lunes

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (124)

 Los tres viejos (9)

  

La Chancha Negra, que en el umbral observaba estupefacta, acudió dejando al pequeño sin el resguardo de sus faldas. Y al regresar cargada con los tres pares de espuelas y los ponchos, y trabándose en el nieto, ya el Carancho adoptaba urgentes disposiciones.

 

Diligentes, sus subordinados se evaporaron. El Lechuzón muy agachado, abatiendo la lanza, consiguió meter los caballos en el galponcito y ganó las chilcas. El Chimango buscó hacia su derecha, hacia la manguera. Observó la maniobra, el jefe. Luego, tomó posición tras el brocal del pozo, pegado al pecho el trabuco.

 

Una calma sobrecogedora se impuso en el patio. Le sintió el efecto, sin duda, el chingolo que iba a posarse sobre el jazminero. Porque, ya estiradas sus patitas, las plegó otra vez y salió hecho pedrada hacia la llanura.

 

Se había cerrado la puerta de la cocina. Por detrás se le deslizó en seguida muy gruesa aldaba. Pero la trancadora, luego de dar vuelta en un santiamén el asado, se acercó con sigilo al ventanillo opuesto, el que daba al campo, y lo entreabrió justo el ancho del ojo…

 

El punto aquel, factor de la confusión, se había convertido ya en un jinete que avanzaba a tranquilo galope.

 

-Poncho no trae… ¡ni sombrero! Aunque algo en la cabeza tiene… -se decía la vieja Chancha.

 

Sin despegarse de la dorada rendija, con un sopapo contuvo el empuje del bastardito trepado en un banco y empeñado en mirar también él, sin saber qué.

 

En el patio, el Carancho se mantenía en cuclillas, media cara asomada a un lado del brocal que le servía de resguardo. A su vista -más avezada que la mirada de la cocina- no escapó el fulgor, en delgada línea, encendido de cuando en cuando al costado izquierdo del caballero.

 

-¡Militar! -exclamó-. Viene de espada y de quepis. Bombero, en fija. Ya nos han salido en persecución… ¿Pero asunto de qué viene en pelo?

 

Esta comprobación sumió al observador en un mar de conjeturas. Mas como al que, a tumbos entre las olas, lo agarran y lo suben chorreando al bote, así, perdiendo suposiciones de todo calibre, quedó sostenido en una certeza medio a los balanceos, no muy rotunda.

 

-¡Ahá! ¡De espada y en pelos! ¡El Gobierno debe de haber hecho una leva! Y se le concertó tal mundo de gente, que no le alcanzaron los recados, salta a la vista.

 

El viejo Carancho aguardó. Y en el preciso momento en que el jinete desaparecía hasta la cabeza tras la inmediata colina, se adelantó muy agachado, corriendo, hacia el camino, y se apostó entre un matorral de chilcas amartillando el trabuco. La mirada de la Chancha quedó pendiente de aquella inmovilidad.

 

Ahora, sobre la cuchilla, apareció un quepis. En seguida, una chaquetilla militar, equina cabeza, muy rojas bombachas. Luego, la ecuestre figura ya completa tomó cuesta abajo.

 

-¡Pah! ¡No hay cómo errarle! -exclamaba la dueña de la casa-. ¡Me lo fulmina! ¡Porque le va a pasar frente con el caballo! ¡Hecho regadera va a quedar el pobrecito!

 

Entreabrió más la ventanilla. Y a influjos de una súbita claridad que se le hizo en la mente:

 

-¡No hay nada que hacerle! ¡Estos tres son de Don Juan, no más! -se dijo tapándose los oídos.

 

No oyó, pues, el ¡Alto! que chasqueó junto al camino. Vio, sí, la brusca frenada. Y el meneo de gallina clueca que hubo entre las chilcas para dar trabajoso paso al Carancho, avanzante atrás del trabuco, hacia el jinete.

 

-¡El Soldado Macá! ¡El Asistente del Sargento Cimarrón! ¡El Asistente!

 

Ante este descubrimiento, la Chancha abrió, no más, de par en par, el ventanillo y se asomó, ansiosa, no sólo de ver más sino de no perder palabra, también.

 

A pesar del aire con que se venía el del trabuco, el miliciano, reconociéndolo, cambió su súbita zozobra por una sonrisa indulgente. Adrede, en ostensibles reojos, lanzaba significativas miradas sobre sus bombachas rojas y sobre su espada, para que el otro las advirtiera de una vez. Para que también reparara en su quepis, le hizo una solemne venia.

 

-¡Buen día, don Carancho! ¿No me conoce?

 

-No, señor. Yo, ahora, no conozco a nadie.

 

-¡Pero don Carancho…!

 

-¡Usté está preso! ¡Eche pie a tierra y dígame de dónde viene y cuál es su destino!

 

-¡Pero, hágame el favor! ¿Cómo voy a estar preso yo, don, si soy policía? -exclamaba con ojazos de estupor el Macá.

 

-¡No le hace! ¡Yo de estos casos he visto muchos! ¿No ve que nosotros andamos sublevados?

 

-¿Pero cómo? ¿Hay guerra desde cuándp?

 

Cual si sintiese que le estuvieran empujando el quepis desde adentro, ahora se lo sujetaba a cada instante, el Macacito.

 

-No es guerra, señor. Es un desacato de los que desde que el mundo es mundo hay en los pagos… ¡Pero usté se me baja en seguida, que no me va a sacar más explicaciones!

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+