¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas
del sentido
que estaba oscuro y
ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a
su Querido!
DECLARACIÓN
28 /
Cuanto a lo primero es de saber que, si el alma busca a Dios, mucho más la
busca su Amado a ella; y, si ella le envía a él sus amorosos deseos, que le son
a Él tan olorosos como la virgulica del humo que sale de las especies
aromáticas de la mirra y del incienso (Cant. 3,6), Él a ella le envía el
olor de sus ungüentos, con que la atrae y hace correr hacia Él (ibíd, 1,3),
que son sus divinas inspiraciones y toques; los cuales, siempre que son suyos,
ven ceñidos y regulados con motivo de la perfección de la ley de Dios y de la
fe, por cuya perfección ha de ir el alma siempre llegándose más a Dios. Y así
ha de entender el alma que el deseo de Dios en todas las mercedes que le hace
en las unciones y olores de sus ungüentos, es disponerla para otros más subidos
y delicados ungüentos, más hechos al temple de Dios, hasta que venga en tan
delicada y pura disposición que merezca la unión de Dios y transformación
sustancial en todas sus potencias.
29 /
Advirtiendo, pues, el alma que en este negocio es Dios el principal agente y el
mozo de ciego que la ha de guiar por la mano a donde ella no sabría ir, que es
a las cosas sobrenaturales que no puede su entendimiento ni voluntad ni memoria
saber cómo son, todo su principal cuidado es saber que no ponga obstáculo al
que la guía según el camino que Dios le tiene ordenado en perfección de la ley
de Dios y de la fe, como decimos. Y este impedimento le puede venir si se deja
guiar y llevar de otro ciego. Y los ciegos que la podrían sacar del
camino son tres, conviene a saber: el maestro espiritual, y el
demonio, y ella misma. Y por que entienda el alma cómo esto sea,
trataremos un poco de cada uno.
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