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La guerra iba bastante
bien en Europa. Por lo menos para Hitler. La mayoría de los estudiantes no
opinaban nada sobre el tema. Pero los profesores auxiliares eran casi todos
izquierdistas y antihitlerianos. El único que parecía ser discretamente
derechista era el señor Glasgow, de Económicas.
Lo correcto, tanto a
nivel intelectual como popular, era ir a pelear para detener el avance del
fascismo. Pero yo no tenía ningunas ganas de ir a la guerra para salvar mi modo
de vida actual o el posible futuro que me esperaba. Yo no tenía Libertad. No
tenía nada. A lo mejor con Hitler podría conseguir una concha de cuando en
cuando y una paga semanal de más de un dólar. Además, como había nacido en
Alemania, sentía una cierta lealtad natural y no me gustaba que pensaran que
todos los alemanes eran unos monstruos idiotas. En los cines aceleraban las
imágenes de las noticias para que Hitler y Mussolini parecieran locos
frenéticos. Así que a mí me era imposible estar de acuerdo con la mayoría de
los profesores y decidí ponerme en contra de ellos. Pero tampoco tenía ningunas
ganas de leer Mein Kampf. Para mí Hitler era un dictador más que a la
hora de cenar podría volarme los sesos en lugar de insultarme o cortarme las
pelotas si iba a pelear contra él.
Algunas veces, cuando los
profesores hablaban y hablaban sobre los horrores del fascismo y el nazismo
(nos enseñaron a escribir “nazi” con “n” minúscula, aunque la palabra estuviera
al principio de la frase) me paraba de un salto y largaba una opinión:
-¡La supervivencia de la
especie humana depende de una selección responsable!
Lo que quería decir:
fíjate bien con quién te vas a la cama. Yo mismo no tenía bien claro lo que
quería decir, pero hacía calentar a todo el mundo.
No sé de dónde sacaba mis
discursitos:
-Uno de los errores de la
democracia es permitir que el voto universal termine haciéndonos elegir un
líder que nos conduce a una vida vulgar, apática y predecible.
De los judíos y de los
negros nunca decía nada, porque no había tenido ningún problema con ellos. Los
problemas los había tenido con los blancos no judíos. Por lo tanto yo no podía
ser considerado una especie de nazi por temperamento o elección: los que me
irritaban y se parecían a los nazis eran los profesores, que para colmo tenían
un prejuicio antialemán. Además yo había leído en algún lado que si un hombre
no creía o no entendía verdaderamente la causa a la cual se adhería podía ser
muy convincente, y en eso los aventajaba bastante.
-Entrenen a un caballo de
tiro para convertirlo en uno de carreras y van a obtener un híbrido que no es
fuerte ni rápido. ¡Una nueva Raza Dominadora sólo puede surgir de una selección
premeditada y útil!
-No existen guerras
buenas o malas. Lo único malo que te puede pasar en una guerra es perderla. En
todas las guerras los dos bandos están convencidos de pelear por una Buena Causa.
¡El problema no es saber cuál de los dos bandos tiene razón, sino darse cuenta
de quién tiene los mejores generales y el mejor ejército!
Me encantaba atacarlos
con esas cosas, y además me sentía capaz de demostrar todo lo que se me diera
la gana.
Por supuesto que esa
actitud me alejaba cada vez más de las muchachas. Pero en realidad nunca había
estado cerca. Y al principio creí que por culpa de mis furiosos discursos iba a
quedar completamente solo en el campus, pero no fue así. Algunos me escuchaban.
Un día, mientras caminaba para entrar a la clase de Reportajes de Actualidad,
noté que alguien me seguía. Y como nunca me gustó que se me acercara nadie me
di vuelta de golpe y encontré al Delegado general de los estudiantes, Boyd
Taylor, que era muy popular, además de haber sido el único estudiante en ser
elegido Delegado dos veces.
-Quisiera hablar contigo,
Chinaski.
Nunca me había fijado mucho
en Boyd, porque era el típico muchacho americano pintún y con un futuro
garantizado. Se vestía bien y era simpático y amable, además de tener cada pelo
del bigote perfectamente peinado, aunque yo nunca pude entender bien por qué le
resultaba tan atractivo a todo el mundo.
-¿No te parece que
caminar al lado mío puede hacerte quedar mal, Boyd? -le preguinté.
-Ese es un problema mío.
-Okey. ¿Qué querés?
-Esto es que te voy a
decir tiene que quedar entre nosotros, ¿me entendés?
-Por supuesto.
-Mirá, yo no tengo fe ni
en la conducta ni en los ideales de tipos como vos.
-¿Y entonces?
-Pero quiero que sepas que
si ustedes ganan tanto aquí como en Europa, me gustaría cambiarme de bando.
Lo único que pude hacer
fue mirarlo y reírme.
Y después seguí caminando
solo. Nunca te fíes de un hombre que tiene los bigotes perfectamente peinados…
Pero también fui
descubriendo a otros que me habían escuchado. Al salir de la clase de
Reportajes de Actualidad, me encontré con Baldy y un muchacho que medía un
metro cincuenta de alto y noventa centímetros de ancho. El cráneo totalmente redondo
y rapado se le hundía entre los hombros, tenía orejas muy chicas, el pelo
rapado, ojos de arveja y una boquita muy húmeda.
Este desquiciado podría
llegar a ser un asesino, pensé.
-¡HEY, HANK! -aulló Baldy.
Me les acerqué.
-Creía que ya no éramos
amigos, LaCrosse.
-¡No, no! ¡Todavía nos
quedan grandes cosas por hacer!
¡Carajo! ¡Baldy también
era uno de mis seguidores!
¿Por qué la idea de la
Raza Superior les interesaba nada más que a los minusváidos mentales y físicos?
-Quiero que conozca a
Igor Stirnov.
Entonces nos dimos la
mano, y él me la apretó con tanta fuerzas que me lastimó.
-Soltame -le dije- o te
voy a partir el pescuezo.
Igor me soltó.
No confío en la gente que
la da la mano con tanta blandura. ¿Por qué das la mano así?
-Es que hoy estoy débil.
Me quemaron la tostada del desayuno y a mediodía se me cayó el batido de
chocolate.
Igor miró a Baldy.
-¿Qué pasa a este tipo?
-No te preocupes. Él hace
las cosas a su manera.
Igor volvió a mirarme.
-Mi padre era ruso blanco
y los rojos lo mataron en la Revolución. ¡Tengo que vengarme de esos hijos de
puta!
-Entiendo…
En ese momento nos pasó
por al lado otro estudiante.
-¡Hey, Fenster! -aulló
Baldy.
Fenster se acercó y también
nos dimos la mano. Yo apenas se la apreté. No me gustaba dar la mano. El nombre
de pila de Fenster era Bob. Iba a una casa de Glensdale donde había una reunión
del Partido Americano. Fenster los representaba en la Universidad. Y después
que se fue Baldy me murmuró en el oído:
-¡Son nazis!
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