por Luis Martínez
Isabel Coixet (Barcelona, 1960) tiene
en Nieva en Benidorm no tanto a su mejor película, que quizá
también, como a su más enigmático, pleno y libre ejercicio de cine. La
historia de dos personajes perdidos en ese extraño paraíso de karaokes y
azoteas que es la ciudad de los rascacielos alicantina le sirve a la directora
para confeccionar un pausado, casi sonámbulo, poema al borde mismo de casi
todo: de la vida, del mar, del cemento, del amor, de la muerte, del thriller...
Los actores Timothy Spall y Sarita Choudhury (banquero jubilado y acróbata
vaginal respectivamente) se encuentran en el laberinto de una megápolis en la
que no todo es borrachera y olvido. Lo que sigue es la puntual descripción de
una distopía ballardiana exhausta y sin tiempo tan
arrebatadora como profundamente bella. «Muy crepuscular», dice ella. Tras
recibir el Premio Nacional de Cine en plena pandemia 1, ahora
le toca inaugurar hoy mismo la Seminci en plena pandemia 2.
La película, el propio tiempo... Todo se antoja demasiado triste. Tiene
que haber alguna buena noticia en algún lado.
Pues no voy a ser yo quien la dé. Han cerrado el cine Texas de Barcelona
y el mundo se me viene abajo. Me he pasado la infancia en él [su abuela era la
taquillera del cine de la calle Bailén]. Dicen que lo van a convertir en un
supermercado. Un drama.
¿Cómo se enamora alguien de un sitio como Benidorm?
Me he ido encariñando poco a poco del lugar. Lo conocí cuando intentaba
hacer un reportaje del deterioro de la costa. Es un lugar privilegiado con dos
bahías, un microclima... Eso me hizo familiarizarme con la ciudad hasta que un
día descubrí en el barrio inglés a una mujer que practicaba acrobacias
vaginales. Ver cómo ella y su hija iban juntas con la maletita de club en club
me resultó fascinante. Me enamoró la vocación por la paradoja de una ciudad que
es capaz de lo peor y lo más corrupto, y de lo más poético a la vez. Eso
de encontrar pureza en medio de la basura es el argumento.
Y en medio Sylvia Plath.
Recuerdo que cuando leí sus diarios y me di de bruces con Benidorm,
pensé que era una errata. Pero no... Y, claro, para mí Plath es mi
adolescencia; es descubrir a los 16 años La campana de cristal. Con
ella siempre hay la esperanza de otra cosa y todos sus momentos de felicidad
fueron en Benidorm.
Pero Benidorm es también y de forma más evidente las despedidas de
soltera, las borracheras británicas, la playa abarrotada...
Sí, hay una parte que es un carpe diem horrible. Es como un Blackpool
pero con sol; como los callejones del vómito de Manchester. Y el bufé libre...
mal. Buena parte de nuestros males se resumen en el concepto de bufé
libre. Pero no todo es así, claro. Hay más formas de ser Benidorm. Está el
Benidorm del Imserso admirable y adorable con dos coros uno a cada lado de la
playa y el Benidorm de los que viven allí, ajeno a todo.
La película empieza con un grupo de mujeres bailando con sombreros que
lucen, con perdón, pollas. ¿De qué es esto símbolo?
De nada bueno. Detesto que las mujeres reproduzcan los ritos masculinos.
No lo puedo soportar. Creo que el problema es el matrimonio y esta historia
ridícula del vestidito blanco y las damas de honor. Por no hablar de eso tan
terrible de las listas de boda.
En una escena, hay un beso a través de un cristal que más parece un
perfecto resumen de la pandemia...
No es pretendido. Nos sorprendió luego en montaje. Quiero pensar que de
la misma manera que en la película las pulsiones resisten a las barreras, los
cristales y las máscaras, así nos ocurrirá cuando acabe esto. Se puede amar sin
abrazos y sin tocarse. Me quedo con eso.
La película reivindica un tiempo calmo, pausado, en un tiempo
hiperbólico de crispación constante. ¿Hay intención política en esa lectura?
Es más un momento biográfico. Tiene que ver más conmigo y con lo que
siento ahora que con lo que pasa en la sociedad. Siento la necesidad de enseñar
a mujeres de mi edad que no se han puesto nada raro en la cara. Vivimos un
tiempo en que la madurez o la vejez parecen prohibidas. Estoy harta de
películas de mujeres que después de una vida entera casadas descubren que su
vida no tiene sentido. Todas las protagoniza Anette Bening. Pues no,
existe un fulgor que no acaba. La gente, aunque envejezca, sigue siendo, sigue
despertándose por la mañana y preguntándose quién es; sigue dudando y sigue
tomando decisiones equivocadas.
Pienso en La librería, que también daba voz a un momento de su vida y
pienso en lo que representaba la protagonista como símbolo de resistencia frente
a lo que los demás decían de ella. Reconoció que se veía en ella como víctima
del acoso independentista que sufría en su Cataluña natal. ¿Ya ha pasado todo
eso?
No. Ahora lo que ocurre que ya no me enfado. El hastío puede conmigo. Los insultos han acabado por formar parte de la vida cotidiana de un modo que no me da la gana prestarles atención. Sí, es un asunto que tiene importancia, pero no quiero... Ahora me importan otros asuntos como por ejemplo, la belleza de las cosas oxidadas. Una mirada especial puede transformar el sitio más terrible del mundo...
(EL MUNDO / 24-10-2020)
No hay comentarios:
Publicar un comentario