martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (64) - MIJAIL. BAJTIN

 EL HÉROE COMO TOTALIDAD DE SENTIDO

Acto, confesión, autobiografía, héroe lírico, biografía, situación, carácter, tipo, personaje, hagiografía. (6)

 

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La forma biográfica es la más “real” porque en ella existe la mínima cantidad de momentos aisladores y conclusivos, la actividad del autor es en ella menos transformadora, el autor aprovecha su postura valorativa fuera del héroe de la manera menos fundamental, limitándose casi a la sola apariencia espacial y temporal, a la extraposición; no existen límites claros del carácter, un aislamiento marcado, una fábula acabada y tensa. Los biográficos son los valores comunes compartidos entre la vida y el arte, es decir, pueden definir los actos prácticos como su finalidad; son forma y valores de la estética de la vida. El autor de una biografía es ese otro posible que nos obsesiona en la vida con una gran facilidad, que está con nosotros cuando nos miramos en el espejo, cuando soñamos con la gloria, cuando hacemos planes externos para la vida; es el otro posible que impregna nuestra conciencia y que dirige con frecuencia nuestros actos, valoraciones y nuestra visión propia junto con nuestro yo-para-mí; es el otro en la conciencia con el cual la vida exterior puede ser aun suficientemente movible (una vida interior intensa es, por supuesto, imposible, cuando estamos poseídos por el otro, aquí empezaría el conflicto y la lucha con el otro para liberar al yo-para-mí en toda su pureza: confesión-rendimiento de cuentas), y que puede llegar a ser, sin embargo, un doble usurpador si se le da libertad, pero junto al que es posible, en cambio, vivir la vida directa e ingenuamente, con alegría y pasión (a pesar de que es el otro quien nos entrega al poder del destino, puesto que una vida obsesiva puede convertirse en una vida fatal). En nuestros recuerdos habituales acerca del pasado con frecuencia es el otro quien viene a ser el activo, y es en sus tonos valorativos como nos recordamos (en los recuerdos de la infancia, ese otro es la madre, que se proyecta en nosotros). Un recuerdo tranquilo acerca de un pasado lejano de uno se estetiza y se aproxima formalmente a una narración (los recuerdos realizados a la luz del futuro semántico son recuerdos penitentes). Todo recuerdo del pasado es un poco estetizado, mientras que el recuerdo del futuro siempre es moral.

 

Este otro que se posesiona de mí no entra en conflicto con el yo-para-mí, puesto que yo no me separo valorativamente del mundo de los otros sino que me percibo dentro de una colectividad: en la familia, la nación, la humanidad cultural; en este caso, la postura valorativa del otro en mí goza de autoridad, y el otro puede narrar mi vida totalmente de acuerdo conmigo. Mientras la vida transcurra en una unidad valorativa indisoluble con la colectividad de otros, en todos sus momentos comunes al mundo de otros se comprende, se construye, se organiza en el plano de una posible conciencia ajena que se estructura como un posible relato del otro acerca de la vida dirigida a otros (descendientes); la conciencia de un narrador posible, el contexto valorativo del narrador organizan el acto, el pensamiento y el sentimiento allí donde estos se inicien con sus valores en el mundo de otros; todo momento semejante de la vida puede ser percibido en la totalidad del relato que es la historia de esta vida; mi contemplación de mi propia vida es tan sólo una anticipación del recuerdo de otros acerca de esta vida, recuerdo de descendientes, parientes y prójimos (la amplitud biográfica de una vida puede ser variada); los valores que organizan la vida y el recuerdo son los mismos. El hecho de que este otro no esté inventado por mí para un uso interesado sino que sea una fuerza valorativa que es afirmada por mí y que determina mi vida (como la fuerza valorativa de la madre que me determina en la infancia), este hecho le confiere una autoridad a ese otro y lo hace autor internamente comprensible de mi vida; no soy yo mediante el otro, sino que es el mismo otro valorativo en mí; es hombre en mí. El otro con una autoridad amorosa interna es el que dirige mi interior, no soy yo quien lo dirige valiéndome del otro como de un medio (no se trata de un mundo de otros en mí, sino de mí en el mundo de otros; yo me inicio en este mundo); no existe el parasitismo. El héroe y el narrador aquí pueden intercambiar fácilmente sus lugares: sea que yo empiece a hablar del otro que me es próximo, con quien comparto una vida de valores en la familia, la nación, la humanidad, el mundo, sea que el otro hable de mí, yo de todas maneras formo parte de la narración en los mismos tonos, en el mismo aspecto formal que él. Sin separarme de la vida en la que los héroes son los otros y el mundo es su entorno, yo resulto ser el narrador de esta vida y parezco asimilarme a sus héroes. Al relatar mi vida cuyos héroes sean otros para mí, yo intervengo paso a paso en su estructura formal (no soy héroe de mi vida, pero participo en ella), me coloco en la situación del héroe, abarco a mi persona con la narración; las formas de la percepción valorativa de obras se transfieren hacia mí cuando yo soy solidario con ellos. Así es como el narrador se transforma en héroe. Si el mundo de otros para mí posee una autoridad valorativa, me asimila como a otro (por supuesto, sólo en aquellos momentos en que posea autoridad). Una parte importante de mi biografía la conozco por las palabras ajenas de mis prójimos y siempre con una tonalidad emocional determinada: nacimiento, origen, sucesos de vida familiar y nacional durante la infancia temprana (todo aquello que no podría haber sido entendido por una criatura, o que simplemente hubiese pasado inadvertido). Todos estos momentos son necesarios para reconstruir un cuadro más o menos comprensible y coherente de mi vida y del mundo que la rodea, y todos ellos los conozco yo que soy el narrador de mi vida por medio de sus otros héroes. Sin estos relatos de otros de mi vida no sólo carecería de plenitud de contenido y de claridad, sino que permanecería internamente fragmentada, falta de una unidad biográfica valorable. Porque los fragmentos de mi vida vividos por mí internamente (son fragmentos desde el punto de vista de la totalidad biográfica) pueden adquirir tan sólo una unidad interior del yo-para-mí (unidad futura del propósito), una unidad confesional pero no la de una biografía, porque tan sólo la unidad planteada del yo-para-mí es inmanente a una vida vivida interiormente. El principio interno de unidad no sirve para un relato biográfico, mi yo-para-mí no podría relatar nada; pero esta postura valorativa del otro necesaria para la biografía es la más cercana a mí y yo directamente participo en ella a través de los héroes de mi vida que son los otros y a través de sus narradores. Así, el héroe de una vida puede llegar a ser su narrador. Así, pues, se trata tan sólo de una participación apretada y orgánicamente valorativa en el mundo de los otros que hace que la autobjetivación biográfica de la vida sea productiva y competente, que reafirma y hace que no tenga carácter fortuito la posición del otro en mí, de ese otro que es el posible autor de mi vida (la participación consolida el punto de extraposición fuera de uno; el apoyo para la extraposición es el amado mundo de los otros, de los cuales yo no me separo y a los cuales no me contrapongo, se trata de una fuerza y un poder del ser valorativo de la otredad en mí, de la naturaleza humana en mí, pero no es una naturaleza cruda e indiferente sino afirmada y formada por mí valorativamente; por lo demás, ella tampoco carece de una cierta espontaneidad).

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