EL NUEVO TESTAMENTO DEL TEATRO
EUGENIO BARBA Y JERZY
GROTOWSKI (9)
¿No es el actor
“santificado” un sueño? El camino a la santidad no está abierto para todos.
Sólo algunos elegidos pueden seguirlo.
Como ya dije antes, no se
debe tomar la palabra “santo” en el sentido religioso. Es más bien una metáfora
que define a la persona que con su arte puede ascender la escala y realizar un
acto de autosacrificio. Por supuesto que tiene usted razón: es una tarea
infinitamente difícil el unificar una compañía de actores “santos”. Es mucho
más fácil encontrar un espectador “santo” -según lo que yo entiendo por esa
palabra-, porque sólo viene al teatro por un breve momento a fin de esclarecer
una cuenta consigo mismo, y de esa manera no necesita imponerse la terrible
rutina del trabajo cotidiano.
¿Es por ello la santidad
un postulado irreal? Yo bien que es un postulado tan bien fundamentado como el
movimiento de la velocidad de la luz. Quiero decir con esto que aunque no se
logre en su totalidad poder tratar consciente y sistemáticamente de caminar en
esa dirección, hasta conseguir resultados prácticos.
La actuación es un arte
particularmente ingrato, se muere con el actor. Nada lo sobrevive sino las
reseñas periodísticas que generalmente no le hacen ninguna justicia, ya sea
buena o mala; por tanto la única fuente de satisfacción que se obtiene es la reacción
del auditorio. En el teatro pobre no significa flores ni aplausos
interminables, sino un silencio especial en el que existe tanta fascinación y
al mismo tiempo tanta indignación y hasta repugnancia, que el espectador no
dirige a sí mismo sino al teatro: es difícil encontrar un nivel psíquico que le
permita a uno soportar tal presión.
Estoy seguro de que todo
actor que pertenezca a un teatro como este sueña a veces también con ovaciones
espectaculares; oír su nombre proclamado, ser cubierto de flores u otros
símbolos de apreciación como es de costumbre en el teatro comercial. El trabajo
del actor es también ingrato porque exige una supervisión incesante. No es como
ser creativo en una oficina, sentado frente a una mesa; se está por el
contrario bajo el ojo del productor, que aun en un teatro que se apoya en el
arte del actor tiene exigencias continuas, mayores que en el teatro normal, y
que lo obligan a hacer esfuerzos cada vez más terribles y profundamente
penosos.
Esto sería insostenible
si el director careciese de una autoridad moral, si sus postulados no fuesen
evidentes y si no existiera un elemento de confianza mutua más allá de las
barreras de la conciencia. Pero aun en este caso sigue siendo un tirano y el
actor debe lanzar contra él ciertas reacciones mecánicas inconscientes, como
las de un alumno frente a su maestro, como las de un paciente contra su médico
o las de un soldado contra sus superiores.
El teatro pobre no le
ofrece al actor la posibilidad de un éxito diario. Desafía la concepción
burguesa de un estándar de vida, propone la sustitución de una riqueza material
por la riqueza moral que es su principal objetivo en la vida. Sin embargo,
¿quién no acaricia, en secreto, el deseo de obtener un éxito repentino? Esto
puede causar también relaciones negativas y oposición, aunque no estén
claramente formuladas. El trabajo en una compañía de ese tipo nunca será
estable. Siempre será un enorme desafío y además, despierta reacciones potentes
de aversión que a menudo amenazan la existencia misma del teatro. ¿Quién no
busca la estabilidad y la seguridad en una forma o en otra? ¿Quién no desea
vivir mañana como se vive hoy? Aunque conscientemente se acepte cierto status,
inconscientemente se busca siempre ese refugio inalcanzable que reconcilia el
agua con el fuego y la “santidad” con la vida del “cortesano”.
La atracción de esta
situación paradójica es suficientemente fuerte como para eliminar todas las
intrigas, disminuir las quejas sobre los papeles que forman parte de la vida
cotidiana de nuestros teatros. La gente siempre será gente y las quejas reprimidas
no pueden evitarse.
Es bueno mencionar, sin embargo, que la satisfacción de tal trabajo ofrece es muy grande. El actor que en este proceso especial de disciplina, autosacrificio, autopenetración y moldeo no tiene miedo de ir más allá de los límites normalmente acepables, obtiene una especie de armonía interior y una paz mental. Se convierte en una persona mucho más sana de mente y de cuerpo y su forma de vida es más normal que la de cualquier actor de teatro rico.
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