por Alexis Paiva Mack
El filme, inspirado en la obra homónima del dramaturgo August Wilson, presenta un episodio ficticio en la vida de la cantante Gertrude “Ma” Rainey (Viola Davis), quien asiste con su banda a una tarde de grabación en un estudio de Chicago, en la cual una serie de situaciones imprevistas extienden el tiempo que pasan atrapados entre las cuatro paredes. La película, disponible en el streaming, muestra a un intenso Chadwick Boseman, fallecido en agosto pasado.
—Hay mucho silencio aquí adentro, no lo soporto. Siempre debo tener música en la cabeza, mantiene el equilibrio, llena los vacíos. Mientras más música haya en el mundo, más lleno estará —dice Gertrude “Ma” Rainey (Viola Davis) sentada en un sillón, con su mirada perdida en los recovecos de un estudio en Chicago, en pleno verano de 1927.
La madre del blues (2020) es una de las últimas películas
estrenadas en Netflix para lo que queda del año. El filme, dirigido por George
C. Wolfe e inspirado en la obra homónima que el dramaturgo August Wilson presentó
en 1984, se centra en una tarde de grabación de la artista, conocida
popularmente como una de las mayores exponentes del género.
Acompañada por su banda, su joven sobrino, su novia, su representante y
el director de un sello discográfico —estos dos últimos, hombres blancos— cada
uno de los personajes se ve encerrado en las paredes del recinto, un escenario
simbólico que alude a otros aspectos de su vida.
El trompetista Levee —interpretado por Chadwick Boseman, quien murió de
cáncer en agosto de este año— sueña con iniciar una carrera solista en la que
pueda tocar sus propias canciones, sin la necesidad de fingir una actitud
sumisa ante los blancos, hacia quienes tiene resentimientos motivados por los
traumas de su niñez.
Por su parte, el resto de los integrantes del grupo asumen una postura
consciente de que la sociedad no está estructurada para beneficiarlos, por lo
que se dedican a ejercer su empleo como músicos y depositan su fe en entes como
Dios.
Rainey encarna los dos tipos de sentimientos. Por un lado, se muestra
como una estrella omnipotente y le exige a su entorno —especialmente, a los
empresarios discográficos— que cumplan con todos los requerimientos que ella
pide; desde que le traigan una bebida fría a la inmediatez hasta que registren
tantas tomas como sea necesario, para que así su sobrino tartamudo también
pueda participar de la grabación.
Esto genera que, frente a cada orden, su representante cumpla con todo
lo que solicita, porque sabe que si no lo hace, la cantante simplemente dejará
de trabajar con él, como le recuerda en reiteradas ocasiones
Pero aquella personalidad no se debe a un asunto azaroso. Rainey es
consciente de que la disquera solo se interesa en ella porque genera ganancias
a costa de su voz, así que se comporta de esa manera para manifestar que, desde
su posición como una artista reconocida, puede empoderarse frente a los hombres
blancos que son privilegiados por el sistema.
The Guardian define la película como “una detonación de pura potencia de fuego de
actuación. Puede ser declarativa y actoral, pero también es ferozmente
inteligente y violentamente enfocada, una ópera de pasión y dolor”; mientras
que la reseña de The New York Times detalla que en la obra “abundan los
absurdos y las frustraciones, la sombra letal y desgarradora del racismo
americano recae sobre los músicos y sus instrumentos”.
Tanto esas publicaciones, como Variety, The Telegraph, BBC y The
Hollywood Reporter, entre otras, destacan la intensidad en el último papel
de Chadwick Boseman antes de su muerte. Incluso, en una reciente entrevista con
el primero, Wolfe declaró: “Me siento bendecido por haberlo conocido y por esta
asombrosa actuación, trabajar con él se sintió poderoso, tal como se ve en la
pantalla”.
Si bien, la historia que expone el filme tiene un carácter ficticio, sí
cumple con mostrar cómo operaba la industria disquera de la época, además de
presentar a la intérprete de “Runaway Blues”, quien no solo destacó por ser una
de las primeras mujeres en grabar sencillos, sino que también escribía
canciones que exponían abiertamente su bisexualidad y sus relaciones con otras
mujeres, una temática que aun resultaba provocadora para esos tiempos.
Una clara muestra de ello es “Prove it on Me”,
título que en los años 70 fue adoptado como un himno de lucha por los
movimientos lésbicos que surgieron en Estados Unidos, según detalla el
libro Blues legacies and Black Feminism (Pantheon Books, 1998)
de la filósofa Angela Y. Davis.
La madre del blues
Nació en Columbus (Georgia) en 1886, como la segunda de una familia
conformada por cinco hijos, pero recién se adentró en la música cuando cumplió
14 años, edad en la que debutó como cantante en su ciudad natal. A partir de
ahí, se integró a distintos grupos de vodevil —género teatral que vincula la
comedia con números musicales— que giraban por las ferias de la zona, mientras
que dos años más tarde, empezó a incluir el blues como parte de sus
presentaciones.
Apenas cumplió los 18, se casó con el bailarín y cantante Will Rainey,
con quien recorrió el sur de Estados Unidos para presentar espectáculos en
conjunto e, incluso, llegaron a incorporarse a la compañía viajera Rabbit Foot
Minstrels, la cual era conocida por su elevado prestigio en el país.
Si bien, estuvieron juntos por más de una década hasta 1916, la pareja
acordó separarse para que cada uno siguiera su propio camino artístico, por lo
que Ma Rainey empezó a girar con un equipo de bailarines que la acompañaban en
la interpretación de sus canciones.
Según Esquire, durante esa época conoció a jazzistas como Louis
Armstrong, Joe “King” Oliver y Sidney Bechet, mientras que también adoptó a la
cantante Bessie Smith —quien es mencionada en la película— como una de sus
discípulas, debido a que ambas compartían dos elementos claves en su identidad:
el amor por la música y su bisexualidad.
La manera en la que Rainey se desenvolvía en su entorno no solo le
generó problemas de discriminación en ciertos círculos sociales, sino que
también, la llevó a protagonizar conflictos con la ley.
Un día, la cantante organizó una fiesta privada que incluía una orgía
entre mujeres como parte de las actividades, pero aquel plan fue interferido
cuando la policía de Chicago se enteró del hecho, hasta el punto en que
llegaron a encerrarla por lo que, en aquel entonces, era considerado un delito.
Recién pudo salir cuando Smith asistió al recinto con dinero para pagar la
fianza.
A pesar de que en esa época, la artista ya gozaba de popularidad en el
sur de Estados Unidos, su momento de mayor apogeo fue cuando firmó un contrato
con Paramount, luego de ser descubierta por el productor J. Mayo Williams en
1923. Así, grabó casi cien sencillos con la firma discográfica y colaboró
—tanto en el estudio como en los escenarios— con artistas como Jelly Roll
Martin y Louis Armstrong, a quien ya había conocido hace unos años.
Pero todo ese momento de éxito duró apenas cinco años, debido a que
desde el sello le aseguraron que su estilo había pasado de moda, según informa
Esquire, por lo que la cantante volvió a la escena ferial que la vio
desarrollarse desde sus inicios y, con sus ahorros, compró dos teatros para
generar ingresos económicos.
De esta manera, se mantuvo alejada de los grandes escenarios, hasta que en 1939, murió de un ataque al corazón que la afectó a sus 53 años, mientras residía en el estado de Georgia. Y a pesar de que su nombre era más que conocido en el circuito musical, en su certificado de defunción se le catalogó como una “ama de casa”; Ma Rainey recién pasó a ser reconocida como artista en los documentos oficiales cuando se le incluyó en el Salón de la Fama del Blues en 1983 y en el Salón de la Fama del Rock and Roll en 1990.
(LA TERCERA / 23-12-2020)
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