miércoles

GARDEL: EL ALMA QUE CANTA (77) - HUGO GARCÍA ROBLES

 Reflexión final

 

Al recorrer la discografía de Gardel y asomarse, siquiera ligeramente a ese rico legado de músicas y letras, dejando ahora de lado al intérprete excepcional que las condujo a la perennidad que su arte le agrega, no es posible evitar la admiración. Un cúmulo enorme de creadores, no todos de igual valor, pero que constituyen una suma de alcance artístico y popular sorprendente.

 

Con facilidad viene a la memoria el poema de Borges sobre el tango cuando dice “una canción de gesta se ha perdido en sórdidas historias policiales”. Más allá de esa posible verdad subyacente merece un párrafo la carga que hace del Río de la Plata un nicho de aristas culturales propias y distinguidas.

 

Son incontables las figuras que ofrecen aspectos apasionantes, tanto compositores, como letristas que muchas veces son poetas sin más, de los cuales apenas sabemos los nombres, ignorando los detalles de vidas que no siempre comenzaron en el Río de la Plata. Muchos llegaron con el aluvión inmigratorio y se asimilaron en una medida que solamente su obra permite comprender, simbiosis íntima que enriqueció al estuario y sus ciudades con ecos de los rincones más lejanos del planeta.

 

En ocasión del homenaje a Gardel realizado en el Teatro Solís de Montevideo en 1960, cuando los 25 años de la muerte del cantor, ya citado antes, hubo una intervención de Francisco Espínola. Este escritor y profesor de análisis literario, más conocido como Paco Espínola, dijo: “Gardel provoca en nosotros, bien lo sienten Uds., un acrecentamiento de dulzura, un acrecentamiento de luz, un acrecentamiento de vida, un acrecentamiento de simpatía. Y estas palabras son las que emplea Mathew Arnold para definir las características esenciales de la cultura. Por eso, porque la acción de Gardel resulta mucho, mucho más importante de lo que al principio se supuso, es que el Municipio de Montevideo le rinde hoy homenaje y, ex – profeso, desde el teatro de tradición más ilustre del país”. Hasta aquí la cita de Espínola.

 

Así es y ello resulta todavía más trascendente cuando esta inserción de lo cultural, a su más alto nivel, se cumple desde la ribera popular. Es decir, al alcance de todos, del pueblo entero, sin excepciones ni excluidos. Por el contrario, más bien es la voz de Gardel una de las fibras más esencialmente imbricada em la identidad cultural del río color de león, cuyas dos riberas son tributarias de ese culto compartido por la voz y el arte de Gardel. Son ese arte y esa voz, columnas maestras del edificio cultural rioplatense, que el mate y el fútbol no bastan a dibujar. Allí y por la magia de esa voz, no hay divorcio en la confluencia que hace del estuario un caudal compartido que ampara a Borges y a Onetti, a Lugones y a Julio Herrera, a Figari, pintor de las orillas y pintor también del tango.

 

No se ha perdido “una canción de gesta en sórdidas policiales”, precisamente porque las salvaguardó la voz, el canto de Gardel. Esta permanencia, esta constancia que desafía el paso de los años, es obra de esa voz que no deja de cantar, que no deja de cantarnos. A nosotros como oyentes, a nosotros mismos, rioplatenses, como sustancia de esa voz.

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