece de esas virtudes, y es por ello por lo que, luego de una maratónica sesión de más de veinticuatro horas, pierde los 18.000 dólares que había logrado acumular. “Diría que era una suerte de jugador B menos”, declaró Tevis en otra entrevista radiofónica a comienzos de los años 80, en referencia a sus cualidades como jugador de pool. “Sospecho que podría ganarle a cualquiera en este cuarto, pero no podría jugar con profesionales y pensar que podría ganarles. La descripción del salón de pool en la novela fue una invención mía y no refleja como solían verse esos lugares en la vida real. Lo interesante es que, a partir de la publicación del libro y del estreno de la película, ahora la mayoría de los salones se ven así. He leído por ahí que por lo menos dos hustlers reales han sufrido quebraduras de sus pulgares desde que escribí la novela. Y hasta hay un tipo gordo que anda llamándose a sí mismo Minnesota Fats. Todo eso me resulta increíble”. A su manera, las palabras del escritor describen un fenómeno notable: luego del estreno de El audaz, la popularidad del pool creció enormemente en los Estados Unidos. ¿Ocurrirá algo similar con el ajedrez luego del éxito de Gambito de dama?
PERDEDORES Y SOLITARIOS
“El tablero uno era
una sala en sí mismo. La mesa estaba encima de una tarima de tres palmos, y
detrás había un tablero de exposición del tamaño de una pantalla de cine. A
cada lado de la mesa había un gran sillón giratorio de cuero marrón y cromo.
Faltaban cinco minutos para empezar, y la sala estaba llena de gente; tuvo que
abrirse paso entre ellos para llegar a la zona de juego. Mientras lo hacía, el
murmullo de las charlas se apagó. Todos la miraron. Cuando subió los escalones
de la tarima, empezaron a aplaudir. Beth trató de que su rostro no reflejara
nada, pero estaba asustada. La última partida de ajedrez que había jugado fue
hace cinco meses, y la había perdido”.
El juego de Beth
suele ser más tranquilo que el de Eddie, menos ruidoso, y el dinero se obtiene
en campeonatos oficiales, nunca debajo de la mesa. Pero la descripción de Tevis
del mundillo ajedrecístico es tan afilada como la de los jugadores de pool. La
novela The Queen’s Gambit no repitió el éxito editorial
relativo de sus esfuerzos anteriores, aunque sí fue leída y releída por una
cofradía de seguidores del ajedrez de todo el mundo. En una entrevista
con The New York Times realizada en 1983, Tevis afirmaba que
“escribo sobre perdedores y solitarios. Si hay un tema común en mi obra es ese.
No hay mucha diferencia entre el pool y el ajedrez, al menos en la manera en
que yo los juego. De una u otra forma, estoy obsesionado con la lucha entre
ganar y perder”. En otra conversación con el periódico Lexington
Herald-Leader, de su estado adoptivo Kentucky, Tevis sostenía que “a
diferencia de algunas de mis novelas previas, este nuevo libro sobre el ajedrez
no funcionaría en el cine. Realmente, no pienso en las películas cuando
escribo. Soy consciente de que voy a tener dificultades para venderla como
posible adaptación, pero eso no me detiene. Creo que escribir de esa manera es
una forma de muerte artística”. Algo de razón tenía el autor: hubo dos intentos
infructuosos de trasladar el texto a la pantalla de cine. En 1992 los derechos
fueron adquiridos por el productor Allan Scott, quien llegó a interesar a
directores como Michael Apted y Bernado Bertolucci para dirigir el
largometraje. Quince años más tarde, Heath Ledger estuvo involucrado en un
proyecto que podría haber derivado en su debut como realizador, pero fue
finalmente el propio Frank quien terminó dirigiendo todos los episodios
de Gambito de dama, casi tres décadas después de hacerse de esos
derechos.
Las escasas ventas de Gambito de dama llevaron a Walter Tevis a retomar la figura de “Fast” Eddie Felson y a seguir relatando su historia veinte años más tarde. En las primeras páginas de la secuela, el texto describe los modos de subsistencia del protagonista, luego de abandonar el salón de pool que gerenció durante años: jugando partidas de exhibición junto a su ex archienemigo Minnesota Fats en hoteles de segunda categoría y shoppings. Su curriculum personal incluye un divorcio y la sensación creciente de que su vida ha llegado a un callejón sin salida. Es entonces cuando decide reiniciar la partida y volver a la práctica intensiva del deporte de su vida, enfrascado en la mucho más veloz variante de la bola 9, el triángulo transformado en rombo y el estricto orden numérico de los tiros supeditado al ingreso de la bola rayada amarilla en cualquier tronera. Walter Tevis falleció dos años antes de que la adaptación de la novela llegara al cine y es imposible imaginar qué hubiera pensado de la película de Martin Scorsese, quien de manera similar al escritor venía de realizar dos largometrajes notables, de los mejores de su carrera – El rey de la comedia (1982) y Después de hora (1985)–, pero que, sin embargo, no deslumbraron al público ni vendieron muchas entradas. El color del dinero (1986) reunió a un maduro Paul Newman con la joven super estrella Tom Cruise y el guion del novelista Richard Price –en su primer trabajo profesional en la industria del cine– se aparta bastante del texto original. Así como en El audaz el “manager” interpretado magistralmente por George C. Scott lo había hecho con él mismo, Eddie toma bajo su cuidado, protección y educación a un joven jugador de pool llamado Vincent, saliendo a la ruta junto a él y su novia Carmen (Mary Elizabeth Mastrantonio) para enseñarle las reglas básicas del hustling. Hay otras divergencias entre la palabra escrita y la pantalla, pero en cierto momento el film deja de lado el concepto maestro-alumno y se transforma, como la novela, en el relato de un regreso inesperado: el de “Fast” Eddie a las mesas de paño verde. En otras palabras, otra encarnación del sueño americano y las segundas oportunidades. Scorsese abre el juego con su propia voz en off y, casi dos horas más tarde, ofrece un plano de antología que, gracias a un complejo movimiento de cámara, transforma el ámbito de un salón de pool competitivo vacío en un sucedáneo de una iglesia, música religiosa incluida. La adaptación del canto de cisne de Tevis fue un éxito y le permitió a Marty obtener luz verde para financiar su proyecto más personal hasta ese momento: llevar al cine la ultra polémica novela de Nikos Kazantzakis La última tentación de Cristo.
ALIEN Y MELANCOLÍA
El hombre que cayó a la Tierra “está basada en mis propios sentimientos: de tanto en tanto siento que vengo de otro planeta. Es un sentimiento que he tratado de negar con el alcohol durante muchos años”. La fuerte declaración de Walter Tevis respecto de su primera novela de ciencia ficción, publicada en 1963, vuelve a poner de relieve el componente autobiográfico de gran parte de su obra literaria. El libro narra la llegada a la Tierra de un ser del moribundo planeta Anthea, aquejado por una imparable sequía luego de años de guerras nucleares, en un intento desesperado por investigar la posibilidad de trasladar allí a sus congéneres sobrevivientes. Bajo el nombre humano de Thomas Jerome Newton el alienígena pone manos a la obra, pero la posibilidad de la aventura es obturada por un descenso progresivo a la soledad, la alienación y el alcoholismo. Ya se la tome como una metáfora sobre los años de la Guerra Frío o como una investigación sobre la condición humana, The Man Who Fell to Earth posiblemente sea la mejor creación del autor, la más compleja y rica en resonancias. También la más triste. La adaptación al cine llevó más de una década y fue finalmente motorizada por el realizador británico Nicolas Roeg –quien venía de dirigir el éxito internacional Venecia… Rojo Shocking– a partir de un guion de Paul Mayersberg. La versión cinematográfica de Thomas fue creada a imagen y semejanza de David Bowie, quien –con un ojo marrón y otro azulado y el aspecto andrógino en su apogeo– inició así su carrera como actor. Una filmografía arriesgada y muchas veces nada complaciente. Lejos de la ciencia ficción popular, la versión fílmica de El hombre que cayó a la Tierra está atravesada por un tono melancólico y decadente no exento de chispazos de surrealismo, al tiempo que el alien conoce el amor y la pasión pero también el deseo de posesión y las ambiciones humanas. Adicto al gin (con o sin agua tónica), Newton deja de ser un magnate de la tecnología para pasar años como conejillo de indias de los científicos, un ser aplastado por el entorno y sus propios miedos y ansiedades. “Salgan de mi cabeza, todos ustedes”, grita Newton/Bowie a la decena de televisores ubicados delante suyo, en una de las escenas más recordadas de una película que, a pesar del estrepitoso fracaso comercial en el momento de su estreno, fue construyendo un inoxidable culto que no ha hecho más que crecer. Walter Tevis no estaba particularmente enamorado de esa adaptación, que ofrece un tono bien diferente al de su texto, pero en varias declaraciones afirmó que Bowie era poco menos que la única elección posible para encarnar al personaje. Como fuere, tanto el Newton de la pantalla como el del libro son inolvidables. Y, como sus compañeros de ruta Beth y Eddie, es otra criatura –poco importa si humana o no– aquejada por la esperanza del éxito, el pavor al fracaso y un contingente de demonios interiores que pueden domarse, pero nunca vencerse.
(Página12 / 14-2-2021)
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