por Fidelia Caballero Cervantes
Para el poeta Eduardo Milán lo que se
está viviendo en la poesía, desde los setenta para acá, es una “especie de
hiperproducción, todo el mundo escribe poesía y nadie sabe el valor que tiene
porque se perdieron los parámetros críticos”.
El excolaborador de Vuelta, detalla que “como los jóvenes se ven sólo a sí
mismos, pues eso no te da una visión de lo que es el devenir de la poesía a
través de los últimos tres siglos, estás embobado leyendo lo que leen tus
cuates, con los cuales te emborrachas; esto está muy bien, pero eso es una
parte, hay que leer a Góngora y saber quién era, y a los poetas provenzales que
son fundamentales en todo este cuento; para mí, Guilhem de Peiteus, un poeta
del siglo XI, insuperable todavía hoy, o el Mallarmé de Un golpe de dados, son
grandes niveles de la poesía a nivel universal a través de los siglos”.
Eduardo Milán, nació en Rivera,
Uruguay, un 27 de julio de 1952. Es poeta, ensayista y crítico literario,
radicado en México desde 1979. En 1997 ganó el Premio Nacional de Poesía
Aguascalientes por Alegrial. Nos comunicamos vía telefónica, la que Eduardo atendió amablemente.
Lo primero, es la pregunta que le
estamos haciendo a todos los poetas, que es como el esqueleto de las
entrevistas: ¿Qué cosa es la poesía mexicana?, ¿cómo la entiendes y cómo la
vives?
A mí no me interesaría separar a la
poesía mexicana del resto de la poesía. Tenemos la mala costumbre o la
costumbre tradicional de separar a la poesía del resto de las experiencias
humanas, pero fíjese que, como la poesía la hace el hombre y el hombre está
profundamente enfocado en la pandemia, en esto que no es una broma de fin de
año o del año 20, con esto que estamos viviendo ahora, yo pienso que la poesía
también va a verse modificada. Entonces puedo hablar de antes de comenzar a
vivir el fenómeno de la pandemia, el encierro y puedo tratar de intuir lo que
va a venir o compararlo con lo que vivía cuando llegué acá y entré a trabajar
con Octavio Paz en Vuelta, que me dio
una columna que fue bastante sonada, para bien y para mal: conseguí una
cantidad de enemigos y conseguí una cantidad de gente que me respetó.
Poesía ensimismada
“La que había entonces era una poesía
radicalmente ensimismada. Por ejemplo, la revista Vuelta era concebida por una serie de
intelectuales de primera línea, creo yo, que estaban muy informados de lo que
pasaba a nivel latinoamericano y mundial, pero el resto de la gente vivía con
el paradigma de José Gorostiza, Jaime Sabines y Efraín Huerta, era todo como
muy localizado, una poesía como autorreferente, y yo vengo de un panorama
muy abierto en cuanto a recepción de lo que es material poético mundial, de
manera que esa especie de “centramiento” que tenía la poesía mexicana fue
bastante duro al principio, pero bueno, uno se acostumbra y lo va
sobrellevando”.
Eduardo escribió un libro sobre la
poesía mexicana llamado Una crisis de ornamento que fue publicado por la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, luego se reunieron sus ensayos en
el FCE, En suelo incierto, ensayo (1990-2006), publicado en el 2014. “Creo que más o
menos contesto de cómo me he llevado con la poesía mexicana. Claro, hay
excepciones, la cosa fue agarrando otro cariz. Ernesto Lumbreras, de quien te
hablaba y a quien quiero y respeto mucho, hizo conmigo una antología sobre
poesía latinoamericana, Prístina y última piedra, editada por Aldus, y
ahí metimos lo que pensábamos de la poesía latinoamericana”.
Lo local se va a redimensionar
¿Se puede escribir una poesía
regional y ser universal a la vez?
Sí. Y ahora es muy probable que se
cultive un poco más lo local con esta crisis, es una de las posibilidades de la
crisis pandémica y sanitaria que también es humanitaria que estamos viviendo a
nivel mundial. Lo local, creo, se va a redimensionar en relación a la
globalización que teníamos y que tenía una parte falsa, y la parte falsa es la
que creía que todos los productos a nivel mundial, lo cual es una fantasía, una
cosa medio estúpida, iban a circular en pie de igualdad con el mundo; imagínese
que un producto cultural de Nueva York tenga la misma circulación que un
producto cultural etíope o de Ruanda o de algún lugar africano, eso es para
dementes, no existe. Entonces, capaz que lo local ahora va a tener una
redimensión y se va a colocar en otro lugar como valor de recirculación.
¿Puedes mencionar a cinco poetas
vivos indispensables para ti?
¿Vivos o muertos?
Vivos. Bueno, si puedes mencionar
vivos, vivos; si no tienes vivos, pues muertos.
(Risas)… Augusto de Campos, un
brasileño; Bernard Noël, un francés; Anne Carson… ¿van tres?…
Sí, van tres. Bueno, no tienen que
ser exactamente cinco…
Sí, sí… emmh… y…. Es una pregunta
súper difícil (risas)…
Porque muertos hay muchos, ¿no?
Sí, los muertos son mayoría (risas)…
A ver, a ver… No, me refiero, cuando me has hecho la pregunta así, me refiero a
los que todavía leo. Porque uno empieza a leer para atrás, por decirlo así. Se
me achicó el cuento…
(Risas)…
Y no quiero ser mezquino, porque
claro, tengo que mantener el nivel, porque dije Augusto de Campos, Anne Carson,
dije Bernard Noël, se me cae todo (risas)… Zurita.
Raúl Zurita.
Raúl Zurita. Van cuatro. Olvido
García Valdés, voy a poner a Olvido, alguien más la nombró en una entrevista
tuya, ¡ah, Ernesto! Es una española.
Ya pasó el gran momento
¿Se está escribiendo buena poesía o
los poetas han bajado la calidad?
Mira, pasó algo… es una pregunta,
¿verdad?, si la calidad ha variado. Es que yo, mira, yo no sé si la calidad ha
variado o lo que ha variado es nuestra propia relación con la poesía, porque la
poesía tuvo, sobre todo en el siglo XIX, que es clave, y a partir del siglo XX
con las vanguardias históricas: Dadá, el surrealismo, el futurismo soviético,
hay ahí una reelaboración de lo que es la poesía en general. Aunque hay otros
momentos de auge, nuestro momento histórico fundamental es en el siglo XX, si
obviamos el modernismo de Darío, Julio Herrera, Othón y esa gente, ¿verdad?, el
modernismo hispanoamericano que le llamaban.
Milán nos cuenta que “tuvimos nuestro
gran momento durante los primeros años del siglo XX cuando a Europa se le caía
todo, creyendo que asistía a la ruina de la civilización, porque la Primera
Guerra Mundial fue una carnicería como no teníamos idea. Ahora, para nosotros,
aquel momento del primer Neruda, el primer Vallejo, Emilio Adolfo Westphalen,
grandes poetas, y Huidobro, claro, y después hay que esperar un rato para que
aparezcan, a mitad de 1950, la poesía concreta en Brasil, Nicanor Parra en
Chile, Carlos Martínez Rivas, Oliverio Girondo en Argentina; estoy pensando en
libros que publican ellos en ese momento, ¿verdad?, porque en realidad, algunos
ya venían publicando desde antes, pero la década de los 50tas, fue fundamental
para nosotros”.
La palabra poética indistinguible
Para Eduardo, hoy tenemos una relación diferente, menos sacralizada con la poesía, “lo cual está bien”, explica, “pero por otra parte está mal, porque se pierde cierto rigor en la escritura y todo pasa o todo vale. Entonces, por eso te digo, sin ponerme solemne, porque aquí hay una tendencia a volverse solemne al hablar de poesía o ponerse serio… porque la poesía se hace con palabras, pero una cosa es la palabra del antiguo testamento, la palabra incluso de Quevedo, y otra cosa es la palabra de hoy, toda manoseada por el discurso político y nadie distingue entre palabra de partido político y palabra poética, entonces es un entrevero”.
“Hay
muchas vertientes poéticas a partir de fines de los setentas, cuando arranca el
combate que establece la postmodernidad contra la antigua modernidad, que
autoriza el uso de todos los repertorios formales, cosa que la modernidad no
hacía. Si usted es moderno, usted sabe que tiene que inventar, su misión es lo
nuevo, no existe otra cosa para usted, y eso explica que haya aparecido gente
como Joyce, Elliot, Ezra Pound, Wallace Stevens, Marianne Moore, toda esa gente
en Estados Unidos, de lo contrario no se explica, y no se explican las
vanguardias y no se explica nada”.
“Pero insisto, cambió nuestra
relación en cuanto al material poético, en cuanto a la escritura o a la
producción, cambió de lo que era cincuenta, sesenta años atrás, y no estoy
hablando de hace tres o cuatro siglos, estoy hablando de ahora”, reflexiona
el poeta.
No hay poetas pensadores
¿Tiene eso qué ver con que en México
no hay una buena crítica literaria?
Mira, en México hay grandes críticos,
yo creo que hay gente que son de primerísimo orden, Guillermo Sheridan,
Christopher Domínguez, Evodio Escalante, de distintas trincheras y son grandes
críticos, pero lo que no hay es lugar para ejercer la crítica. Si la crítica es
una crítica que está remitida a los periódicos, es una crítica de muy corto
aliento o de decirle sí o no a un libro, tratar de hacer como un pacto con las
editoriales para vender o enterrar el libro, pero si la crítica literaria está
remitida o limitada al mundo académico es muy poco, es muy pobre, porque el
mundo académico está cerrado… bueno, ahora todo está cerrado, pero el mundo
académico es como los conventos medievales, entre cuatro muros.
Eduardo Milán explica que esta relación con la
crítica no es una cuestión privativa de México, “es cuestión de
contar con el espíritu crítico, la figura del poeta pensador o del poeta crítico
como lo llamaba Baudelaire, que alcanzó con Octavio Paz una especie de figura
cumbre, o con Haroldo de Campos en Brasil, no hay más, de esos ya no hay”.
“Entonces, los poetas tienen bien
separada el área o el territorio entre ejercicio de la crítica y ejercicio de
la escritura, desde el punto de vista de la creación. Eso, efectivamente,
margina a la crítica, y todavía existen los poetas que se toman a nivel
personal lo que dicen los críticos. Esa cosa es muy parroquial, pertenece a
1910, es una cuestión que está un poco, digamos, añeja, el ejercicio critico es
una prueba de salud de un órgano como de cualquier organismo, la puesta en
crisis es una prueba de salud. Cuando estás enferma, entras en crisis y bueno,
tu organismo resiste o no resiste la crisis, pero ahí depende de la salud, a
favor o en contra. El organismo poético es igual, tiene que pasar la crisis y
entonces vemos. ¿Quién pone en crisis, teóricamente, al organismo poético? El
aparato crítico. Si no hay un aparato crítico, el organismo poético puede andar
por ahí en mal estado contagiando a todo aquel que se deje”.
Tradición y origen
¿Cuál fue el ambiente en el que
creciste?
Yo llegué acá ya grandecito, a los
treinta años, con título universitario, cuatro libros publicados, habiendo
participado en un grupo de rock, y con mi padre preso político por doce años,
durante la dictadura militar de Uruguay y por eso llegué acá, si no… De manera
que mi vida familiar fue bastante errática, soy huérfano de madre desde el año
y medio, y después mi padre preso político, de manera que, con una familia,
como comprenderás, llena de altibajos… Así me crie, pero tuve la suerte de
tener dos maestros en mi educación secundaria y universitaria, que para mí son
dos grandes poetas, además uruguayos, Jorge Medina Vidal y Washington
Benavides, son poetas muy conocidos en el Uruguay y lamentablemente muy poco
conocidos acá. El FCE publicó hace como un año y pico, una antología de
Benavides, de Medina no; yo hice lo posible para publicarlos y los publiqué en
una antología de poesía iberoamericana que hicimos dos españoles y dos
latinoamericanos, Blanca Varela y yo por Latinoamérica y José Ángel Valente y
Andrés Sánchez Robayna por España, eso fue publicado en Circulo de Lectores en
Galaxia Gutenberg en 2002, se llama Las ínsulas extrañas. Después de Medina
Vidal y Benavides, a los 22 años, viajé a Brasil (mi madre era brasileña y el
portugués de Brasil es mi lengua materna, esa es una cultura literalmente
familiar para mí) conocí a los poetas concretos de Sao Paulo en 1974, que para
mí fueron fundamentales, aunque yo nunca escribí poesía concreta, pero trabé
amistad, sobre todo con Haroldo de Campos y con Décio Pignatari, ellos son
tres, Augusto y Haroldo que son hermanos y Décio. Y bueno, eso a mí me formó.
En una existencia inestable, muy movimentada; un aprendizaje, aunque en un
ambiente medio traumático, queda.
¿Cómo es un día ordinario de creación
en tu vida?
Fíjate que en mi trayectoria tengo
periodos muy diferentes, en el sentido de que hay momentos de gran intensidad y
otros momentos de nada. La gente como yo aprovecha cuando recibe algún tipo de
apoyo, porque no sabe cuándo va a repetir el numerito, entonces cambia bastante
la dinámica del modo. Por ejemplo, cuando yo tenía que llevar a mi hijo más
chico a la escuela todos los días, como me tenía que levantar muy temprano,
escribía todas las mañanas, fueron durante más de diez años, el momento de
mayor escritura en toda mi vida. Claro, fueron muchos años de ir a llevar a mi
hijo a la escuela que estaba lejos e irlo a buscar, y tenía el tiempo muy
marcado”.
“En otros periodos traté de escribir
todos los días y así se ejerce un cierto rigor temporal, no sé si intelectual,
pero sí temporal, que, si uno no tiene ese aliciente o esa obligación, todo se
vuelve un poco más elástico y… Ahora, te diré una cosa, yo no creo que haya que
obligarse y atarse, como hacía Pavese, a la silla para poder escribir, no creo
en eso, si uno quiere escribir o tiene que escribir o siente que tiene que
escribir, se sienta, o parado como hacía Fernando Pessoa, y escribe; y si no
tiene nada que escribir, que no escriba, en el fondo da igual (risas)…”
No se puede enseñar poesía
¿Se puede enseñar a escribir poesía?
No, yo no creo en eso, yo jamás di un
taller de poesía en el sentido de decir: “Mire, en vez de poner “rojo”, ¿por
qué no le pone “carmín”? (risas)… que además tiene una rima asonantada con jazmín
o camino” … No, no, no. No creo en eso, estoy en contra, yo lo que daba –y sigo
dando- son cursos”.
“Estar en contra de enseñar a
escribir, no es en el sentido de que haya que prohibir, por supuesto, quiero
decir que se puede confundir, porque hay mucha gente que se agarra del
reconocimiento de una figura a la cual hay que seguir y tal, y siguen lo que la
persona dice y el otro sólo se gana la vida como puede, pero yo preferiría no
enseñar, preferiría decirle a la gente otras cosas:
“Mire, busque por usted mismo y sobre
todo, créaselo usted, si usted no se lo cree, todo es inútil, todo
absolutamente es inútil y la capacidad de error y aciertos viene de las
lecturas, sobre todo con las lecturas tempranas, uno ahí se da cuenta de cómo
querría escribir”. “Yo creo que uno se da cuenta medio temprano, no sé cuándo,
pero bastante temprano; claro que uno aprende tarde y a veces demasiado tarde,
pero se da cuenta temprano. Es medio raro esto”.
Bueno, ¿y qué estás escribiendo, en
qué estás trabajando?
Fíjate que estoy en una especie como
de… no tengo ningún proyecto, estoy viviendo esto (pandemia) como puedo porque
ya estoy viejo. Vivo esta cosa que nos agarró a todos hace diez meses, un poco
al día. No tengo ningún proyecto.
Eduardo Milán ha sido profesor en la UNAM, en la UIA, en la Universidad del Claustro de Sor Juana y en el ITAM. Fue miembro del consejo de redacción de Vuelta. Colaborador de El Ángel, El Nacional, La Crónica de Hoy, La Jornada, Novedades, Revista de la Universidad de México, Siempre! y Textual.
(BAJOPALABRA / 12-1-2021)
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