1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo
de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
III. TERCER PERÍODO:
SANTA MARÍA O EL RETORNO
A LAS FUENTES (3)
También podemos detectar,
en la última novela de Juan Carlos Onetti, donde se denuncia la dominación
insidiosa que ejercen los poderosos colonos suizos sobre los indolentes “criollos”,
el retorno a cierta vehemencia de tono emparentada con las páginas más
inspiradas de El pozo. El “conflicto” entre “los oscuros” y “los rubios”,
apenas presentido en La vida breve (137 bis), estalla por fin en Dejemos
hablar al viento, siendo muy claras las analogías con la situación de un
Uruguay que se hunde crucialmente en la crisis provocada por la dependencia económica:
Todo en esta ciudad -dijo
el médico, tenía la voz opaca y ablandada-. Sufrimos de dermatitis, cada día se
nos cae un pedazo de piel. O un recuerdo. O también una cornisa. Cada día nos
sentimos más solos, como en exilio. Y cada día los gringos de la Colonia
compran un nuevo pedazo de la ciudad. Casi no queda un comercio que no sea
propiedad de ellos. El mismo Campisciano, a pesar del apellido, no es más que
un delegado de ellos. A veces pienso que le dieron o prestaron dinero para que
comprase el Plaza. Y para que lo fuera destruyendo y afeando a fuerza de tabiques.
Hoy es una casa de pensión. Este mismo salón, si usted recuerda cómo era.
-Ya sé. Yo vivo aquí.
Tengo una pieza con baño y ventana. Cuando no estoy en la casita de la playa.
-Sí, todo es triste. Ya
no voy a jugar al póquer en el club. No queda nadie de mi tiempo, quiero decir.
Espero el sueño en mi casa. Solitarios y partidas de ajedrez.
(Y una inyección de
fifina de vez en cuando, pensó Medina, irónico e impasible.) (138)
La “colonia” constituye
uno de los lugares privilegiados del universo onettiano, pero su puntual
resurgimiento en todas las obras del ciclo de Santa María no apunta tanto a
reforzar la ilusión referencial -de la cual el novelista suele desembarazarse
con condescendiente desenvoltura (139)- como a acrecentar la credibilidad y la
eficacia novelística de la ciudad-pueblo. Enclavada entre su río inofensivo y
aventurero al mismo tiempo, y su prosaica y moralista “colonia”, Santa María
adquiere de hecho una plenitud contradictoria que le otorga un encanto ambiguo
y poderoso: Larsen, Aránzuru, Medina y hasta la indomable “vasquita Insurralde”
no lo pueden resistir (140).
El personaje-tipo
onettiano padece, por así decirlo, de horror al vacío. A pesar de las
apariencias cínicas que caracterizan especialmente a los héroes masculinos,
todo ellos buscarán, a través de múltiples aventuras, un lugar donde radicarse,
valores a los cuales aferrarse para autodefinirse. Y es precisa la espesa y
tranquilizadora materialidad de Santa María la que los atrae. A medida que el
ciclo “sanmariano” va tomando cuerpo, la ciudad se humaniza hasta darnos la
imagen -como queda bien desmostrado en las citas precedentes- de un mundo heterogéneo,
lleno de vida y sacudido por fuertes contradicciones. Agitación cotidiana y
somnolencia provinciana, calma aparente y tempestades subyacentes ritman los días
de esta población de segundo orden cuyo extraño poder de atracción no es ajeno,
ciertamente, al celoso autorepliegue que la caracteriza. Porque esta ciudad “cerrada
a cal y canto” (141) de la que se burla desembozadamente el joven Jorge Malabia
-aunque sin lograr una total evasión afectiva- parece en efecto dar la espalda a
todo verdadero contacto exterior. Es a esta ciudad cerrada y hosca adonde
vienen a parar, en medio de la indiferencia general de las “calles vacías y de
la plaza desierta” (142), las prostitutas reenganchadas por Larsen y dispuestas
a ejercer su oficio en la casita celeste de la costa. Pero todavía será
necesario examinar más detenidamente las múltiples connotaciones implicadas por
este encerramiento.
Notas
(137 bis) La vida
breve, II parte, 8, p. 205.
“Iba muriendo conmigo
aquel conflicto, apenas presentido entre los pesados, enérgicos y austeros
habitantes de la colonia suiza y los pobladores de la ciudad, entre los
indolentes criollos de Santa María y los que la alimentaban. (…) El conflicto
nacido del mutuo y disimulado desprecio, mostrado apenas en las sonrisas y las
entonaciones irónicas de los hombres oscuros, sonrisas y voces que los rubios
lograban convertir en actitudes obsequiosas, preocupadas, próximas a la duda cuando
cambiaban billetes en los negocios, compraban automóviles y trilladoras,
dejaban sobre las mesas de los cafés, sin amabilidad, sin convicción, propinas
exageradas, sólo útiles en definitiva para fortalecer su desdén.”
(138) Dejemos hablar
al viento. Cap. XXX, pp. 196-197.
(139) Dos textos resultan
particularmente significativos al respecto. El pozo, donde se manifiesta
con claridad una actitud de rechazo hacia el concepto de “verdad objetiva” de
los hechos, así como un escepticismo feroz frente a la noción de compromiso, y La
vida breve, donde lo real, despreciado, cede el paso a la meditación
poética y a una lógica de carácter onírico.
(140) La “vasquita
Insurralde”, que aparece en varias obras de Juan Carlos Onetti y cuyo nombre se
asocia, en Juntacadáveres, ala frustrada experiencia del “Falansterio”,
vuelve a morir medio loca a Santa María en La novia robada, de la cual
es la principal protagonista.
(141) Juntacadáveres,
II, pp. 10-11: “A cal y canto”, había dicho Tito cerca del balcón de la
Cooperativa, el vigilante nos miró, seguro de que continuaríamos andando hasta
la estación, inmóvil y sudoroso en la bocacalle, sobre el fondo de calles
solitarias y ventanas y puertas clausuradas, sonriendo y apreciándonos con la
sucia sabiduría de los adultos. (…) “A cal y canto” había dicho el padre de
Tito la noche anterior o en el almuerzo, remedando admirativo el tono del cura
Bergner, mi pariente, en la reunión de la Liga. Con la mano peluda golpeando el
hule florido de la mesa, la madre distrayendo a los niños, el empleado de la
ferretería aprobando en silencio, prudente y respetuoso, sobre el plato de sopa
en la lejana cabecera.
-Cerraremos la ciudad a
cal y canto -recitó el ferretero. -Quiero que mi casa permanezca cerrada a cal
y canto.
(142) Ibid., II, p. 10.
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