miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 92

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Dos noches después vino a verme Becker. Supongo que mis padres le dieron la dirección o me localizó a través de la Universidad. Yo tenía anotados mi nombre y mi dirección en la oficina de empleo de la Universidad en la lista de “trabajos no especializados”. “Puedo trabajar en cualquier cosa honesta”, había escrito en mi tarjeta. Pero no me llamó nadie.

 

Becker se sentó en una silla mientras yo servía un poco de vino. Llevaba puesto el uniforme de los marines.

 

-Así que te agarraron -dije.

 

-Perdí mi empleo en la Western Union. No me quedaba otra solución.

 

Le alcancé el vino.

 

-¿Entonces no sos un patriota?

 

-No, carajo.

 

-¿Y por qué los marines?

 

-Escuché hablar de lo terribles que son los campamentos y quise ponerme a prueba.

 

-Y fuiste.

 

-Sí. Está lleno de locos y hay peleas casi todas las noches y nadie los separa. Son capaces de matarse entre ellos.

 

-Eso me gusta.

 

-¿Por qué no te alistás con nosotros?

 

-Es que no me gusta madrugar ni que me den órdenes.

 

-¿Y qué pensás hacer?

 

-No tengo idea. Cuando se me acabe la plata voy a tener que ir a las colas de la Beneficencia.

 

-Hay tipos terriblemente raros en los marines.

 

-En cualquier lado hay tipos así.

 

Le serví más vino a Becker.

 

-El problema es que allá no vas a tener mucho tiempo para escribir -dijo.

 

 -¿Y vos todavía querés ser escritor?

 

-Claro. ¿Y vos?

 

-Yo también -contesté. -Pero es bastante desesperanzador.

 

-¿Sentís que no sos bueno?

 

-No. Los que no son buenos son ellos.

 

-No te entiendo.

 

-¿Leés las revistas? ¿O los libros de “Los mejores cuentos del año?” Hay como una docena.

 

-Sí, los leo…

 

-¿Leés el New Yorker? ¡El Harper’s? ¿El Atlantic?

 

-Claro…

 

-Estamos en 1940 y siguen publicando basura del siglo XIX, pesada, recargada, pretenciosa. O te empieza a doler de cabeza o te quedás dormido.

 

-¿Y qué es lo que les falla?

 

-Están llenos de trucos, lugares comunes y jueguitos de intriga.

 

-Parece como si te hubieran rechazado.

 

-Sé que me rechazarían. ¿Para qué gastar plata en sellos? Necesito más vino.

 

-Yo pienso abrirme camino -dijo Becquer. -Algún día vas a ver mis libros en las vidrieras.

 

-Mejor no hablar de libros.

 

-Fijate en Thomas Wolfe.

 

-¡Me cago en Thomas Wolfe! ¡Parece que fuera una vieja hablándote por teléfono!

 

-¿Y cuál autor te gusta?

 

-James Thurber.

 

-Ese destripador de clase media alta…

 

-Él sabe que todo el mundo está loco.

 

-Pero Thomas Wolfe habla de la tierra…

 

-Lo únicos que hablan de lo que tiene que hacer un escritor son los pelotudos.

 

-¿Me estás tratando de pelotudo?

 

-Sí…

 

Serví más vino para los dos.

 

-Y además solamente un idiota usaría ese uniforme.

 

-Primero me decís pelotudo y ahora me tratás de idiota. Pensé que éramos amigos.

 

-Es que somos amigos, pero creo que no te estás cuidando.

 

-Cada vez que te veo tenés una copa en la mano. ¿A eso le llamás cuidarte?

 

-Es el mejor método que conozco. Si no fuera por la bebida, hace tiempo que me hubiera cortado este pescuezo de mierda.

 

-Eso es un cuento chino.

 

-Pero funciona. Los predicadores de la plaza Pershing tienen su Dios. ¡Y yo me tomo la sangre del mío!

 

Levanté el vaso y lo vacié.

 

-Lo que estás haciendo es escaparte de la realidad -dijo Becker.

 

-¿Y por qué no?

 

-Escapándote de la realidad nunca vas a llegar a ser un escritor.

 

-¿Pero de qué mierda hablás? Eso es lo que hacen los escritores.

 

Becker se paró.

 

-A mí no me grites.

 

-¿No ves que me estás haciendo parar la pija?

 

-¡Vos no tenés pija!

 

Y de repente le encajé un derechazo que le aterrizó atrás de la oreja. El vaso se le cayó de la mano y retrocedió tambaleándose por la pieza. Becker era mucho más fuerte que yo. Cuando lo vi chocarse con la punta de la cómoda le encajé otro piñazo en la cara. Se quedó balanceándose cerca de la ventana abierta y no quise seguirle pegando porque me dio miedo de que se cayera a la calle.

 

Él sacudíó la cabeza tratando de rehacerse y entonces le dije:

 

-Ta. Mejor nos tomamos otra. La violencia me da asco.

 

-Okey -contestó Becker.

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