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Lo primero que tuve que
hacer fue una entrega para el Departamento de ropa interior. Localicé los
artículos, los coloqué en mi carrito verde con ruedas de goma y fui hasta el
ascensor. El ascensor estaba en el piso de arriba y pulsé el botón y me quedé
esperando. Demoró un rato en empezar a bajar. Era muy lento. Cuando se abrieron
las puertas vi que lo manejaba un albino tuerto. Jesús.
Él me miró.
-¿Sos nuevo aquí, no?
-preguntó.
-Sí.
-¿Qué pensás de Ferris?
-Me parece un gran tipo.
Y me di cuenta de que
debían vivir en el mismo cuarto y cocinar por turnos.
-Ahora no te puedo subir.
-¿Por qué?
-Tengo que ir a cagar.
Y salió del ascensor y
desapareció.
Yo tuve que seguir allí
esperando. Las cosas funcionaban así. Tenías que elegir ser un gobernador o un
basurero, un funámbulo de la cuerda floja o un ladrón de bancos, un dentista o
un frutero. Uno trataba de hacer las cosas bien y después tenías que quedarte
esperando a un idiota. Así que me quedé allí plantado, con mi uniforme y mi
carrito verde, mientras el ascensorista cagaba.
Entonces entendí con
total claridad por qué los nenes forrados siempre estaban riéndose. Ellos
sabían cómo funcionaban las cosas.
El albino volvió.
-Estuvo espectacular. Me
siento quince kilos más liviano.
-Bueno. ¿Podemos subir?
-Suerte -dijo el albino cuando
me abrió la puerta del ascensor.
Yo empujé mi carrito por
los pasillos buscando el Departamento de ropa interior, donde me esperaba una
tal señorita Meadows, con los brazos cruzados. Era esbelta y elegante. Parecía
una modelo. Mientras me acercaba pude notar que en la profundidad esmeralda de
sus ojos había un resplandor de sabiduría. Uno tendría que conocer a más gente
como esa. Con esos ojos y con esa clase.
-Hola, señorita Meadows
-sonreí colocando mi carrito frente a su máquina registradora.
-¿Dónde carajo se había
metido? -me preguntó.
-Es que me demoré un poco.
-¿No se da cuenta de que
tengo clientes esperando? ¿No se da cuenta de que trato de dirigir un
departamento con eficiencia?
Los vendedores cobraban
diez centavos por hora que nosotros, aparte de las comisiones. Y ahora había
descubierto que jamás nos hablaban amistosamente. Tanto los hombres como las
mujeres creían que la familiaridad en el trato era una especie de insulto.
-Me fastidiaste tanto que
estoy a punto de llamar por teléfono al señor Ferris.
-La próxima vez voy a
portarme mejor, señorita Meadows.
Coloqué los artículos en
el mostrador y le entregué el formulario para que firmara. Ella garabateó
furiosamente su firma y en lugar de entregarme el papel en la mano lo tiró
adentro del carrito verde.
-Cristo, ¡no sé dónde encuentran
gente como usted!
Después volví hasta el
ascensor, pulsé el botón y esperé.
-¿Cómo te fue? -me
pregunté el albino cuando me metí con el carrito.
-Me siento quince kilos
más pesado -le contesté.
Él me devolvió nada más
que una mueca sonriente mientras bajábamos.
Esa noche mi madre dijo
mientras cenábamos:
-¡Estoy tan orgullosa de
que tengas un trabajo, Henry!
Yo no le contesté.
Mi padre dijo:
-¿No te pone contento
tener un trabajo?
-Sííí.
-¿Sí? ¿Eso es lo
único que sabés decir? ¿No te das cuenta de la cantidad gente que no tiene
trabajo?
-Me imagino. Una
cantidad.
-Entonces tendrías que
estar agradecido.
-¿No pueden comer
tranquilos?
-Y también tendrías que agradecer
la comida. ¿Sabés cuánto cuesta esta cena?
De golpe aparté el plato.
-¡Mierda, no puedo comer
esta porquería!
Y me levanté para irme al
dormitorio.
-¿Ahora voy a buscarte
para enseñarte lo que es bueno!
Me frené un momento.
-Bueno. Te espero, viejo.
Y seguí caminando, entré
a mi cuarto y esperé. Pero sabía que no iba a venir. Después puse el
despertador muy temprano. Eran nada más que las 7:30 de la tarde, pero me
desvestí y me metí en la cama. Apagué la luz. No había nada que hacer ni ningún
sitio adonde ir. Mis padres también se acostaban temprano.
A mi padre le gustaba el
refrán: “El que se acuesta y se levanta temprano, alcanza la sabiduría, la
riqueza y la salud”.
Claro que a él eso no le
había funcionado en absoluto, así que decidí que tenía que tratar de vivir al
revés.
No me podía dormir.
¿Y si me masturbaba a la
salud de la señorita Meadows?
Demasiado fácil.
Me revolqué en la oscuridad y me quedé esperando que pasara algo.
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