CAPÍTULO III / TRANSFORMACIONES DEL HÉROE
2
/ LA INFANCIA DEL HÉROE HUMANO (5)
Los
mitos están de acuerdo en que se requiere una extraordinaria capacidad para
enfrentarse y sobrevivir a tal experiencia. Las infancias abundan en anécdotas
de fuerza, habilidad y sabiduría precoces. Hércules estranguló una serpiente
colocada en su cuna por la diosa Hera. Maui de Polinesia aprisionó y detuvo al
sol, para dar tiempo a su madre de preparar sus comidas. Abraham, como hemos
visto, llegó al conocimiento del Dios Uno. Jesús confundió a los doctores. Al
niño Buddha se le dejó una vez a la sombra de un árbol y sus nodrizas notaron
repentinamente que la sombra no se había movido en toda la tarde y que el niño
se había quedado extático en un trance de yogui.
Las
hazañas del amado salvador hindú, Krishna, en su exilio infantil entre los vaqueros
de Gokula y Brindaban, constituyen un animado ciclo. Cierto duende llamado
Putana tomó la forma de una bella mujer, pero tenía veneno en los pechos. Entró
en la casa de Yasoda, la madre adoptiva del niño, se hizo amiga suya y después
tomó al niño en su regazo para darle de mamar. Pero Krishna succionó tan fuerte
que le sacó la vida y ella cayó muerta, volviendo a su enorme y espantosa
forma. Cuando el cadáver fue quemado, sin embargo, emanó una dulce fragancia,
pues el infante divino salvó al demonio al succionar su leche.
Krishna
era un niño travieso. Le gustaba llevarse los potes de leche cuando las
ordeñadoras dormían. Siempre trepaba a las más altas repisas para comer y
derramar cosas colocadas fuera de su alcance. Las jóvenes lo llamaron Ladrón de
Mantequilla y se quejaron a Yasoda, pero él siempre podía inventar una excusa.
Una tarde, cuando jugaba en el patio, avisaron a su madre adoptiva que el niño
comía barro. Ella llegó con una vara, pero el niño se había limpiado los labios
y negó todo conocimiento del asunto. Le abrió la boca sucia para ver, pero al
mirar dentro contempló todo el universo, los “Tres Mundos”. Pensó: “Qué tonta
soy al imaginar que mi hijo puede ser el Señor de los Tres Mundos.” Entonces
todo se le ocultó de nuevo, y este momento se borró de su mente. Acarició al
niño y lo llevó a casa.
Los
pastores acostumbraban adorar al dios Indra, el equivalente hindú de Zeus, rey
del cielo y señor de la lluvia. Un día, cuando habían presentado sus ofrendas,
el muchacho Krishna les dijo: “Indra no es una deidad suprema aunque sea rey
del cielo; teme a los titanes. Y lo que es más, la lluvia y la prosperidad que
pedís dependen del sol, que se lleva las aguas y las hace caer de nuevo. ¿Qué
puede hacer Indra? Lo que haya de pasar está determinado por las leyes de la
naturaleza y del espíritu.” Entonces volvió la atención de ellos a los bosques
cercanos, a los arroyos, a las colinas y especialmente al monte Gobardhan,
quienes merecían más honores que el remoto señor del aire. Y ellos ofrecieron
flores, frutos y dulces a las montañas.
Krishna
asumió una segunda forma: tomó la forma de un dios de la montaña y recibió las
ofrendas de la gente, y al mismo tiempo conservó su forma primera y adoró entre
el pueblo al dios de la montaña. El dios recibió las ofrendas y se las comió.
(11)
Indra
se enfureció y mandó por el rey de las nubes, a quien ordenó que dejara caer
lluvia sobre el pueblo hasta que todo quedara arrasado. Nubes tempestuosas se
suspendieron sobre aquella región y empezaron a descargar un diluvio; parecía
que había llegado el fin del mundo. Pero el muchacho Krishna llenó el monte
Govardhan con el calor de su energía inagotable, lo levantó con su dedo meñique
y pidió al pueblo que se refugiara debajo de él. La lluvia caía en la montaña,
silbaba y se evaporaba. El torrente cayó siete días, pero ni una gota tocó a la
comunidad de pastores.
Entonces
el dios cayó en la cuenta de que su oponente debería ser una encarnación del
Ser Primario. Cuando al día siguiente, Krishna llevó las vacas a pastar,
tocando la flauta, el Rey del Cielo bajó en su gran elefante blanco Airavata,
se postró sobre su rostro a los pies del muchacho sonriente, e hizo acto de
sumisión. (12)
Notas
(11)
El sentido de este consejo que para el lector de Occidente puede parecer
extraño es que el Camino de la Devoción (bhakti marga)
debe empezar con cosas conocidas y amadas por el devoto, no por concepciones
remotas e inimaginables. Puesto que la Divinidad es en todo inmanente, Él se
dará a conocer a través de cualquier objeto profundamente amado. Y lo que
es más, la Divinidad dentro del devoto es lo que hace posible para él descubrir
a la divinidad en el mundo exterior. Este misterio queda ilustrado en la
presencia doble de Krishna durante el acto de la adoración.
(12) Adaptado de Hermana Nivedita y Ananda K. Coomaraswamy, Myths of the Hindus and Buddhists (Nueva York, Henry Holt and Company, 1914), pp. 221-232.
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