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A las 7 de la mañana
tenía clase de inglés. Pero eran las 7:30 y yo estaba escuchando la clase desde
el corredor, con una resaca terrible. Mis padres me habían comprado los libros
y los vendí enseguida y esa noche me escapé por la ventana del dormitorio y me
fui a un bar del barrio. Ahora tenía una palpitante resaca de cerveza y todavía
me sentía medio borracho. Hasta que me decidí a abrir la puerta y después que
entré me quedé allí parado. El señor Hamilton, que era el profesor auxiliar de
inglés, estaba al lado de un tocadiscos cantando a coro con toda la clase. La
canción era de Gilbert y Sullivan:
Ahora
soy el gobernante
de
la Armada de la Reina…
He
copiado todas las órdenes
con
letra redondilla…
Ahora
soy el gobernante
de
la Armada de la Reina…
Permanezcan
pegados a sus mesas
y
nunca salgan al mar…
Y
siempre serán los gobernantes
de
la Armada de la Reina…
Al rato fui hasta el
fondo del salón y encontré un asiento vacío. Hamilton apagó el tocadiscos.
Usaba un traje blanco y negro y una camisa color naranja chillón. Se parecía a
Nelson Eddy. Entonces se quedó un momento mirando a la clase, miró su reloj
pulsera y me dijo:
-¿Usted es el señor
Chinaski?
Le contesté que sí con la
cabeza.
-Llegó treinta minutos
tarde.
-Sí.
-¿Sería capaz de llegar
treinta minutos tarde a una boda o a un funeral?
-No.
-¿No le molestaría
explicarnos por qué no?
-Bueno, si el funeral
fuera el mío no tendría más remedio que ser puntual. Y si la boda fuera la mía,
sería lo mismo que un funeral. -Siempre fui rápido con la lengua, y nunca pude
aprender a controlarme.
-Querido mío -dijo el
señor Hamilton. -Estuvimos escuchando a Gilbert y Sullivan para aprender a
pronunciar bien. Levántese, por favor.
Me levanté.
-Ahora cante, por favor, “Permanezcan
pegados a sus mesas y nunca salgan al mar y siempre serán los gobernantes de la
Armada de la Reina”.
Yo lo seguí mirando.
-¡Bueno, empiece de una
vez, por favor!
Canté toda la frase y me
senté.
-Señor Chinaski, casi no
pude oírlo. ¿No la podría cantar con un poco más de energía?
Me volví a parar, aspiré
una especie de océano de aire y aullé:
-¡SI QUERRÉS SER EL
GORVERNANTE DE L’ARMADA DE LA REEINA, PEGATE ALA MESA Y NUNCA BAYAS AL MAARRR!
La había canta al revés.
-Vuelva a sentarse Chinaski,
por favor -dijo el señor Hamilton.
Yo me volví a sentar. La culpa la tenía Baldy.
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