Reflexión final
Al recorrer la discografía de Gardel y asomarse, siquiera ligeramente a ese
rico legado de músicas y letras, dejando ahora de lado al intérprete
excepcional que las condujo a la perennidad que su arte le agrega, no es
posible evitar la admiración. Un cúmulo enorme de creadores, no todos de igual
valor, pero que constituyen una suma de alcance artístico y popular
sorprendente.
Con facilidad viene a la memoria el poema de Borges sobre el tango cuando dice
“una canción de gesta se ha perdido en sórdidas historias policiales”. Más allá
de esa posible verdad subyacente merece un párrafo la carga que hace del Río de
la Plata un nicho de aristas culturales propias y distinguidas.
Son incontables las figuras que ofrecen aspectos apasionantes, tanto
compositores, como letristas que muchas veces son poetas sin más, de los cuales
apenas sabemos los nombres, ignorando los detalles de vidas que no siempre
comenzaron en el Río de la Plata. Muchos llegaron con el aluvión inmigratorio y
se asimilaron en una medida que solamente su obra permite comprender, simbiosis
íntima que enriqueció al estuario y sus ciudades con ecos de los rincones más
lejanos del planeta.
En ocasión del homenaje a Gardel realizado en el Teatro Solís de Montevideo
en 1960, cuando los 25 años de la muerte del cantor, ya citado antes, hubo una
intervención de Francisco Espínola. Este escritor y profesor de análisis
literario, más conocido como Paco Espínola, dijo: “Gardel provoca en nosotros, bien
lo sienten Uds., un acrecentamiento de dulzura, un acrecentamiento de luz,
un acrecentamiento de vida, un acrecentamiento de simpatía. Y estas
palabras son las que emplea Mathew Arnold para definir las características
esenciales de la cultura. Por eso, porque la acción de Gardel resulta mucho,
mucho más importante de lo que al principio se supuso, es que el Municipio de
Montevideo le rinde hoy homenaje y, ex – profeso, desde el teatro de tradición
más ilustre del país”. Hasta aquí la cita de Espínola.
Así es y ello resulta todavía más trascendente cuando esta inserción de lo
cultural, a su más alto nivel, se cumple desde la ribera popular. Es decir, al
alcance de todos, del pueblo entero, sin excepciones ni excluidos. Por el
contrario, más bien es la voz de Gardel una de las fibras más esencialmente
imbricada em la identidad cultural del río color de león, cuyas dos riberas son
tributarias de ese culto compartido por la voz y el arte de Gardel. Son ese
arte y esa voz, columnas maestras del edificio cultural rioplatense, que el
mate y el fútbol no bastan a dibujar. Allí y por la magia de esa voz, no hay
divorcio en la confluencia que hace del estuario un caudal compartido que
ampara a Borges y a Onetti, a Lugones y a Julio Herrera, a Figari, pintor de
las orillas y pintor también del tango.
No se ha perdido “una canción de gesta en sórdidas policiales”, precisamente porque las salvaguardó la voz, el canto de Gardel. Esta permanencia, esta constancia que desafía el paso de los años, es obra de esa voz que no deja de cantar, que no deja de cantarnos. A nosotros como oyentes, a nosotros mismos, rioplatenses, como sustancia de esa voz.
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