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Jimmy Newhall estaba
esperándome rodeado por los otros.
-¡Miren al pendejo del
almacén!
-¿Usarán ropa interior de
señora?
Newhall se había sacado
la camiseta y la camisa y metía estómago y sacaba pecho resplandeciendo en el
sol. ¿En qué lío del diablo me había metido? Mientras caminaba por la azotea sentí
cómo me temblaba de miedo el labio inferior. Miré el pelo dorado de Newhall. Lo
había visto ganar muchas carreras de 50 y 60 yardas, deseando que ganara el
otro equipo.
Ahora estábamos frente a
frente, mirándonos fijo. Yo no me había sacado la camisa.
Hasta que él dijo:
-Bueno, aprontate.
Y se me vino arriba justo
cuando apareció una viejita vestida de negro que cargaba un montón de paquetes.
Usaba un sombrerito verde.
-¡Hola, muchachos! -dijo
la vieja.
-Hola, abuela.
-Qué hermoso día…
Entonces ella abrió la
puerta de su coche para meter adentro los paquetes y se dio vuelta para
contemplar a Jimmy Newhall.
-¡Qué extraordinario cuerpo
que tenés, mijo! ¡Apuesto a que podrían contratarte para hacer Tarzán de los
Monos!
-No, abuela -dije.
-Perdóneme, pero él es el Mono y los que lo acompañan son la tribu.
-Ah -dijo ella. Después
subió a su coche y nos quedamos esperando que saliera del parking.
-Okey, Chinaski -dijo
Newhall. -En el instituto eras famoso por tu asquerosa boca sucia y ahora voy
a curarte.
Y se me vino arriba. Él
estaba bastante mejor preparado que yo. Tuve la sensación de que se me caía arriba
un pedazo de cielo erizado de puños. Newhall era más rápido que un mono. Más
rápido y más grande. Yo apenas atinaba a entrecerrar los ojos sin poder
devolver un solo golpe, mientras aquellos puños duros como rocas seguían aterrizando
arriba mío. Dios mío, tenían una fuerza brutal y parecía que no iban a terminar
nunca. Yo no tenía donde meterme y de golpe empecé a pensar que lo mejor iba a
ser rendirme y aceptar que era un mariquita.
Pero en el medio de
aquellos golpes me puse a pensar de dónde sacaría la fuerza y la energía aquel
cerdo y al final se me fue el miedo. Los ojos se me llenaron de relámpagos
rojos, verdes y púrpura, y entonces me derrumbé sintiendo que algo ROJO me
reventaba adentro.
¿Siempre pasará así?
Caí sobre una rodilla. Lo
único que llegué a escuchar fue un avión donde me hubiera gustado estar y sentí
que una sangre caliente me chorreaba hasta la boca.
-Dejalo, Jimmy, está
muerto…
Miré a Jimmy.
-Tu madre es una pajera
-le dije.
-¡TE VOY A MATAR!
Newhall se me abalanzó y me
agarró la garganta antes de que pudiera levantarme y empezamos a rodar hasta
quedar abajo de un Dodge. Y justo en ese momento escuché el crujido de su
cabeza pegándose contra no sé qué cosa. Fue fulminante y nadie más se dio cuenta.
Después nos levantamos.
-Te voy a matar -dijo.
Y se puso revolear los
brazos como si fueran aspas de molino, aunque esta vez ya no fue tan terrible.
Me seguía pegando con la misma furia pero había perdido fuerza, y yo dejé de
ver relámpagos de colores. Ahora podía ver el cielo, los coches estacionados,
las caras de los otros y a él mismo. Yo siempre fui lento para arrancar. Y tenía
puños chicos pero terribles.
Qué tiempos más jodidos
fueron aquellos: tener las ganas y la necesidad de vivir pero no la habilidad.
Le incrusté un derechazo abajo
mientras lo escuchaba boquear le agarré la nuca con la izquierda y le clavé
otra derecha en la boca del estómago. Entonces lo aparté y le apliqué un
uno-dos sobre su escultórico rostro. Ahora fue fantástico verle la expresión
aterrorizada. Nunca le había pasado algo así, y entonces decidí liquidarlo
despacio.
En ese momento alguien me
pegó con mucha fuerza en la nuca. Me di vuelta a mirarlo.
Era su amigo, el colorado
Carl Evans.
-¡Salí de acá, hijo de puta!
-aullé. -Los voy a reventar a todos uno por uno y cuando termine con este cagón
el primero vas a ser vos.
No tardé mucho en liquidar
a Jimmy. Y hasta traté de bailotear tirándole golpes cortos entre gancho y
gancho. Él aguantó muy bien durante un rato y pensé que no iba a poder
voltearlo hasta que le apareció esa extraña mirada que parece decir: ¿y si
tratáramos de ser amigos y salir a tomarnos una cerveza? Después se derrumbó.
Los amigos se acercaron a
levantarlo y trataron de sostenerlo preguntándole si se sentía bien.
-¿Qué te hizo ese hijo de
puta, Jim? Si querés lo reventamos entre todos.
-Llévenme a casa
-contestó Jim.
Yo me quedé mirando cómo
lo ayudaban a bajar la escalera sosteniéndolo entre todos. Había uno que
llevaba su camiseta y su camisa.
Cuando bajé a recoger mi
carrito, Justin Phillips estaba esperándome.
-Pensé que no ibas a
volver -sonrió con desprecio.
-Trate de no hablar con
los trabajadores no calificados -le contesté.
Y empecé a arrastrar el
carrito. Tenía la ropa y la cara deshechas. Cuando llegué al ascensor y pulsé
el botón, el albino bajó enseguida.
-Ya corrió la noticia
-dijo mientras me abría. -Dicen que sos el nuevo campeón de los pesos pesados.
Pero las noticias corren
muy rápido en los lugares donde nunca pasa nada.
Ferris y su oreja
rebanada me estaban esperando.
-¿Así que te dedicás a
darle palizas a nuestros clientes?
-Fue nada más que a uno.
-¿Y cómo sabemos cuándo
te la vas a agarrar con otro?
-Es que el tipo me
desafió.
-Eso nos importa un
carajo. Lo único que te aseguro es que estás despedido.
-¿Y mi cheque?
-Te lo vamos a mandar por
correo.
-Muy bien. Hasta pronto….
-Esperá, que tengo que
darte la llave del casillero.
Después saqué la única
llave que tenía en el llavero y se la entregué a Ferris.
Fui hasta la puerta del vestuario de empleados y la abrí de par en par. Era una pesada puerta metálica que costaba mucho abrir. Mientras iba entrando la luz del sol me di vuelta para mandarle un saludito a Ferris. No me respondió. Pero me devolvió la mirada. Cuando cerré la puerta me di cuenta que aquel tipo no me caía mal del todo.
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