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Salí por la puerta del
fondo, pasando por encima del cuerpo del Destripador. Encontré un callejón y
avancé tambaleándome hasta un sedán Chevrolet verde. Me afirmé agarrándome a la
manija de la puerta trasera, pero la maldita se abrió de golpe y me hizo caer
en la vereda. Había luna llena y me pegué un tremendo golpe en el codo. El
whisky me había subido de golpe y ahora me parecía imposible levantarme. Pero
se suponía que yo era un duro y me incorporé agarrándome de la manija de la
puerta. Demoré un rato en afirmarme y al final me senté en el asiento de atrás
del coche. Después de un rato empecé a vomitar. Me fue saliendo todo. Cuando
terminé de enchastrar todo me quedé sentado otro rato y me las arreglé para
salir. No me sentía tan mareado. Entonces saqué el pañuelo y me limpié los
pantalones y los zapatos lo mejor que pude, cerré la puerta del auto y avancé
por el callejón porque tenía que localizar el tranvía de la línea “W”.
Y lo localicé. Subí y me
bajé en la calle Westview, caminé por la 21ª y doblé hacia el sur por la
Avenida Longwood hasta llegar al número 2.122. Al final me trepé al arbusto de
las bayas y me metí en mi dormitorio por la ventana. Debía de haberme tomado cerca
de un litro de whisky. Mi padre todavía roncaba, aunque ya no de una manera
estruendosa y horrenda. Y me quedé dormido.
Al otro día llegué a la
clase de Inglés del señor Hamilton treinta minutos tarde, como siempre. Era la
7.30 de la mañana. Me quedé escuchando desde el corredor. Estaban oyendo a
Gilbert y Sullivan otra vez. La misma canción sobre el mar y la Armada de la
Reina. A Hamilton no lo aburría nunca. En el Instituto tuve otro profesor de
Inglés que nos hablaba nada más que de Poe. Poe, Poe, Edgar Allan Poe.
De golpe abrí la puerta.
Hamilton se acercó al tocadiscos y levantó la púa. Después le anunció a la
clase:
-Cuando llega el señor
Chinaski sabemos que son las 7.30. El señor Chinaski siempre llega a
tiempo. El único problema es que es un tiempo incorrecto.
Hizo una pausa para observar
a toda la clase con un aire muy digno y después me miró a mí:
-Señor Chinaki. A mí
tanto que venga a las 7.30 o que no venga, así que lo voy a calificar con una D”.
-¿Una “D”, señor Hamilton
-pregunté con mi típica mueca de burla. -¿Y por qué no una “C”?
-Porque la “C” podría
aludir a la palabra “cojer”. Y no creo que usted ni siquiera valga un polvo.
Entonces la clase entera se puso a reír y patalear y aullar y yo cerré la puerta y salí corriendo, y mientras cruzaba el corredor todavía se seguían oyendo las carcajadas.
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