Viaje al cosmos del alma (3)
Pólipo de la profundidad (0,150 mg de LSD, 15 de abril de 1961, 9’15 horas). (2)
Este proceso inquietante
de una creciente autoalienación me causaba un sentimiento de impotencia, de
estar desvalido sin remedio. Hacia las 10’30 horas vi con los ojos cerrados
innumerables hilos que se entrelazaban sobre un fondo rojo. Un cielo plomizo parecía
oprimir todas las cosas; yo mismo sentía mi ego comprimido dentro de sí y me
parecía ser un enano apergaminado…. Poco antes de las 13 horas huí de la
compañía de nuestro atelier, con su atmósfera cada vez más oprimente, en la que
no hacíamos más que impedirnos mutuamente el desarrollo pleno de nuestra
embriaguez. Me senté en el suelo de un pequeño cuarto vacío, con la espalda
apoyada en la pared; a través de la única ventana enfrente de mí veía una
porción de cielo nuboso gris-blanco. Esto, como en general todo lo que me
rodeaba, en este momento me parecía desconsoladoramente normal. Estaba
deprimido y me sentía tan feo y odioso que no habría osado (como efectivamente
lo evité por la fuerza varias veces aquel día) mirarme en un espejo u observar
el rostro de otra persona. Anhelaba que esta embriaguez finalizara de una buena
vez; pero todavía tenía todo mi cuerpo en su poder. Creí sentir muy dentro de
mí su pesada carga, y cómo rodeaba mi cuerpo con cien tentáculos de pólipo… sí,
verdaderamente experimentaba este contacto que me electrizaba con un ritmo
misterioso como el de un ser real, invisible, pero trágicamente omnipresente,
al que le hablaba en alta voz, lo insultaba, le rogaba y lo desafiaba a un
combate cuerpo a cuerpo… “No es más que la proyección de lo malo dentro de ti”,
me aseguraba otra voz, “es el monstruo de tu alma”.
Este reconocimiento fue
como un destello de espada. Me atravesó como un filo redentor. Los brazos del
pólipo me soltaron -como cortados- y simultáneamente el gris del cielo, que hasta
ahora había sido tan lúgubre y opaco, refulgía a través de la ventana abierta
como agua iluminada por el sol. Cuando lo miré tan fascinado, se convirtió
(para mí) en agua verdadera: se me ocurrió que era una fuente subterránea que
de pronto había estallado y que ahora rebullía, hacia mí, que quería
convertirse en un río, un lago, un mar, con millones y millones de gotas, y en
cada una de estas gotas estaba bailoteando la luz… Cuando el cuarto, la ventana
y el cielo habían vuelto a mi conciencia (eran las 13’25 horas), la embriaguez
todavía no había terminado, pero sus secuelas, que me duraron dos horas, se
parecieron mucho al arco iris que sigue a la tormenta.
* * *
El sentir que el medio en el que uno se encuentra se vuelve extraño, del mismo modo que el propio cuerpo, así como la sensación de que un ser extraño, un demonio, se apodere de uno, descritos por Gelpke en los dos experimentos anteriores, son ambos característicos de la embriaguez del LSD. Por grandes que sean las diferencias y variantes de la experiencia del LSD, aquellos se citan en la mayor parte de los protocolos de experimentos. Ya en mi primer autoensayo, como se pudo leer, describí la toma de posesión por parte del demonio del LSD como una experiencia inquietante. En aquel experimento mi miedo y mi terror fueron especialmente intensos, porque todavía no existía la experiencia de que el demonio luego suelta a sus víctimas.
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