1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
HISTORIA Y FICCIÓN
II. LA EMERGENCIA DE UNA
LÓGICA PASIONAL (2)
A veces insólitos -como
la rara vestimenta roja de la muchacha de Los niños en el bosque, el anillo
enterrado por Díaz Grey en la arena o el caminar apático y pesado de Angélica
Inés-, otra veces irrisorios -como la colección de fotos de El álbum o
las dos polveras cómicamente idénticas de Larsen-, ya desgarradores -como el
ajado vestido de novia de Moncha Insurralde o las siniestras excavaciones de
los obreros en Tan triste como ella-, ya poéticos -como la prodigiosa
blancura de la ola rompiente que espumea en las páginas de Dejemos hablar al
viento-, los símbolos, sin ninguna duda, cumplen con una función decisiva
en la obra de Juan Carlos Onetti. Uno de los más particularmente sugestivos es
el de la llave, a propósito del cual se da a entender en Juntacadáveres que
el desciframiento simbólico puede constituirse en una vía privilegiada de
acceso al significado. Porque al referirse a la ambigua y un tanto anacrónica
aventura del Falansterio, el narrador recuerda prioritariamente, y no sin
malicia, el detalle a primera vista insignificante de las puertas de los dormitorios
desprovistas de cerraduras o, con más exactitud, provistas de cerraduras y
llaves manifiestamente inútiles y sin embargo necesarias para el funcionamiento
armonioso de la comunidad. Sólo esta anécdota parece haber sobrevivido as las
múltiples versiones seudohistóricas -así como a las dudas, las calumnias y la
indiferencia- suministradas por los testigos de tan increíble empresa:
Se habló también de que,
por variar de oráculo, jugaron a veces sorteando llaves de dormitorios. Esta
idea tiene su encanto, su fantasía. Pero yo, como historiador integérrimo y pundonoroso,
no he podido aceptarla. Porque es muy poco probable, usted debe saberlo, que
los dormitorios de la estanzuela de Marcos Bergner tengan cerraduras y llave.
Además, no las necesitaban; salvo, puede admitirse con reservas, que se usaran
como símbolos, como una variante poética de la ceremonia (44)
Creemos que este pasaje
debe ser interpretado como elogio elocuente y divertido de la perennidad del
símbolo -aquí estamos, en efecto, frente a un símbolo de segundo grado- y una
llamada a revalorizar el desciframiento simbólico demasiado a menudo
sacrificado por el engañoso culto al Hecho y su Objetividad. La llave es en
verdad inútil, pero el deseo de la llave resulta irreprimible. La Historia,
parece decirnos el narrador y fundamentalmente el novelista, sólo sobrevive a
través de sus representaciones simbólicas y de un caprichoso y divertido caudal
imaginario, donde se manifiestan sin embargo las expectativas y los deseos más
secretos y más contradictorios de un hombre. Si la Historia se infiltra, por lo
tanto, en la obra de Juan Carlos Onetti, y logra expresarse plenamente, es a
todas luces gracias a una gravitación mucho más emocional que racional. No se
trata, por supuesto, de emprender aquí un análisis exhaustivo de los símbolos
onettianos, sino que importa señalar y apreciar justamente el valor emocional,
irracional y casi mágico que comportan estos, arrojando una claridad que se
proyecta sobre la totalidad de la obra.
Una mera aproximación a
la producción de Juan Carlos Onetti demuestra, en efecto, que la fascinación y
la repulsión son los dos sentimientos más frecuentemente suscitados por la
Historia en los principales personajes. Ya desde los primeros cuentos, ellos
aparecen constantemente tironeados por dos posibles conductas opuestas. Y no
suelen detenerse a analizar las razones profundas de su comportamiento. Más
bien se abandonan, como Lorenzo o Raucho en Los niños en el bosque,
hacia uno u otro extremo. Lorenzo, por ejemplo, enfrentado a una sociedad
mediocre, reivindica con un tono provocativo y pasional, el derecho a una
agresividad capaz de recurrir incluso al asesinato:
Al cuerno. Pero no sé qué
idiotez querías que te oyera sobre un asesinato. Demasiado conversado, además.
-Calma, niños… Imaginaos
que un honrado seglar…
-¿Cómo lo imaginabas, al
honrado seglar?
-No me acuerdo; o me
parece que con galera y como tu padre cuando venía a buscarte.
-Ah… No, no es vanidad:
sos tan sucio y hediondo como tu conventillo. Perdoname, reconozco que no era
vanidad.
-Calma, niños. Bueno,
sigo. Eso, el lío de la otra tarde entre la vieja y el doctor, es el punto
número uno. Ahora viene el segundo. Yo no veo claro la relación con el otro;
pero necesité los dos, como si me apoyara en los dos, para saber por qué tengo
que matar a alguien (45)
Por cierto que la brutal
respuesta del adolescente es desproporcionada, ya que la única causa de estos
arranques de ira es la mera existencia de esas “bestias que sudan, arrastrando
las patas por la calle (…), (ocupando su aire) y (tragándoselo), sin pedir
permiso”, de esos brutos ruidosos cuya sola actividad fisiológica constituye,
para él, un delito mayor (46). En cuanto al comportamiento de Raucho, más
mesurado y optimista, también revela una percepción fundamentalmente emocional
de la vida. De ahí que su personalidad no permanezca a salvo, por cierto, de
bruscos virajes afectivos que lo transportan rápidamente de la euforia a la
desilusión, y después de la desilusión a una confianza irracional pero tenaz en
la irreductible belleza del mundo.
Notas
(44) Juntacadáveres, VXI,
pp. 143-144.
(45) Los niños en el
bosque, en Tiempo de abrazar, p. 119.
(46) Ibíd., p. 119.
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