EL HÉROE COMO TOTALIDAD DE SENTIDO
4 / 5) El
problema del carácter como forma de interrelación entre el autor y el héroe.
Pasemos al segundo tipo
de estructuración del carácter: el romántico. A diferencia del clásico, el carácter
romántico es arbitrario y posee la iniciativa valorativa. Además, el hecho de
que el héroe inicie responsablemente la serie semántico-valorativa de su
vida es de suma importancia. Es precisamente la orientación solitaria y
completamente activa de los valores, su postura ético-cognoscitiva en el mundo
la que debe ser estrictamente superada y concluida por el héroe. El valor del
destino que presupone la existencia de la familia y la tradición es impropio
para una conclusión artística. Entonces ¿qué es lo que confiere la unidad e
integridad artística, la necesidad artística interna a todas las definiciones
transgredientes del héroe romántico? Aquí conviene mejor el término “valor de
la idea”, que proviene de la misma estética romántica. La individualidad del héroe
no se manifiesta como destino sino como idea o, más exactamente, como
encarnación de una idea. El héroe que desde su interior actúa de acuerdo con
los propósitos, realizando los significados temáticos y semánticos, en realidad
realiza cierta idea, cierta verdad necesaria de la vida, cierta protoimagen
suya, la concepción divina de su persona. Por eso la vida, los sucesos y el
entorno objetual aparecen como simbólicos. El héroe es un vagabundo, un
peregrino, un explorador (personajes de Byron, Chateaubriand; Fausto, Werther,
Heinrich von Ofterdingen y otros), y todos los aspectos de sus búsquedas de
valor y de sentido (él ama, quiere, considera como verdad, etc.) encuentran una
definición transgrediente como ciertas etapas simbólicas del camino artístico
único de realización de la idea. Los aspectos líricos de un personaje romántico
ocupan inevitablemente un lugar importante (amor a una mujer, como en la
lírica). La orientación de sentido que se había concentrado en un carácter romántico
dejó de ser autoritaria y solamente se vivencia líricamente.
La extraposición del autor con respecto a un héroe romántico es, indudablemente, menos estable que en el tipo clásico. La debilitación de esta postura lleva a la desintegración del carácter, las fronteras empiezan a desdibujarse, el centro valorativo se transfiere a la misma vida (a la orientación ético-cognoscitiva) del héroe. El romanticismo es una forma de héroe infinito; el reflejo del autor con respecto al héroe se introduce en el interior del personaje y lo reconstruye, el héroe le quita al autor todas las definiciones transgredientes para sí mismo, para su desarrollo propio y para su autodefinición, que a consecuencia de ello se vuelve infinita. Paralelamente a ello tiene lugar la destrucción de fronteras entre áreas culturales (idea de hombre integral). Aparecen los gérmenes de locura y de ironía. Con frecuencia la unidad de la obra coincide con la unidad del héroe, los momentos transgredientes se vuelven fortuitos y dispersos y pierden su unicidad. O bien la unicidad del autor es manifestadamente convencional, estilizada. El autor empieza a esperar revelaciones de su héroe. El intento de la autoconciencia de forzar una revelación que sólo es posible a través de otro, el intento de arreglárselas sin Dios, sin lectores, sin autor.
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