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ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (33)

 


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Viaje al cosmos del alma (1)

 

De este modo tituló el estudioso del Islam Dr. Rudolf Gelpke su informe sobre sus autoensayos con LSD y psilocybina, publicado en la revista “Antaios” (cuaderno de enero de 1962), y así también podrían designarse las siguientes descripciones de experiencias con LSD. La expresión está bien elegida, porque el espacio interior del alma es igual de infinito y enigmático que el espacio cósmico exterior, y porque tanto los cosmonautas del espacio exterior cuanto los del interior no pueden permanecer allí, sino que tienen que regresar a la tierra, a la conciencia cotidiana. Además, ambos viajes exigen una buena preparación, para que puedan desarrollarse con un mínimo de peligro y convertirse en una empresa realmente enriquecedora.

 

Los informes siguientes pretenden mostrar cuán distintas pueden ser las experiencias de la embriaguez provocadas por el LSD. La selección de los informes también estuvo determinada por la motivación que guiaba los ensayos. Se trata en todos los casos de informes de personas que no probaron el LSD simplemente por curiosidad o como estimulante extraño, sino que experimentaron con LSD porque buscaban posibilidades de ensanchar las vivencias del mundo interior y exterior, de abrir con esta droga/llave nuevas “puertas de percepción” (William Blake, Doors of perception), o, si conservamos el símil de Gelpke, de superar el espacio y el tiempo y llegar así a nuevas perspectivas y conocimientos en el cosmos del alma.

 

Los dos primeros protocolos de experimentos que se publican a continuación están extraídos del informe de Rudolf Gelpke citado al comienzo del capítulo:

 

Danza de las almas al viento (0,075 mg de LSD, 23 de junio de 1961, 13’00 horas). (1)

 

Después de haber ingerido esta dosis, que puede considerarse una dosis media, charlé muy animadamente hasta las 14 horas con un colega. Después me dirigí solo a la librería Werthmüller (de Basilea), donde la droga comenzó a actuar con toda claridad. Lo percibí sobre todo porque dejaba de interesarme el contenido de los libros que revolvía tranquilamente en el fondo de la tienda, mientras que se ponían de relieve detalles casuales que parecían adquirir especial significación… Después de apenas diez minutos me descubrió una pareja amiga, y tuve que dejarme arrastrar a una conversación, lo cual no me resultaba nada agradable, pero tampoco verdaderamente molesto. Escuchaba la conversación (y también a mí mismo) “como de lejos”. Las cosas de las que se hablaba (se trataba de cuentos persas que había traducido) “pertenecían a otro mundo”: a un mundo sobre el que podía opinar (porque hasta poco tiempo antes lo había habitado yo mismo y recordabas sus “reglas de juego”!), pero con el que ya no estaba relacionado en el terreno de los sentimientos. Mi interés por ese mundo se había extinguido… pero no podía dejar traslucirlo.

 

Después de que hube logrado despedirme seguí callejeando hasta la plaza del mercado. No tenía “visiones”; veía y oía todo como de costumbre, y sin embargo todo había cambiado de un modo inexplicable; había “paredes invisibles de vidrio” por todas partes. A cada paso que daba me comportaba más como un autómata. Sobre todo me llamaba la atención el hecho de que parecía estar perdiendo más y más el dominio de mis músculos faciales; estaba convencido de que mi rostro carecía de toda expresión y de que estaba vacío, laxo y rígido como una máscara. Sólo podía seguir caminando y moviéndome porque recordaba qué y cómo lo había hecho “en otros tiempos”. Pero a medida que el recuerdo se alejaba, me volvía cada vez más inseguro. Recuerdo que de algún modo me estorbaban mis propias manos: las metía en los bolsillos, las dejaba bambolearse, las cruzaba en la espalda… como objetos molestos que uno tiene que llevar consigo y no sabe bien dónde colocarlos. Así me sucedía con todo mi cuerpo. Ya no sabía para qué servía ni qué hacer con él. Había perdido toda capacidad de decisión; tenía que reconstruir las decisiones trabajosamente por el rodeo del “recuerdo de cómo lo hacía antes”; así me sucedió también con el breve camino desde la plaza del mercado hasta mi casa, adonde llegué a las 15’10 horas.

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