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Dos noches después vino a
verme Becker. Supongo que mis padres le dieron la dirección o me localizó a
través de la Universidad. Yo tenía anotados mi nombre y mi dirección en la
oficina de empleo de la Universidad en la lista de “trabajos no especializados”.
“Puedo trabajar en cualquier cosa honesta”, había escrito en mi tarjeta. Pero
no me llamó nadie.
Becker se sentó en una
silla mientras yo servía un poco de vino. Llevaba puesto el uniforme de los
marines.
-Así que te agarraron
-dije.
-Perdí mi empleo en la
Western Union. No me quedaba otra solución.
Le alcancé el vino.
-¿Entonces no sos un
patriota?
-No, carajo.
-¿Y por qué los marines?
-Escuché hablar de lo terribles
que son los campamentos y quise ponerme a prueba.
-Y fuiste.
-Sí. Está lleno de locos
y hay peleas casi todas las noches y nadie los separa. Son capaces de matarse
entre ellos.
-Eso me gusta.
-¿Por qué no te alistás
con nosotros?
-Es que no me gusta
madrugar ni que me den órdenes.
-¿Y qué pensás hacer?
-No tengo idea. Cuando se
me acabe la plata voy a tener que ir a las colas de la Beneficencia.
-Hay tipos terriblemente
raros en los marines.
-En cualquier lado hay
tipos así.
Le serví más vino a Becker.
-El problema es que allá
no vas a tener mucho tiempo para escribir -dijo.
-¿Y vos todavía querés ser escritor?
-Claro. ¿Y vos?
-Yo también -contesté.
-Pero es bastante desesperanzador.
-¿Sentís que no sos
bueno?
-No. Los que no son
buenos son ellos.
-No te entiendo.
-¿Leés las revistas? ¿O
los libros de “Los mejores cuentos del año?” Hay como una docena.
-Sí, los leo…
-¿Leés el New Yorker?
¡El Harper’s? ¿El Atlantic?
-Claro…
-Estamos en 1940 y siguen
publicando basura del siglo XIX, pesada, recargada, pretenciosa. O te empieza a
doler de cabeza o te quedás dormido.
-¿Y qué es lo que les
falla?
-Están llenos de trucos,
lugares comunes y jueguitos de intriga.
-Parece como si te
hubieran rechazado.
-Sé que me rechazarían.
¿Para qué gastar plata en sellos? Necesito más vino.
-Yo pienso abrirme camino
-dijo Becquer. -Algún día vas a ver mis libros en las vidrieras.
-Mejor no hablar de libros.
-Fijate en Thomas Wolfe.
-¡Me cago en Thomas
Wolfe! ¡Parece que fuera una vieja hablándote por teléfono!
-¿Y cuál autor te gusta?
-James Thurber.
-Ese destripador de clase
media alta…
-Él sabe que todo
el mundo está loco.
-Pero Thomas Wolfe habla
de la tierra…
-Lo únicos que hablan de lo
que tiene que hacer un escritor son los pelotudos.
-¿Me estás tratando de
pelotudo?
-Sí…
Serví más vino para los
dos.
-Y además solamente un
idiota usaría ese uniforme.
-Primero me decís
pelotudo y ahora me tratás de idiota. Pensé que éramos amigos.
-Es que somos amigos,
pero creo que no te estás cuidando.
-Cada vez que te veo
tenés una copa en la mano. ¿A eso le llamás cuidarte?
-Es el mejor método que
conozco. Si no fuera por la bebida, hace tiempo que me hubiera cortado este pescuezo
de mierda.
-Eso es un cuento chino.
-Pero funciona. Los
predicadores de la plaza Pershing tienen su Dios. ¡Y yo me tomo la sangre del
mío!
Levanté el vaso y lo
vacié.
-Lo que estás haciendo es
escaparte de la realidad -dijo Becker.
-¿Y por qué no?
-Escapándote de la
realidad nunca vas a llegar a ser un escritor.
-¿Pero de qué mierda
hablás? Eso es lo que hacen los escritores.
Becker se paró.
-A mí no me grites.
-¿No ves
que me estás haciendo parar la pija?
-¡Vos no
tenés pija!
Y
de repente le encajé un derechazo que le aterrizó atrás de la oreja. El vaso se
le cayó de la mano y retrocedió tambaleándose por la pieza. Becker era mucho
más fuerte que yo. Cuando lo vi chocarse con la punta de la cómoda le encajé
otro piñazo en la cara. Se quedó balanceándose cerca de la ventana abierta y no
quise seguirle pegando porque me dio miedo de que se cayera a la calle.
Él
sacudíó la cabeza tratando de rehacerse y entonces le dije:
-Ta.
Mejor nos tomamos otra. La violencia me da asco.
-Okey -contestó Becker.
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