Los tres lenguajes del tango (3)
Gobello y Cañas (8) consideran que el lunfardo en las dos últimas décadas
del siglo va ganando no sólo la calle sino la literatura popular, el
periodismo, el teatro. De estos últimos, dicen, vuelve a la circulación. Pero
el habla que ahora se tiende a llamar lunfardo y que entonces apenas lo contaba
como uno de sus ingredientes, sólo aparecía en algunas de las efímeras letras
que se cantaban sobre tangos conocidos y en canciones y coplitas aisladas.
García Jiménez (29) cita esta que canta Linda Thelma en un escenario ‘mientras,
dice, marca un ocho’:
Soy un pobre compadrito
que la mina
se’spiantó con la menega
y las cosas del bulín.
No está incorporado todavía oficialmente, digamos, a las letras del
cancionero popular rioplatense. Tanto es así, que el estreno público de Mi
noche triste en 1917 es su acontecimiento y se consideró como una audacia y
como un punto de partida. Hacía entonces unos diez años que La morocha andaba
de boca en boca, pero a pesar de su éxito, no causó tal conmoción; propia u
ocasional, no era raro que un tango llevase letra y, por sobre todo Villoldo no
había llegado a lo que Contursi hace: cantar a su público en su propia lengua.
No hay que pensar que el tango iniciaba esta etapa con un vocabulario
cerrado, grosero, que buscara halagar lo peor de su público. Eso vendría
después.
Dice Tallon (10) que Mi noche triste inauguraba ‘el tema repelente
del canfinflero que llora abandonado por su querida prostituta’. Nada más injusto.
Puede que la realidad fuera repetidamente esa, pero lo que inaugura Contursi
para el tango es el tema del amor desdichado, y lo dice con ternura,
delicadeza, emoción. No se trata de defender una obra sino de aclarar que estos
hombres tenían un propósito artístico y que, si bien no la ocultaban,
trasmutaban la pobre realidad. Cuando se dio la versión sórdida los versos no
perduraron, lo que es un síntoma, como pasó con estos que recuerda Fernán Silva
Valdés:
Llega el lunes y a la mina
no le alcanza pal lavao,
entonces el taita encabreao
bronca con la percantina
…………………………….
que es puro mistongelaje
el sport que da una mina.
Volviendo a Mi noche triste, es evidente que aquella misma actitud
se adopta frente al lenguaje, que no es el que se hablaba. El cambio se realiza
sin énfasis, con naturalidad, pero con una intención ‘literaria’:
Percanta que me amurastes
en lo mejor de mi vida,
dejándome el alma herida
y espina en el corazón,
sabiendo que te quería
que vos eras mi alegría
y mi sueño abrasador,
para mí ya no hay consuelo
y por eso me encurdelo
pa olvidarme de tu amor.
En su largo texto, aparte del voceo y de algún pa, hay una media
docena de palabras que podemos llamar lunfardas y que están usadas de modo que
las exime de toda connotación burda; especialmente ese “campaneando su
retrato” que se desliga de su pasado delincuente para servir a la poesía de
texto. Es el mejor uso, la mejor forma en que un dialecto o un vocabulario de
grupo -despreciado, en este caso- puede incorporarse al idioma mayor:
mesuradamente y sin oscurecer su contexto; por el contrario, este hace
comprensibles los vocablos que pudieran ser oscuros. Indica, pues, una voluntad
de hablar, de hacer valer su lenguaje, no de lucirlo, atosigando su texto a
riesgo de volverlo hermético.
Comparando el uso del lunfardo que se hace en esta pieza -y ya partir de
ella en el mejor tango- con el que se venía haciendo en el sainete, se
comprueba a favor de ella otro hecho importante, que señalan los ya citados
Gobello y Cañas: ‘salvó al lunfardo del destino caricaturesco a que parecía
haberlo condenado el sainete’. Salvó al tango, también. Y hay más. Porque no
sólo evitará este lo caricaturesco posible sino que sorteará, como norma,
ciertos errores y deformaciones más gruesas, torpezas, idiotismos, que el
sainete no siempre inventa sino que los recoge de la calle: si se coláramo,
qué queré, vámose; o voces o giros que parecieran burdos, que sonaban mal.
Gobello (11) anota que el hombre del tango está borracho, escabiao o en
curda; hasta ebrio; rara vez mamado. No se macha ni se
agarra una tranca o un peludo; jamás, dice, está en pedo,
voz que a pesar voz que a pesar de su origen castizo (embebdarse), suena mal.
Puede comparar también ese lenguaje con textos de quienes han buscado
recoger en su prosa el habla real de la calle, lo que se oye y tal cual se oye.
Por ejemplo, de Fray Mocho. Este repite cha digo, juna gran siete;
escribe dejemelón, que le dijiese; o El hombre juga de la vida asigún
está de comida o, aun, Vez pasada dentré a trabajar en el rejuardo y
conocí en la fonda ande almorzaba a un muchacho lavaplatos que era la roña andando.
Notas
(8) José Gobello y Luis Soler Cañas, Primera antología lunfarda, Buenos
Aires, Ed. Las Orillas, 1961.
(9) Francisco García Jiménez, Vida de Carlos Gardel, Buenos Aires,
1945.
(10) José Sebastián Tallon, El tango en su etapa de música prohibida,
Buenos Aires, LADLA, 1959.
(11) José Gobello, Lunfardía, Buenos Aires, Argos, 1953
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