martes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 70

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Lo primero que tuve que hacer fue una entrega para el Departamento de ropa interior. Localicé los artículos, los coloqué en mi carrito verde con ruedas de goma y fui hasta el ascensor. El ascensor estaba en el piso de arriba y pulsé el botón y me quedé esperando. Demoró un rato en empezar a bajar. Era muy lento. Cuando se abrieron las puertas vi que lo manejaba un albino tuerto. Jesús.

 

Él me miró.

 

-¿Sos nuevo aquí, no? -preguntó.

 

-Sí.

 

-¿Qué pensás de Ferris?

 

-Me parece un gran tipo.

 

Y me di cuenta de que debían vivir en el mismo cuarto y cocinar por turnos.

 

-Ahora no te puedo subir.

 

-¿Por qué?

 

-Tengo que ir a cagar.

 

Y salió del ascensor y desapareció.

 

Yo tuve que seguir allí esperando. Las cosas funcionaban así. Tenías que elegir ser un gobernador o un basurero, un funámbulo de la cuerda floja o un ladrón de bancos, un dentista o un frutero. Uno trataba de hacer las cosas bien y después tenías que quedarte esperando a un idiota. Así que me quedé allí plantado, con mi uniforme y mi carrito verde, mientras el ascensorista cagaba.

 

Entonces entendí con total claridad por qué los nenes forrados siempre estaban riéndose. Ellos sabían cómo funcionaban las cosas.

 

El albino volvió.

 

-Estuvo espectacular. Me siento quince kilos más liviano.

 

-Bueno. ¿Podemos subir?

 

-Suerte -dijo el albino cuando me abrió la puerta del ascensor.

 

Yo empujé mi carrito por los pasillos buscando el Departamento de ropa interior, donde me esperaba una tal señorita Meadows, con los brazos cruzados. Era esbelta y elegante. Parecía una modelo. Mientras me acercaba pude notar que en la profundidad esmeralda de sus ojos había un resplandor de sabiduría. Uno tendría que conocer a más gente como esa. Con esos ojos y con esa clase.

 

-Hola, señorita Meadows -sonreí colocando mi carrito frente a su máquina registradora.

 

-¿Dónde carajo se había metido? -me preguntó.

 

-Es que me demoré un poco.

 

-¿No se da cuenta de que tengo clientes esperando? ¿No se da cuenta de que trato de dirigir un departamento con eficiencia?

 

Los vendedores cobraban diez centavos por hora que nosotros, aparte de las comisiones. Y ahora había descubierto que jamás nos hablaban amistosamente. Tanto los hombres como las mujeres creían que la familiaridad en el trato era una especie de insulto.

 

-Me fastidiaste tanto que estoy a punto de llamar por teléfono al señor Ferris.

 

-La próxima vez voy a portarme mejor, señorita Meadows.

 

Coloqué los artículos en el mostrador y le entregué el formulario para que firmara. Ella garabateó furiosamente su firma y en lugar de entregarme el papel en la mano lo tiró adentro del carrito verde.

 

-Cristo, ¡no sé dónde encuentran gente como usted!

 

Después volví hasta el ascensor, pulsé el botón y esperé.

 

-¿Cómo te fue? -me pregunté el albino cuando me metí con el carrito.

 

-Me siento quince kilos más pesado -le contesté.

 

Él me devolvió nada más que una mueca sonriente mientras bajábamos.

 

Esa noche mi madre dijo mientras cenábamos:

 

-¡Estoy tan orgullosa de que tengas un trabajo, Henry!

 

Yo no le contesté.

 

Mi padre dijo:

 

-¿No te pone contento tener un trabajo?

 

-Sííí.

 

-¿Sí? ¿Eso es lo único que sabés decir? ¿No te das cuenta de la cantidad gente que no tiene trabajo?

 

-Me imagino. Una cantidad.

 

-Entonces tendrías que estar agradecido.

 

-¿No pueden comer tranquilos?

 

-Y también tendrías que agradecer la comida. ¿Sabés cuánto cuesta esta cena?

 

De golpe aparté el plato.

 

-¡Mierda, no puedo comer esta porquería!

 

Y me levanté para irme al dormitorio.

 

-¿Ahora voy a buscarte para enseñarte lo que es bueno!

 

Me frené un momento.

 

-Bueno. Te espero, viejo.

 

Y seguí caminando, entré a mi cuarto y esperé. Pero sabía que no iba a venir. Después puse el despertador muy temprano. Eran nada más que las 7:30 de la tarde, pero me desvestí y me metí en la cama. Apagué la luz. No había nada que hacer ni ningún sitio adonde ir. Mis padres también se acostaban temprano.

 

A mi padre le gustaba el refrán: “El que se acuesta y se levanta temprano, alcanza la sabiduría, la riqueza y la salud”.

 

Claro que a él eso no le había funcionado en absoluto, así que decidí que tenía que tratar de vivir al revés.

 

No me podía dormir.

 

¿Y si me masturbaba a la salud de la señorita Meadows?

 

Demasiado fácil.

 

Me revolqué en la oscuridad y me quedé esperando que pasara algo.

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