5 / EL HÉROE COMO REDENTOR DEL MUNDO (1)
Han de distinguirse dos grados de iniciación
en la mansión del padre. Del primero, el hijo vuelve como emisario; del
segundo, con el conocimiento de que “yo y mi padre somos uno”. Los héroes de
esta segunda y más alta iluminación son los redentores del mundo, las así
llamadas encarnaciones, en su más alto sentido. Sus mitos adquieren proporciones
cósmicas. Sus palabras llevan una autoridad superior a todos lo dicho por los
héroes de cetro y libro.
“Observadme. No miréis a vuestro alrededor
-dijo el héroe de los apaches Jicarilla, Matador de Enemigos-. Escuchas lo que
digo. El mundo es del tamaño de mi cuerpo. El mundo es del tamaño de mi palabra.
El mundo es del tamaño de mis plegarias. El cielo es del tamaño de mis palabras
y de mis plegarias. Lo mismo pasa con las aguas; mi cuerpo, mis palabras y mis
plegarias son más grandes que las aguas.
Quien me crea, quien escuche lo que yo
digo, tendrá una larga vida. El que no escuche, el que piense de mala manera,
tendrá una corta vida.
No penséis que estoy en el este, ni en
el sur, ni en el oeste ni en el norte. La tierra de mi cuerpo. Estoy aquí.
Estoy en todas partes. No penséis que estoy debajo de la tierra o en lo alto
del cielo, o sólo en las estaciones, o del otro lado de las aguas. Todo eso es
mi cuerpo. La verdad es que el mundo subterráneo, el cielo, las estaciones y
las aguas son mi cuerpo. Estoy en todas partes.
Yo os he dado aquello con que podríais
hacerme una ofrenda. Tenéis dos clases de pipas y el tabaco de la montaña.”
(30)
El objeto de la encarnación es refutar
con su presencia las pretensiones del ogro tirano. Este último ha cerrado la
fuente de la gracia con la sombra de su personalidad limitada; la encarnación,
completamente libre de tal conciencia del ego, es una manifestación directa de
la ley. En una escala grandiosa, actúa la vida del héroe (lleva a cabo los
actos del héroe, mata al monstruo), pero es todo con la libertad de un trabajo
hecho con el objeto de hacer evidente al ojo aquello que podías haberse llevado
a cabo igualmente con un mero pensamiento.
Kans, el cruel tío de Krishna,
usurpador del trono de su propio padre en la ciudad de Mathura, oyó un día una
voz que le dijo: “Tu enemigo ha nacido; tu muerte es segura.” Krishna y su hermano
mayor, Balarama, habían pasado del vientre de su madre a unos pastores para
protegerlos de este equivalente hindú de Nemrod. Y este mandó demonios en su
persecución -Putana la de la leche envenenada fue el primero-, pero todos
fueron destruidos. Cuando todos sus recursos fallaron, Kans decidió atraer a
los jóvenes a su ciudad. Un mensajero fue enviado a invitar a los pastores a un
sacrificio y a un gran torneo. La invitación fue aceptada. Con los hermanos entre
ellos, los pastores llegaron y acamparon fuera de la muralla de la ciudad.
Krishna y Balarama, su hermano, fueron
a ver las maravillas que había en la ciudad. Había grandes jardines, palacios y
bosquecillos. Se encontraron con un lavandero y le pidieron algunas ropas finas;
pero él se rio y rehusó, y entonces ellos tomaron la ropa por la fuerza y se
vistieron muy alegremente. Cuando una jorobada le pidió a Krishna que le
permitiera frotarlo con pasta de sándalo, la levantó y la dejó derecha y
hermosa. Luego le dijo: “Cuando haya matado a Kams regresaré y estará contigo.”
Notas
(30) Opler, op. cit., pp. 133.134.
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