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CARLOS GARCÍA GUAL “ARRINCONAR LA CULTURA CLÁSICA ES UN ACTO DE BARBARIE”

 


por Andrés Seoane 

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 Académico de la RAE, dos veces premio nacional de Traducción y artífice de la legendaria Biblioteca Clásica de Gredos, hablar con Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) de literatura clásica es zambullirse en la pasión del filólogo y el profesor por un mundo al que, en su opinión, no podemos permitirnos dar la espalda. Y que a sus ojos sigue muy vivo, como recordaba hace unas semanas al recibir en México el prestigioso Premio Alfonso Reyes, en el que comparte palmarés con grandes como Jorge Luis BorgesOctavio Paz o Mario Vargas Llosa. “Lo que me atrapó de los clásicos fue la vitalidad, la frescura y hondura de esos textos antiguos, los cuales siempre he visto tan cercanos, tan modernos y tan resonantes”, aseguraba.

Por eso en su nuevo libro, Voces de largos ecos (Ariel), García Gual huye de la erudición y se plantea una invitación sabia, entusiasta y elocuente que nos acerca a trece autores, ocho griegos y cinco latinos y que se sale de los cauces habituales de este tipo de recopilaciones. “He intentado no repetir temas ya muy tratados o autores muy visitados, como los trágicos o los historiadores o los poetas líricos”, explica el autor. “Siempre empiezo con Homero, que es esencial, pero he introducido autores más raros, como Aristóteles en cuanto investigador de la naturaleza, para recordar que además de un gran filósofo se ocupó de las ciencias naturales o Plutarco, cuyo Vidas paralelas fue un modelo muy leído e imitado hasta el siglo XIX. Es una selección algo arbitraria, porque faltan muchos grandes autores, pero mi objetivo no es ser sistemático, sino incitar a la lectura de los textos”, defiende.

 

Tanto en la parte griega como en la latina trasluce su interés por incluir a novelistas, autores de época algo tardía pero que muestran esa evolución de la literatura clásica, más allá de la épica o la tragedia, hacia formas más actuales, algo que reflejó en su discurso de ingreso en la RAE. ¿Qué atractivo encierra esta novelística, los Longo, Petronio o Apuleyo?

 

Los estudios clásicos universitarios se centran básicamente en la época clásica y queda un tanto desamparada la época helenística, que es cuando surgió el último género literario inventado por los griegos: la novela. Se trata de narraciones de corte popular, semejantes a los folletines de amor y aventuras de épocas posteriores y fueron muy exitosos entre el público, aunque no gozaran de gran consideración crítica. Tuvieron una enorme influencia en la Edad Media y hasta el Renacimiento y en ellas existe el germen de muchas cosas que se escribirían después.

 

Incluye también otra rareza, a Pseudo Calístenes con cuya Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia ganó el Premio Nacional de Traducción en 1978. ¿Qué encierra esta biografía tardía y fabulosa, y su protagonista, para intercalarlo aquí?

 

 Es un libro único por varios motivos. No sabemos nada de su autor, que debió ser un escritor egipcio del siglo II o III después de Cristo que más de 500 años después de la muerte de Alejandro da una visión mítica del personaje, el último gran héroe griego, que influiría mucho también en época medieval. Podría ser una biografía escrita hoy pues transmuta el rigor histórico por la fantasía recogiendo, frente a hechos históricos como las conquistas o la fundación de Alejandría, la leyenda del rey macedonio y nos habla de su subida al cielo en un carro tirado por grifos o de su viaje al fondo del mar dentro de una bola de cristal. En fin, es el Alejandro que la imaginación popular había construido a través de los tiempos.

 

Sin héroes y sin comedia

 

Afirma que las versiones de estos textos envejecen mucho peor que los propios textos. ¿Dónde reside esta actualidad y vigencia perenne de los clásicos?

 

Este envejecimiento se debe, por un lado, a que los autores adaptan lo que traducen al lenguaje de la época, sea el siglo XX o el XVI. Pero principalmente a que la lectura de una obra cambia con los ojos del tiempo que la lee. Lo interesante de los clásicos es esa capacidad que tienen de ofrecer en diversos momentos históricos diferentes interpretaciones, algo muy característico de la tradición griega. Edipo estaba ya en la épica, pero hay un Edipo en la tragedia y otro muy distinto visto por los pensadores modernos como los psicoanalistas. Y esto se debe a que los sentimientos, ideas, tragedias y amores de la humanidad son los mismos desde hace 2.500 años.

 

En este libro también hace referencia a su recurrente visión de los héroes. Hace unos años me decía que “en la sociedad actual ya no hay lugar para ellos, que la épica se acabó”. ¿Es realmente así u hoy existe quizá otro tipo de héroes, como ha explorado en su anterior libro?

 

Ciertamente el gran héroe se ha quedado en la literatura, porque una sociedad moderna y tecnológica no da espacio a héroes como los de antes. El gran héroe belicoso y aventurero ha desparecido. Pero, en cambio, queda algo de heroico en los pequeños héroes, esas figuras que tiene la sociedad que son estos mujeres y hombres dispuestos a sacrificarse por los demás. Lo hemos visto, por ejemplo, con los sanitarios durante la pandemia. Es una chispa heroica difuminada en personajes que a lo mejor no merecen literatura pero que están ahí y en los que pervive algo de ese espíritu.

 

En su capítulo sobre Aristófanes demuestra que en épocas de crisis la comedia asume el papel de narrar los avatares sociales y políticos. Si ya los griegos nos enseñaron que la risa era la mejor manera de vivir en sociedad, ¿por qué hoy vivimos esta acritud, esta crispación?

 

La comedia griega surgió en un momento muy particular de libertad e inteligencia que es complejo repetir y, sobre todo, mantener en el tiempo. Olvidada durante siglos, el XX comenzó a recuperarla, pues, por ejemplo, el teatro de Aristófanes, con sus juegos sexuales o sus farsas en contra del poder era demasiado atrevido en épocas anteriores. He contado alguna vez que hablando con un director alemán justo tras la caída del Muro, éste me comentaba que se estaban llevando a escenas muchas de sus obras, pues, según decía, “Aristófanes es la libertad”. Y es verdad, hay una libertad desenfrenada en todo ese mundo fantástico narrado con un lenguaje muy vivaz y rico, con una libertad de palabra y de frescura que en los últimos tiempos hemos perdido.

Una educación errónea

 

Hablamos mucho de la desaparición de la clase media a nivel social, pero usted defiende también que eso ocurre en la cultura. Por ejemplo, estos clásicos que usted maneja con soltura parecen erróneamente inaccesibles para el grueso de la población. ¿Ese es el fallo grave de nuestra educación desde hace unas décadas?

 

Sí, y eso se refleja mucho en la enseñanza que ha arrinconado totalmente a las lenguas y la cultura clásica, lo que es una auténtica barbarie. Tanto en el bachillerato como en la universidad los estudios de griego y latín han sido prácticamente suprimidos de manera oficial. No es que haya sido una crisis interna de los estudios clásicos, que siempre han funcionado muy bien, sino culpa de los planes de estudios, que tienen siempre una orientación tecnológica y comercial, brutalmente práctica. Pensamos que hay que enseñar a la gente simplemente lo que conduce a ganar dinero pronto y eso ha hecho que la cultura clásica, que no es de la vida inmediata, haya sido relegada de manera muy injusta.

 

En este contexto de amenaza educativa a las Humanidades, ¿qué opina de que una ministra de Educación afirme que se debe desterrar el aprendizaje memorístico en favor del técnico, que con saber manejarse en el presente es suficiente?

 

Eso es una idiotez, porque la memoria es algo muy constitutivo de la persona humana. Somos memoria. Alguien que la pierde, pierde también su identidad personal, como ocurre con los enfermos de Alzheimer. Y del mismo modo que existe una memoria personal de lo que hemos vivido, también existe una memoria cultural. Los estudios sobre la Antigüedad y la gran literatura abren horizontes y los libros son la ventana hacia un mundo más amplio, parece mentira que los educadores lo olviden. Gran parte de culpa la tienen los pedagogos, que tienen esa idea de lo tecnológico, lo comercial y lo moderno, y olvidan que la educación no debe basarse en eso.

 

Sin embargo, durante estos meses pandémicos se ha reeditado mucho a pensadores clásicos como Séneca o Marco Aurelio, que también incluye en su Voces de largos ecos. ¿Por qué su obra sigue siendo fuente de consuelo?

 

En una época como esta, de desconcierto moral y en la que no hay realmente guías de conducta que no sean autoayuda de pésima calidad literaria, se recurre a los grandes pensadores antiguos. No de una manera erudita, sino como autores sugerentes. Últimamente se ven libros del estilo de “Cómo ser un estoico o un epicúreo”, dirigidos a públicos masivos. No es mala la idea de buscar la felicidad en estos lugares, porque, aunque por un lado estemos muy lejos de los griegos y los latinos, es, en contra de los prejuicios, muy fácil leer a los antiguos. En muchos sentidos se parecen más a nosotros que, por ejemplo, los pensadores orientales.

 

Más allá de su pasión por los textos clásicos siempre se ha definido como lector. ¿Qué más lee, qué literatura ocupa sus horas?

 

Como lector disfruto mucho con Nietzsche y con Thomas Mann y también soy lector de historiadores clásicos o más recientes. Por ejemplo, de Mary Beard y Edith Hamilton que escriben de manera fresca y clara y mezclan arqueología y literatura de forma muy estimulante. Y en tiempos he leído bastantes novelas históricas, ahora menos, porque es un género que produce demasiado y hay mucha mezcla, pero, por ejemplo, lo he pasado bien con libros como los de Santiago Posteguillo o El infinito en un junco, que ha sido un éxito esperanzador, pues hace ver que todavía hay mucha gente interesada por esa cultura de los libros y de la historia cuando se cuenta bien.

Sobrevivir para el futuro

 

“Vivir sólo en el presente es vivir en una prisión intelectual”, ha asegurado, y, de hecho, en sus páginas el pasado, más que como nostalgia, se lee como algo vivo, como reivindicación de todo lo bueno que debemos heredar de él. ¿Qué nos puede enseñar todo este saber antiguo, los clásicos?

 

Vivimos en un tiempo y un contexto muy determinados y la vida personal, las experiencias propias de cada uno son siempre una cosa muy limitada. La lectura, sea de literatura o de historia misma, lo que hace es abrirnos horizontes, permitirnos conocer a personajes y caracteres fascinantes como Don Quijote, Madame Bovary, Julio César, Napoleón, Ulises o Hamlet. Todo eso es abrirse a otros mundos. Y de alguna manera, los textos de pensadores sugieren también un diálogo, cuando los leemos convivimos con ellos. Uno puede leer a Platón y no estar del todo de acuerdo con él, pero lo que dicen él y sus personajes enriquece nuestra vida. Y añadiría que la cultura da placer. Yo siempre he leído lo que me gusta, y en este sentido pienso que el mundo de los clásicos es especialmente atractivo en ese aspecto, porque tiene personajes tan inmensos que se recuerdan toda la vida.

 

Al hilo de esto, hace un tiempo me decía Ramón Andrés que la posibilidad de tener más Humanidades y más cultura se veía lastrada por la falta de tiempo y atención de la gente. ¿Cómo se puede revertir esto, es pesimista el futuro de la cultura en la sociedad?

 

Tengo una concepción bastante pesimista de la evolución cultural de la sociedad, ojalá me equivoque. Es curioso como da la sensación de que cada vez la gente tiene menos tiempo para nada, porque estamos dominados por una cultura de producción intensiva, de medios tecnológicos que van llenando nuestro tiempo y por estos horarios de trabajo cada vez más infinitos. No obstante, si la cultura ha sobrevivido hasta hoy podemos pensar que se llegará al futuro. En ese sentido, sin caer en el nihilismo, exhortaría a la gente a que fueran cada vez más individualistas, que no se dejaran presionar por la mentalidad de desprecio cultural dominante. Hay una vieja sentencia de Píndaro que yo recuerdo mucho en las conferencias a los jóvenes: “llega a ser el que eres”. Es decir, intenta realizar lo que es tuyo, plenamente. Trabaja, porque todos necesitamos dinero para vivir, pero luego búscate un mundo propio, y para ese mundo propio la cultura y los cásicos son un elemento capital.


(EL CULTURAL / 7-1-2021)

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