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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (22) - MARYSE RENAUD

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

  

III. TERCER PERÍODO:

 

SANTA MARÍA O EL RETORNO A LAS FUENTES (3)

  

También podemos detectar, en la última novela de Juan Carlos Onetti, donde se denuncia la dominación insidiosa que ejercen los poderosos colonos suizos sobre los indolentes “criollos”, el retorno a cierta vehemencia de tono emparentada con las páginas más inspiradas de El pozo. El “conflicto” entre “los oscuros” y “los rubios”, apenas presentido en La vida breve (137 bis), estalla por fin en Dejemos hablar al viento, siendo muy claras las analogías con la situación de un Uruguay que se hunde crucialmente en la crisis provocada por la dependencia económica:

 

Todo en esta ciudad -dijo el médico, tenía la voz opaca y ablandada-. Sufrimos de dermatitis, cada día se nos cae un pedazo de piel. O un recuerdo. O también una cornisa. Cada día nos sentimos más solos, como en exilio. Y cada día los gringos de la Colonia compran un nuevo pedazo de la ciudad. Casi no queda un comercio que no sea propiedad de ellos. El mismo Campisciano, a pesar del apellido, no es más que un delegado de ellos. A veces pienso que le dieron o prestaron dinero para que comprase el Plaza. Y para que lo fuera destruyendo y afeando a fuerza de tabiques. Hoy es una casa de pensión. Este mismo salón, si usted recuerda cómo era.

-Ya sé. Yo vivo aquí. Tengo una pieza con baño y ventana. Cuando no estoy en la casita de la playa.

-Sí, todo es triste. Ya no voy a jugar al póquer en el club. No queda nadie de mi tiempo, quiero decir. Espero el sueño en mi casa. Solitarios y partidas de ajedrez.

(Y una inyección de fifina de vez en cuando, pensó Medina, irónico e impasible.) (138)

 

La “colonia” constituye uno de los lugares privilegiados del universo onettiano, pero su puntual resurgimiento en todas las obras del ciclo de Santa María no apunta tanto a reforzar la ilusión referencial -de la cual el novelista suele desembarazarse con condescendiente desenvoltura (139)- como a acrecentar la credibilidad y la eficacia novelística de la ciudad-pueblo. Enclavada entre su río inofensivo y aventurero al mismo tiempo, y su prosaica y moralista “colonia”, Santa María adquiere de hecho una plenitud contradictoria que le otorga un encanto ambiguo y poderoso: Larsen, Aránzuru, Medina y hasta la indomable “vasquita Insurralde” no lo pueden resistir (140).

 

El personaje-tipo onettiano padece, por así decirlo, de horror al vacío. A pesar de las apariencias cínicas que caracterizan especialmente a los héroes masculinos, todo ellos buscarán, a través de múltiples aventuras, un lugar donde radicarse, valores a los cuales aferrarse para autodefinirse. Y es precisa la espesa y tranquilizadora materialidad de Santa María la que los atrae. A medida que el ciclo “sanmariano” va tomando cuerpo, la ciudad se humaniza hasta darnos la imagen -como queda bien desmostrado en las citas precedentes- de un mundo heterogéneo, lleno de vida y sacudido por fuertes contradicciones. Agitación cotidiana y somnolencia provinciana, calma aparente y tempestades subyacentes ritman los días de esta población de segundo orden cuyo extraño poder de atracción no es ajeno, ciertamente, al celoso autorepliegue que la caracteriza. Porque esta ciudad “cerrada a cal y canto” (141) de la que se burla desembozadamente el joven Jorge Malabia -aunque sin lograr una total evasión afectiva- parece en efecto dar la espalda a todo verdadero contacto exterior. Es a esta ciudad cerrada y hosca adonde vienen a parar, en medio de la indiferencia general de las “calles vacías y de la plaza desierta” (142), las prostitutas reenganchadas por Larsen y dispuestas a ejercer su oficio en la casita celeste de la costa. Pero todavía será necesario examinar más detenidamente las múltiples connotaciones implicadas por este encerramiento.

 

Notas 

(137 bis) La vida breve, II parte, 8, p. 205.

“Iba muriendo conmigo aquel conflicto, apenas presentido entre los pesados, enérgicos y austeros habitantes de la colonia suiza y los pobladores de la ciudad, entre los indolentes criollos de Santa María y los que la alimentaban. (…) El conflicto nacido del mutuo y disimulado desprecio, mostrado apenas en las sonrisas y las entonaciones irónicas de los hombres oscuros, sonrisas y voces que los rubios lograban convertir en actitudes obsequiosas, preocupadas, próximas a la duda cuando cambiaban billetes en los negocios, compraban automóviles y trilladoras, dejaban sobre las mesas de los cafés, sin amabilidad, sin convicción, propinas exageradas, sólo útiles en definitiva para fortalecer su desdén.”

(138) Dejemos hablar al viento. Cap. XXX, pp. 196-197.

(139) Dos textos resultan particularmente significativos al respecto. El pozo, donde se manifiesta con claridad una actitud de rechazo hacia el concepto de “verdad objetiva” de los hechos, así como un escepticismo feroz frente a la noción de compromiso, y La vida breve, donde lo real, despreciado, cede el paso a la meditación poética y a una lógica de carácter onírico.

(140) La “vasquita Insurralde”, que aparece en varias obras de Juan Carlos Onetti y cuyo nombre se asocia, en Juntacadáveres, ala frustrada experiencia del “Falansterio”, vuelve a morir medio loca a Santa María en La novia robada, de la cual es la principal protagonista.

(141) Juntacadáveres, II, pp. 10-11: “A cal y canto”, había dicho Tito cerca del balcón de la Cooperativa, el vigilante nos miró, seguro de que continuaríamos andando hasta la estación, inmóvil y sudoroso en la bocacalle, sobre el fondo de calles solitarias y ventanas y puertas clausuradas, sonriendo y apreciándonos con la sucia sabiduría de los adultos. (…) “A cal y canto” había dicho el padre de Tito la noche anterior o en el almuerzo, remedando admirativo el tono del cura Bergner, mi pariente, en la reunión de la Liga. Con la mano peluda golpeando el hule florido de la mesa, la madre distrayendo a los niños, el empleado de la ferretería aprobando en silencio, prudente y respetuoso, sobre el plato de sopa en la lejana cabecera.

-Cerraremos la ciudad a cal y canto -recitó el ferretero. -Quiero que mi casa permanezca cerrada a cal y canto.

(142) Ibid., II, p. 10.

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