El sitio de la Mulita (27)
Insensiblemente, el
Cimarrón volvió a ascender a su grado actual de Sargento Primero y a sentirse
otra vez bajo la carpa, tendido de espaldas sobre su apero. Y hasta allí, ahora
con la sensación de lo lejano en el espacio y en el tiempo, le llegaba la
palabra del otro militar. Alargábale el mate, cerca del Arerunguá, hacía años,
el Avestruz; le pedía fuego, encendía el pucho y le decía envuelto en humo, al
pie del mangrullo, como de habitual cuando en primavera y verano llegaba la
tardecita en aquellos perdidos días: “Mirá, Cimarrón, no hay nada que hacerle,
¡se nace! Nacistes vos para ir lejos. Vos no te vas a morir sin ser Sargento
Primero. ¡Sí, reíte no más, Sargento Primero! Y no en una Comisaría de estas;
en una del Sur, que es otra categoría. Yo vine al mundo para soldado raso. ¡Y
es inútil, mirá! Con librarme de que el Comisario no me encaje muy seguido de
plantón, soy un Presidente”.
-¡Puta que te parió!
-sonreía enternecido, apretando bien los párpados, abajo de su tienda de
campaña, el Sargento Primero Cimarrón. -Hasta a mí me la ganastes ¿se podrá
creer? Decir en aquellos tiempos a un público entero, que yo iba a llegar algún
día a Sargento Primero, era un disparate.
Como la madrugada venía
muy fría, y es tan mezquina la protección de una carpa, se llevó el poncho un
poco más sobre los hombros, el Sargento Primero. Y sacó la mano para posarla en
la cansada frente, y palmearla dulcemente, como a frente ajena y muy querida.
Si hubiera tenido abiertos los ojos, habría visto que a su alrededor, todo,
botas, espada, quepis, la propia mano insistentemente acariciante, todo se
estaba bañando en celeste. Pero así, con los párpados cerrados, lo que se le apareció
ahora fue el valeroso Cabo Lobo.
-Sí, como leal y serio no
tenés precio -le dijo desde que lo divisó. -Pero tenés seriedá de más y, sin
ofenderte, sos negado de caletre: ¿Cómo te hago entender a vos que hay cosas
más grandes que tu deber de soldado? ¿Y que hay cosas bien que están mal, y
cosas mal que están bien? ¿Y que uno no se mancha si cumple con otro deber
superior al que le quieren imponer los superiores de uno, porque hay
superioridades más superiores que los superiores, eh? Vos no sos hombre para
esos pensamientos. Delatar no me ibas a delatar. Pero te me harías estaca si te
propusiera la cosa…
Ladeada la cadera,
ladeado el quepis, y con su cara de estar viendo visiones, el Macá se
interpuso, como empujado; y, para él, como empujado por un hijo de puta por lo
que lo contrariaba.
-¡Sí, qué se le va a
hacer; no hay más remedio! A vos te elijo. -Hubo una pausa. Como la de quien,
ya desnudo, parado sobre la barranca, mira para abajo, se restrega las manos y
se las vuelve a restregar para darse tiempo a lanzarse por fin, por fin, de
cabeza. -Vos sos capaz de hacerme una farra en el camino, y de no llegar, y de
dejarme aquí, colgado, entre la espada y la paré. Pero tengo que quedarme con
vos. Te voy a sermoniar un rato, te voy a sentenciar bien… y, con eso, calculo
que no me vas a andar atropellándote, que es lo que te produce los fracasos.
Una vez hecha la ardua
opción, el Cimarrón se aseguró en su imaginación el resultado, mejorando rápida
y con creciente firmeza al elegido. Olvidando que, cuando él ascendió a
Sargento Primero, se lo impuso de Asistente, para tenerlo contento, el Comisario,
agarrándolo en un aparte y diciéndole: “Usté es de la guardia vieja, de los que
quedan pocos: tiene edá y servicios como nadie; usté de patriota, no más, no
pide el retiro, y usté, por eso, va a tener de aquí en adelante su Asistente.
Usté sabe que el Sargento, por más primero que sea, no le corresponde. Pero le
corresponde a usté, y basta. Yo, teniéndole a usté aquí, voy a recorrer la
sesional de punta a punta. Y como cuando termine con una punta ya la otra hará
mucho que no la recorro, usté ve que yo seré una visita en la Comisaría”. Si se
olvidó de esto que le había pasado con el nuevo Comisario del Arazatí quien no
tuvo tiempo de dejar de ser nuevo porque casi en seguida fue el primero en ir a
las guascas, cuando se le descubrió la gracia de asaltar mercachifles, y quedó
diezmada la Comisaría, y al mismísimo Juez y a su entenado les atajaron la fuga
ya arriba mismo de la balsa. Por eso, sin recordar que el Asistente le cayó
como peludo de regalo y que sólo por especial correspondencia y medio en
chacota los siguientes comisarios de lo dejaron, el Sargento imaginó recordar
con precisión que había hecho suyo al Macá, apenas de verlo presentarse al
servicio, no más, pues en el aire advirtió que era todo una inteligencia. Y al
poco tato de fantasear le pareció que ya hacía un tiempito que él estaba abrigando
el propósito de recomendárselo al Coronel Puma con quien de golpe, allí, ahora,
bajo la carpa, se hizo uña y carne para que se llevara al joven a la Jefatura,
a que hiciera carrera. En la forma más decidida aceptó, asimismo como verdad,
que el Jefe Político ya en otra ocasión le había pedido, solito con mirarlo de
lejos, a otro Asistente que tuviera, a un tal Macaco, inexistente paraguayo; y
eso que no era nativo y que, de un tiempo a esa parte, se empezaba a murmurar
en los pagos que el soldado, fuera de línea, fuera de policía, debía ser
oriental.
Y como la persona instruída cierra al fin el libro que estaba ojeando en la cama, lo deposita encima de la silla o del banco donde pone la ropa, o en el suelo, no más, y se queda boca arriba, el hombre, pensando, así el Sargento Primero Cimarrón, echado de espaldas, abriendo los ojos contempló un plano grisáceo del techo en dos caídas de su tienda.
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