48
-¿Así que no pudiste
conservar el trabajo ni siquiera una semana?
Estábamos comiendo
albóndigas y espaguetis. Mis problemas se discutían a la hora de cenar. La cena
era casi siempre un momento desgraciado.
No le quise contestar a mi
padre.
-¿Qué pasó? ¿Por qué te encajaron
la patada en el culo?
Yo seguí callado.
-Henry, ¡contestale a tu
padre cuando te habla! -chilló mi madre.
-¡No fue capaz de
aguantarlo, eso fue lo único que pasó!
-Mirá cómo tiene la cara
-dijo mi madre. -¿Quién fue el que te lastimó, Henry? ¿Tu jefe?
-No, madre…
-¿Y por qué no comés?
Parece que nunca tuvieras hambre.
-No puede comer -dijo mi
padre: -No puede trabajar, no sabe hacer nada… ¡No se merece ni que le den por
el culo!
-No digas esas cosas en
la mesa, papito -lo rezongó mi madre.
-¡Es que es la pura
verdad! -mi padre había enrollado una enorme bola de espaguetis en el tenedor y
mientras estaba masticándola pinchó y engulló una albóndiga y enseguida un
pedazo de pan francés.
Yo me acordé de lo que
dijo Iván en Los hermanos Karamazov: “¿Quién no quiere matar a su
padre?”.
Y mientras mi padre
masticaba todo aquel pelotón de comida se le salió un fideo de la boca y él
demoró mucho en chuparlo haciendo un ruido horrible. Después agarró su taza de
café, le echó dos grandes cucharadas de azúcar y tomó un trago largo que
terminó escupiendo sobre el plato y el mantel.
-¡Está mierda está
demasiado caliente!
-Tenés que tomarlo con más cuidado, papito -dijo mi madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario