por Juan Ignacio Boido
Hay dos cosas
que Pino Solanas no aguanta. La
primera: estar dotado de una incapacidad casi genética para aprender inglés.
Algo que él llama “la tara”. Dice que la familia de su madre lo convierte en
descendiente directo de Manuel Belgrano y Juan José
Castelli, pero lo del inglés encuentra una explicación no del todo
descabellada en otro pariente menos ilustre: un tal capitán Saldarriaga que
formó parte de la resistencia argentina durante las primeras Invasiones
Inglesas. Desde que se enteró de eso -y se enteró de muy chico-, Solanas se
resistió a hablar en inglés.
Antes de seguir, una
consideración: Solanas quiere hablar todo el tiempo de cine. Detalles técnicos,
apreciaciones varias a propósito de luces, tomas, cámaras, música, etcétera,
etcétera. Solanas habla como si quisiera recorrer, con cada uno que lo escucha,
la distancia que hay entre lo que tuvo en la cabeza y lo que se ve en la
pantalla. Quizá por eso -la necesidad transformándose en acto reflejo traducido
al castellano neutro-, después de enhebrar tres, o dos, o a veces una sola
frase, Solanas repite: “¿Me entiendes?” Y, si se le pregunta qué es lo que hay
que entender, contesta:
“Siempre me pregunto
lo mismo: ¿qué tengo que decir para que la gente venga y no crea que todo esto
que estoy diciendo es un panfleto? Me parece que están las películas que no son
más que la continuación de lo que sucede en la televisión, incluso con peor
calidad; y después está el cine en serio, que es el que intento. Pero si Armageddon recauda
180 mil espectadores en un fin de semana, qué podés decir”.
AGUANTAR LA
LECHE Solanas dice: “Yo aguanté, y no sólo con mis películas”. La primera
película de Solanas, La hora de los hornos, se estrenó en 1968, pero
cinco años antes de su ópera prima ya había tenido cientos de miles de
espectadores -más que Armageddon- gracias a los sugestivos encantos
de la publicidad. Una breve explicación Solanas del affaire: “Empecé
escribiendo historietas con mi hermano, que había inventado al Cabo Savino, por
ejemplo, y que era un muy buen publicista. Además, tenía familiares
publicistas, mi cuñado Hugo Casares entre ellos. Como sabían que yo hacía
música, me empezaron a encargar algunos jingles. Mi primer arreglador fue
Horacio Malvicino: uno de los tipos con más talento que conocí en mi vida, pero
llegaba al estudio y uno se daba cuenta de que se había olvidado la guitarra.
Después apareció el Baby López Furst. Al principio yo componía solamente, pero
me di cuenta de que los tipos que me encargaban el jingle no tenían todavía el
comercial para acompañarlo: ahí se me ocurrió venderles el paquete entero, así
empecé a filmar. Para todas las marcas de aquel entonces, como La Martona,
Armour, Swift. Y para todas las agencias de Buenos Aires, todas. Me metí de
lleno en el mundo de la publicidad. Pero era tan ingenuo que, cuando filmé mi
primer comercial, para Leche Prima, me casé con la modelo”.
Al de Leche Prima le
siguió uno de bronceador Suisán. A la semana, Solanas ya tenía catorce
publicidades en marcha, y ocho meses después “ya era el número uno”: acumulaba
cantidades increíbles de dinero y aprendía cine filmando, con todo pago a cargo
de las empresas para las que trabajaba. “Pero estuve meses sin escribir una
línea. Ya no aguantaba. Y al final tenía pavor de terminar arriba de un
Porsche. Así que llamé a mis clientes, les expliqué esto y me fui por unos
meses de viaje. Nunca más me llamaron”.
PARA QUE LA GENTE
AGUANTE Apenas volvió, en 1965, empezó a dosificar sus incursiones en la
publicidad y a sincronizar relojes con Octavio
Getino para largar con la filmación de La hora de los hornos.
Desde 1963 se habían dedicado a recopilar noticieros y documentales sobre la
Argentina, y ahora iban a filmar escenas propias a lo largo y ancho del país
(de manera clandestina, después del golpe de Onganía en el ‘66) con la
precariedad de una cámara de 16 milímetros. La idea era ensamblar todo eso, con
un ímpetu exacerbado de producir una alternativa a los documentales
tradicionales: uno que, en la línea del agit-prop soviético, pusiera imágenes
al país, explicara su pasado y moldeara su futuro. “Con La hora de los
hornos salí a buscar la verdad de un país. Eso fue el momento más
épico del proyecto. La discusión de entonces era la del huevo y la gallina:
¿qué venía primero, la revolución o el cine revolucionario? La
hora... abrió la tercera vía. Y hoy es muy difícil transmitir el
fervor con el que por aquel entonces íbamos a proyectar la película de manera
clandestina. Circulaban más de sesenta copias para pasar a escondidas, en todas
partes, desde unidades básicas a fábricas, pasando por iglesias incluso”.
A escondidas o a
plena luz del día, según la asincopada intermitencia con que se turnaban las
elecciones y los golpes de Estado, La hora de los hornos podía
durar hasta doce horas, sumando proyección y los más enardecidos debates,
arengados deliberadamente desde la pantalla. La explicación Solanas: “Como
había que cambiar los rollos y no queríamos que la gente se aburriera durante
la espera, y que aguantara hasta el final, se nos ocurrió meter unos cartelitos
que decían Espacio abierto para el debate, y ver qué pasaba. Al final, no sólo
la gente terminó debatiendo, sino que había algunos que entraban a discutir
sólo cuando se terminaba un rollo”.
AGUANTAR AL
PERONISTA “¿Cómo me llevaba con mi familia? Mal, por supuesto. Mi padre era un
médico católico y apolítico, lo que es decir conservador y antiperonista. Por
eso no hay un día en el que me hice peronista. En mi casa, mis padres
siempre hablaron pestes de Evita. De joven empecé a leer a gente como
Scalabrini Ortiz y Jauretche, y descubrí el lado oculto de Billiken. Ahora
aparece hasta en la televisión. Pero era algo enterarse por aquel entonces de
que desde Buenos Aires se oponían a la campaña de los Andes, que Rivadavia
espiaba a San Martín, y que el mismo año en que se ganaba en Ayacucho la última
batalla contra los españoles, Rivadavia firmaba la estafa de la Baring
Brothers. Además, durante mi juventud yo vi el bombardeo
a la Plaza de Mayo, la represión después del golpe del ‘55, los
fusilamientos, los allanamientos, las movilizaciones con camiones militares en
los que cargaban a cualquiera que hiciera huelga, los cortes de pelo y el todo
prohibido. Que todo eso se diera contra la clase obrera que resistía a la
dictadura, sumado a ciertas simpatías que no se pueden explicar, me hizo
peronista”.
AGUANTAR A LOPEZ
REGA Un día Perón vio La hora de los hornos, y decidió desde
Puerta de Hierro que había llegado la hora de hacer una película, o en realidad
dos: La actualización política y doctrinaria para la toma del poder y Perón,
la revolución justicialista. Después del “Llamen a ese muchacho”, Solanas
se trasladó durante un par de semanas a España con cámara y equipos: “Todo el
país desfilaba por Puerta de Hierro, y nunca sabíamos cuándo íbamos a filmar,
porque Perón se la pasaba recibiendo gente. Pero con López Rega era la guerra
permanente: el tipo nos quería hacer la vida imposible. Hasta que una vez Perón
tuvo que ponerlo en vereda: nosotros -los muchachos, como decía- podíamos
entrar cuando quisiéramos, como si fuera nuestra casa. Y López Rega, a guardar.
¿Me entiendes?”
AGUANTAR A LA BEMBERG En 1972
filmó Los hijos de Fierro, basada libremente en el Martín
Fierro de José Hernández. El enfoque elegido funcionaba como excusa y
alegoría perfectas “para narrar la historia contemporánea”: los hijos del
gaucho separándose cada uno hacia un punto cardinal como metáfora de fin de
fiesta y del comienzo de la dictadura. Cuando Perón volvió en el ‘73, firmó la
repatriación de las copias originales de La hora de los hornos.
Pero en 1974 ya habían matado a Julio Troxler, el protagonista de Los
hijos de Fierro, y a los pocos meses Solanas tuvo que irse a París,
exiliado.
Durante sus diez años
europeos quedaron en el camino una adaptación de Los premios, la
novela de Cortázar, Viento del pueblo -una vida de Miguel
Hernández- y Adiós Nonino, con Piazzolla en uno de los
protagónicos. Solanas sólo filmó en esos años un documental sobre
discapacitados, por encargo de la Universidad de París. Diez años después, ya
sin el ímpetu histórico y aglutinador, y como contracara del optimismo general
del retorno de la democracia, decidió hacer El exilio de Gardel.
Ironías argentinas: Solanas, que había filmado con Perón, vivió su apogeo
durante la primavera radical. “Tendría que haberla filmado en el ‘80. Para
cuando la terminé, ya había democracia, y la película no tenía el tono
melancólico y depresivo que yo hubiese querido, ¿me entiendes? Además, yo no
había hecho un cine clandestino por vocación de misterioso. Es más, no me
gustan nada las películas sobre exiliados, como ésas de los republicanos
españoles, tan solemnes y heroicas. Yo quería desacralizar eso: hacer el Gran
Cine Nacional que compitiera con lo mejor del mundo. Y ese momento fue raro,
porque hasta entonces me habían dado por muerto cinematográficamente, no se
tomaban en serio mis películas, los héroes eran gente como María Luisa
Bemberg”.
AGUANTAR DE
RODILLAS “De todos los tipos de argumentos que se filman, no hay ni uno que se
corresponda con lo que está pasando: ¿quién filma el Yomagate, la droga que
entra por todos lados, el Yabrán? Muy pocos arriesgan. Y yo, bien o mal, hago
cine de riesgo. En El viaje pongo a Menem y a Bush jugando al
tenis de rodillas. Y a la Argentina como líder de la OPA (la Organización de
Países Arrodillados). Hago bajar a Gardel de un auto en París y cantar “Anclao
en París”, y la gente se lo cree sin cagarse de risa. Después entra San Martín
y se arma una mateada. Ahí hay riesgo. Algunas de esas escenas fueron las más
celebradas en países en que no saben quién mierda es Menem. Porque, en
definitiva, todo se reduce a si la escena está lograda o no. Con buenas ideas
solamente, mejor nos quedamos en casa”.
QUE SE PUEDE HACER
SALVO AGUANTAR PELICULAS Solanas dice: “Yo no sé por qué la
gente no quiere una propuesta distinta”. No se entiende si habla de Menem o del
cine argentino. “De los dos”, dice él. Y, en una línea mucho menos näif que el
dilema huevo/gallina, Solanas desparrama culpas en la ecuación chancho/el que
le da de comer: “Es raro; si hablás con los directores, por lo general son
personas lúcidas. Pero lo que piensan y lo que dicen no siempre se condice con
lo que hacen. No hay riesgo. Por eso rescato películas como Pizza,
barro y faso (sic). Aunque Plaza Mayor (sic, por Plaza de Almas), no
me gustó; la vi un poco acartonada. Me parece que hoy en día hay una fuerte
creencia en las escuelas de cine de que sin una carísima tecnología no se
pueden construir imágenes potentes. Pero no todo es dinero: por la misma
cantidad con que Fellini construyó Cinecitá y otro arma Disneylandia. ¿Me
entiendes?” Al que no entiende es a Subiela. Solanas lo desprecia precisamente
porque Menem le da de comer: “Lo seguí hasta Hombre mirando al sudeste.
Y me interesó ésa del corazón (El lado oscuro del corazón). En esas
películas hay algo de Sur, ¿no? La mía está punteada con tangos, la
de él con boleros; la imagen de la muerte que aparece en la mía después está en
la de él; o esas metáforas visuales que empecé a usar en El exilio.
Lo que no me cae bien es su viaje a Anillaco: quién le puede creer que se hizo
menemista después de conseguir un presupuesto para filmar no sé qué”.
Enseguida asoma la
posibilidad de juntar parejas, armar fórmulas. Ejemplos: Perón-Solanas y
Menem-Subiela. “Yo fui a filmar al líder político mientras estaba prohibido en
el país, e hicimos una película de resistencia en la que se abogaba por un país
completamente distinto al que hizo Menem. Ahora, si de ese paralelo se deduce
que Subiela es el director de Menem, lo que él tiene que asumir es todo lo que
el presidente significa: Menem no es sólo un crédito para filmar. No es el caso
de Favio, que me parece muy interesante, desparejo pero con fuerza”.
AGUANTAR A MENEM “Tiene razón
Charly García cuando vaticina que la nada avanza. Y en este país es una nada
muy terrible. Una cosa es la inundación y otra mucho peor es inundarse de
mierda. Exactamente eso es lo que sucedía en El viaje. Yo sé que es
mi película más criticada: ja, la hicieron mierda. Justo antes de empezar a
montarla, sufrí el atentado y me quedé sin ganas de terminarla. Pero fue la
única película que, en pleno auge de este modelo, atacó al menemismo. Desde que
asumió este presidente yo viví todas las mañanas con unas náuseas terribles.
Ahí se me ocurrió la idea de un país en el que se traga mierda todos los días y
que, mientras se inunda, cree que es la Venecia del sur”.
Entre El
viaje y La nube, Solanas se hundió en la política, y casi
se ahoga. Ahora memora así esos años: “De la política me cansé porque me tomo
las cosas con responsabilidad, y es insoportable escuchar a la oposición y no
saber si está hablando el oficialismo. Y ni hablar de los funcionarios de
cultura, que te hablan siempre con ese tono confesional del tipo Estoy haciendo
lo posible, creéme. Y después te das cuenta de que todos los que llegan a
ocupar cargos en la Secretaría de Cultura son personas conocidas, pero
fundamentalmente es gente que termina pidiéndote disculpas por no poder hacer
nada. El balance de ese período sería más o menos así: junto con el exilio,
fueron los años durante los que más me llené de ideas y de temas para mis
películas”.
AGUANTAR HASTA QUE
PARE Si El viaje fue una premonición bastante evidente
de cómo la barbarie menemista lograría ganar terreno y la mierda subir hasta el
nivel del cuello, La nube es la continuación de la barbarie
por otros medios. La nube empieza donde termina El
viaje: primero fue la inundación, y Buenos Aires se tapó de mierda. Después
bajaron las aguas; la mierda sedimentó hasta volverse costumbre, llegó la nube
y hace 1700 días que no para de llover. Por la calle, la gente y los autos
andan literalmente marcha atrás, en uno de los hallazgos notables de la
película. Solanas filma Buenos Aires como pocos, y con la misma enajenación
crispante que Wong Kar-Wai consiguió en Happy Together. Con la
historia de un teatro cuyo director se resiste a que la Municipalidad lo
demuela para construir un shopping, la película se aleja de la sátira grotesca
de El viaje para volverse a la vez diatriba y arenga
antimenemista. Solanas dice que podría haber situado la historia de La
nube en algún yacimiento, en un pueblo fantasma como Sierra Grande:
“Pero la ambienté en un teatro independiente porque ahí está lo más puro.
Cualquiera que decida dedicarse al arte parece un loco. Cuando a Max, el
director del teatro que amenazan con demoler para poder construir un shopping,
le ofrecen una sala nueva, mejor equipada, pero con una programación que garantice
un mínimo indispensable de público, él jura que va a tirarse de cabeza por la
ventana: porque habría resistido al pedo toda la vida”. Esa es la resistencia
obstinada de la que Solanas hace un ejercicio. “En la vida descubrí que había
básicamente dos asuntos: tiempo y dinero. Para aprender todo lo que quería,
necesitaba tiempo. E, hiciera lo que hiciere, necesitaba dinero. Pero por lo
general, el dinero se opone al aprendizaje. Yo no trabajo por ganas. El 98 por
ciento del trabajo de una película me parece repugnante. Pero no hay que
dejarse atropellar por la aplanadora del cinismo. El cine no es una puesta en
escena, ni la vida. El cine es un rectángulo en el que hay que meter todo. Esa
es la verdad. Y la verdad generalmente es lo que se ve detrás de la cámara. Por
eso tiene que haber riesgo. Andar para atrás, por ejemplo. El desafío es cómo
hacerlo”. Conclusión Solanas de todo el asunto: “Aguanten, falta menos”.
AGUANTAR A SOLANAS “Puede ser que
mis películas no sigan una estructura lineal. Puede que sean demasiado corales
y que pasen demasiadas cosas en ellas. Pero así somos: lo que en cualquier otro
país es una disgresión, un psicólogo argentino lo explica diciendo que todo lo
que uno trae es importantísimo”. Importantísimo o no, las películas de Solanas
siempre traen tangos: “En Los hijos de Fierro había candombes,
murgas. Después sí, largué con el tango, especialmente con el que inventó
Piazzolla. No es que tenga en mente el tango for export, pero tampoco vas a ser
tan boludo de querer venderles perfume a los franceses y un western a los
yanquis”.
HASTA QUE EL CUERPO
AGUANTE “Para la película pusieron plata los franceses y los alemanes, pero acá
no interesó. Es increíble que, después de haber metido más de un millón de
personas en los cines, si me va mal con esta película pierdo hasta la casa. Es
siempre lo mismo, pero cada vez peor. Cuando tenía que empezar con El
exilio..., Charo López, que iba a ser la protagonista, avisó que no llegaba
a tiempo: postergamos un mes y eso significó la quiebra de la productora. Una
semana antes de que empezara el rodaje de Sur tuve un infarto.
Y cuando terminé El viaje sufrí el atentado en el que me
balearon. Pero voy a seguir filmando, hasta que aguante”.
PARA QUE EL CUERPO
AGUANTE Hay algo más. Solanas siempre tuvo mujeres lindas: Trixie
Amuchástegui, Chunchuna Villafañe, Dominique Sanda y, ahora, la despampanante
Angela Correa (una de las protagonistas de La nube). Cuando se le
dice que así es más fácil, Solanas se ríe y por primera vez parece dejar de ser
un tipo al que las cosas, más que gustarle, apenas no le dan náuseas: “Bueno,
sí, las mujeres son esenciales. Pero la verdad es que no sé cómo hago”.
EL AGUANTE La otra cosa
que Pino Solanas no aguanta es no saber exactamente por qué le dicen Pino. Hay
versiones. Que se debe a la iluminación poco afortunada de una tía. Que no fue
esa tía sino otra. Que fue en el colegio. Que ni su madre se acuerda. Que algún
día de éstos se va a saber. Como la tara que le impide aprender inglés, es uno
de esos raros misterios que nunca nadie le explicó. O, como alguna vez le
explicó su madre: “Si no te gusta, te la aguantás”.
(Página12 / 7-11-2020) (*)
*Esta nota fue publicada originalmente en el suplemento Radar de Página/12 del 23 de agosto de 1998.
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