por Carlos Javier González Serrano
Fernando Ortega, doctor en Teología y autor de numerosos libros y artículos relacionados con la hermenéutica del pensamiento musical de Mozart, analiza en este singular, único e irremplazable volumen un elemento que, en ocasiones, ha sido injustamente desterrado de la interpretación de la obra mozartiana: su componente teológico interiorizado que pide exteriorizarse.
La tesis del autor, original y atractiva, es que, como declararon los románticos, el arte es la otra lengua de Dios, “y Mozart, como sabemos, fue el primer romántico de entre los clásicos”, leemos en el prólogo de Pablo Gianera; es por eso que la religiosidad mozartiana no sólo ha de ser buscada en sus obras de corte litúrgico, sino en el conjunto de sus creaciones. Lo que hace tan recomendable la lectura de este plurifacético libro es su mirada, que no es la del historiador ni la del musicólogo, sino “la de un teólogo que intenta explorar el alma creadora de Mozart”. Es decir, explorar el sentido de su música, el horizonte de su universo sonoro. No por ello se hace del compositor de Salzburgo un teólogo –ni mucho menos un santo–, ni se defiende que Mozart hubiera deseado traducir en música los dogmas cristianos. Y es que dos fueron, a juicio de Ortega, las inspiraciones fundamentales del músico: el amor y la muerte, que se manifestaban por todas partes en el gran misterio de la Vida y por tanto, y también, en su música. Y apunta: “gracias a su fe cristiana, a la relación con su madre y con su padre, a sus viajes, a su conocimiento del ser humano, al humanismo masónico, a su vida matrimonial, a sus éxitos y fracasos artísticos y materiales y a la creación de sus inolvidables melodías y personajes, comprendió, y así lo cantó hasta el final, que amor y muerte eran inseparables del perdón que las redime, del perdón original, fuente silenciosa de la que parece manar la dicha última y primera del canto mozartiano. De ahí la esperanza con la que su música nos regala y consuela”.
En el desarrollo de sus argumentos,
Ortega se apoya en la tesis del importante teólogo protestante Karl Barth,
quien se preguntaba:
¿Por qué y en qué se puede llamar a
Mozart incomparable? ¿Por qué ha producido, para aquel que pueda escuchar, casi
con cada compás que le pesaba por la cabeza y que asentaba sobre el papel, una
música para la cual el término “bella” no es la palabra adecuada? […] ¿Por qué
se puede sostener que Mozart tiene su lugar en la teología, en particular en la
teología de la creación, y también en la escatología?
Y contesta el propio Barth:
[A Mozart] se le puede otorgar un
lugar en el ámbito teológico porque acerca del problema de la bondad de la
creación en su totalidad sabía cosas que escapaban a los verdaderos Padres de
la Iglesia, a nuestros reformadores (y a muchos otros teológos), o que, en todo
caso, no han sido capaces de expresar y valorar. […] Es como si [Mozart]
hubiese escuchado el unísono de la creación, a la cual también pertenece lo
oscuro, pero cuya oscuridad de ninguna manera es tiniebla; y también el defecto
de ser, que de ninguna manera es falta; y también la tristeza, que no llega a
transformarse en desesperación.
El mismísmo Benedicto XVI, Joseph
Ratzinger, asegura en un texto que dedicó al músico de Salzburgo, Mein Mozart:
Mozart es pura inspiración. […] La
alegría que Mozart nos regala, y que yo siento de nuevo en cada encuentro con
él, no se basa en dejar fuera una parte de la realidad, sino que es expresión
de una percepción más elevada del todo, que sólo puedo caracterizar como una
inspiración, de la que parecen fluir sus composiciones como si fueran
evidentes.
En esta misma línea, que explica y
desarrolla, Fernando Ortega postula que, a través del ejercicio de su
genio, Mozart creo una música que lindaba con –cuando no se introducía
en– lo trascendente y, a veces, lo aclaraba y abría para todos
los públicos. Por ello, el autor sondea y escudriña la totalidad del itinerario
estético mozartiano, tratando de discernir su orientación fundamental. Un libro
del todo necesario, imprescindible y muy enriquecedor, para todos los
mozartianos y para quienes busquen nuevas vías de interpretación de su obra.
Como el propio Mozart dejó escrito poco antes de morir (julio de 1791):
No puedo explicar lo que siento: es una cierta aspiración que no puede ser satisfecha y que no termina jamás.
(El vuelo de la lechuza / 4-12-2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario