lunes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 72

 47 (2)

 

Jimmy Newhall estaba esperándome rodeado por los otros.

 

-¡Miren al pendejo del almacén!

 

-¿Usarán ropa interior de señora?

 

Newhall se había sacado la camiseta y la camisa y metía estómago y sacaba pecho resplandeciendo en el sol. ¿En qué lío del diablo me había metido? Mientras caminaba por la azotea sentí cómo me temblaba de miedo el labio inferior. Miré el pelo dorado de Newhall. Lo había visto ganar muchas carreras de 50 y 60 yardas, deseando que ganara el otro equipo.

 

Ahora estábamos frente a frente, mirándonos fijo. Yo no me había sacado la camisa.

 

Hasta que él dijo:

 

-Bueno, aprontate.

 

Y se me vino arriba justo cuando apareció una viejita vestida de negro que cargaba un montón de paquetes. Usaba un sombrerito verde.

 

-¡Hola, muchachos! -dijo la vieja.

 

-Hola, abuela.

 

-Qué hermoso día…

 

Entonces ella abrió la puerta de su coche para meter adentro los paquetes y se dio vuelta para contemplar a Jimmy Newhall.

 

-¡Qué extraordinario cuerpo que tenés, mijo! ¡Apuesto a que podrían contratarte para hacer Tarzán de los Monos!

 

-No, abuela -dije. -Perdóneme, pero él es el Mono y los que lo acompañan son la tribu.

 

-Ah -dijo ella. Después subió a su coche y nos quedamos esperando que saliera del parking.

 

-Okey, Chinaski -dijo Newhall. -En el instituto eras famoso por tu asquerosa boca sucia y ahora voy a curarte.

 

Y se me vino arriba. Él estaba bastante mejor preparado que yo. Tuve la sensación de que se me caía arriba un pedazo de cielo erizado de puños. Newhall era más rápido que un mono. Más rápido y más grande. Yo apenas atinaba a entrecerrar los ojos sin poder devolver un solo golpe, mientras aquellos puños duros como rocas seguían aterrizando arriba mío. Dios mío, tenían una fuerza brutal y parecía que no iban a terminar nunca. Yo no tenía donde meterme y de golpe empecé a pensar que lo mejor iba a ser rendirme y aceptar que era un mariquita.

 

Pero en el medio de aquellos golpes me puse a pensar de dónde sacaría la fuerza y la energía aquel cerdo y al final se me fue el miedo. Los ojos se me llenaron de relámpagos rojos, verdes y púrpura, y entonces me derrumbé sintiendo que algo ROJO me reventaba adentro.

 

 ¿Siempre pasará así?

 

Caí sobre una rodilla. Lo único que llegué a escuchar fue un avión donde me hubiera gustado estar y sentí que una sangre caliente me chorreaba hasta la boca.

 

-Dejalo, Jimmy, está muerto…

 

Miré a Jimmy.

 

-Tu madre es una pajera -le dije.

 

-¡TE VOY A MATAR!

 

Newhall se me abalanzó y me agarró la garganta antes de que pudiera levantarme y empezamos a rodar hasta quedar abajo de un Dodge. Y justo en ese momento escuché el crujido de su cabeza pegándose contra no sé qué cosa. Fue fulminante y nadie más se dio cuenta.

 

Después nos levantamos.

 

-Te voy a matar -dijo.

 

Y se puso revolear los brazos como si fueran aspas de molino, aunque esta vez ya no fue tan terrible. Me seguía pegando con la misma furia pero había perdido fuerza, y yo dejé de ver relámpagos de colores. Ahora podía ver el cielo, los coches estacionados, las caras de los otros y a él mismo. Yo siempre fui lento para arrancar. Y tenía puños chicos pero terribles.

 

Qué tiempos más jodidos fueron aquellos: tener las ganas y la necesidad de vivir pero no la habilidad.

 

Le incrusté un derechazo abajo mientras lo escuchaba boquear le agarré la nuca con la izquierda y le clavé otra derecha en la boca del estómago. Entonces lo aparté y le apliqué un uno-dos sobre su escultórico rostro. Ahora fue fantástico verle la expresión aterrorizada. Nunca le había pasado algo así, y entonces decidí liquidarlo despacio.

 

En ese momento alguien me pegó con mucha fuerza en la nuca. Me di vuelta a mirarlo.

 

Era su amigo, el colorado Carl Evans.

 

-¡Salí de acá, hijo de puta! -aullé. -Los voy a reventar a todos uno por uno y cuando termine con este cagón el primero vas a ser vos.

 

No tardé mucho en liquidar a Jimmy. Y hasta traté de bailotear tirándole golpes cortos entre gancho y gancho. Él aguantó muy bien durante un rato y pensé que no iba a poder voltearlo hasta que le apareció esa extraña mirada que parece decir: ¿y si tratáramos de ser amigos y salir a tomarnos una cerveza? Después se derrumbó.

 

Los amigos se acercaron a levantarlo y trataron de sostenerlo preguntándole si se sentía bien.

 

-¿Qué te hizo ese hijo de puta, Jim? Si querés lo reventamos entre todos.

 

-Llévenme a casa -contestó Jim.

 

Yo me quedé mirando cómo lo ayudaban a bajar la escalera sosteniéndolo entre todos. Había uno que llevaba su camiseta y su camisa.

 

Cuando bajé a recoger mi carrito, Justin Phillips estaba esperándome.

 

-Pensé que no ibas a volver -sonrió con desprecio.

 

-Trate de no hablar con los trabajadores no calificados -le contesté.

 

Y empecé a arrastrar el carrito. Tenía la ropa y la cara deshechas. Cuando llegué al ascensor y pulsé el botón, el albino bajó enseguida.

 

-Ya corrió la noticia -dijo mientras me abría. -Dicen que sos el nuevo campeón de los pesos pesados.

 

Pero las noticias corren muy rápido en los lugares donde nunca pasa nada.

 

Ferris y su oreja rebanada me estaban esperando.

 

-¿Así que te dedicás a darle palizas a nuestros clientes?

 

-Fue nada más que a uno.

 

-¿Y cómo sabemos cuándo te la vas a agarrar con otro?

 

-Es que el tipo me desafió.

 

-Eso nos importa un carajo. Lo único que te aseguro es que estás despedido.

 

-¿Y mi cheque?

 

-Te lo vamos a mandar por correo.

 

-Muy bien. Hasta pronto….

 

-Esperá, que tengo que darte la llave del casillero.

 

Después saqué la única llave que tenía en el llavero y se la entregué a Ferris.

 

Fui hasta la puerta del vestuario de empleados y la abrí de par en par. Era una pesada puerta metálica que costaba mucho abrir. Mientras iba entrando la luz del sol me di vuelta para mandarle un saludito a Ferris. No me respondió. Pero me devolvió la mirada. Cuando cerré la puerta me di cuenta que aquel tipo no me caía mal del todo.

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