por Nuria Azancot
Charles Bukowski
nació el 16 de agosto de 1920 en Andernach, un pequeño pueblo alemán al norte
de Francfort, con calles adoquinadas y fragmentos de fortificaciones de la Edad
Media, y fue bautizado con el nombre de Heinrich Karl Bukowski. Su
padre, Henry, era un sargento del ejército de ocupación de los Estados Unidos
tras la Primera Guerra Mundial, y la madre, Katharina Fett, era costurera, hija
de un músico del pueblo. Se casaron un mes antes de que naciera el
futuro escritor, su único hijo.
Una vez desmovilizado, el padre de Bukowski montó una empresa de
construcción y seguramente se habría instalado para siempre en Alemania si la
crisis económica de 1923 no hubiese quebrado el negocio y obligado a la familia
a instalarse en los Estados Unidos. El pequeño Heinrich tenía casi tres años
cuando se establecieron definitivamente en Los Ángeles, y para que sonara más
estadounidense, sus padres comenzaron a llamarle Henry.
Obligado a trabajar en puestos que consideraba indignos, el
padre de Bukowski era un hombre hosco y desdichado que al parecer se
sentía superior a las personas para las que trabajaba y a los vecinos con los
que convivía. En los poemas y relatos de su hijo, lo retrata como un
sádico que disfrutaba pegándole salvajemente por minucias.
El hechizo de las palabras
Si soportar las palizas de su padre estoicamente marcó su carácter,
también lo hizo el grave acné que padeció a los trece años, y
que le dejó marcas indelebles en el rostro. Sus padres, avergonzados, le
llevaron al hospital de Los Angeles County, donde Bukowski explicaba que los
médicos le trataron como si fuera un monstruo con el que ensayaron dolorosas
técnicas sin preguntarle. El tratamiento era tan intensivo que le
dispensaron de un semestre de instituto, iba regularmente a hacerse las curas
al hospital y a veces tenía que volver con la cara vendada como si fuese una
momia, ante el horror de niños y curiosos. Lo único bueno de ese
periodo atroz fue que, para ocultarse de los demás, se acostumbró a ir a la
biblioteca del barrio y se aficionó a leer, devorando las novelas de D. H.
Lawrence, Hemingway, Sinclair Lewis y John Dos Passos. Como años más tarde
narraría en La senda del perdedor, fue entonces cuando descubrió
que «las palabras no eran abstrusas, sino cosas que hacían vibrar tu mente. Si
las leías y permitías que su hechizo te embargara, podías vivir sin dolor, con
esperanza, sin importante lo que pudiera sucederte«.
En esa época (trece años) descubrió también el alcohol: desfigurado por
el acné, parecía mucho mayor y no tenía problemas para que le sirvieran en los
bares, así que se acostumbró a escaparse por las noches de casa y a volver de
madrugada a hurtadillas. Tímido y acomplejado, en el colegio tenía
pocos amigos y no destacaba en nada. Sin embargo, tras graduarse en el
instituto cursó estudios de arte, periodismo y literatura en la Universidad de
Los Ángeles durante dos años. En esa época, le divertía escandalizar a sus
compañeros defendiendo a Hitler solo por provocar, pero lo cierto es que pasó
por la universidad con notas mediocres y abandonó rápidamente los estudios.
Un día, mientras estaba buscando empleo, descubrió en la Biblioteca
Pública de Los Ángeles la novela que cambió su vida. Se trataba de Pregúntale
al polvo, de John Fante, y al instante Bukowski se identificó con el
protagonista, Bandini, un joven aspirante a escritor, y decidió seguir sus
pasos. Por eso hizo la maleta y comenzó a recorrer en autobús los Estados
Unidos, en busca de experiencias sobre las que, como el protagonista de Fante,
pudiera escribir.
Los años perdidos
Comenzaban así lo que tiempo más tarde el propio Bukowski llamaría «los
años perdidos» o su «década de borrachera», diez años de costa a costa del
país, bebiendo, trabajando de obrero, repartidor, camarero, y tratando con
vagabundos y putas. Fue entonces, a principios de los años 40, durante
su época viajera, cuando empezó a escribir en serio y a enviar sus relatos a
las revistas más importantes de Nueva York. Tras numerosas negativas, la
revista Story publica un relato por primera vez en 1944,
‘Aftermath of a Lengthy Rejection Slip’.
A principios de los 50 trabaja como cartero en Los Ángeles, en el
servicio postal de los Estados Unidos, en el que permaneció tres años. En 1955
lo hospitalizaron con una úlcera sangrante y en el hospital comenzó a
escribir poesía. Cuando su situación parecía desesperada, la editora de
la revista Harlequin, Barbara Frye, le escribió una encendida carta
en la que comparaba sus versos con los de William Blake y diciéndole que le
publicaría sus poemas. Encantado, comenzaron a escribirse. Ella le
confesó sus complejos físicos y él, una noche de borrachera, le aseguró que no
le importaba y si era preciso, se casaría con ella, sin intuir que Barbara
pudiera tomárselo en serio: pero lo hizo, cogió un autobús y acabaron casándose
en 1957. Naturalmente, fue un fracaso que acabó en divorcio en 1959.
Antes de que empezaran los 60 volvió a la oficina de correos en Los
Ángeles, donde continuó trabajando una década y en 1964, tuvo una hija, Marina
Louise Bukowski, nacida de su relación con uno de sus grandes amores, Frances
Smith. Más tarde, Bukowski vivió en Tucson, donde entabló amistad con los
editores de la Loujon Press, Jon y Louise Gypsy Lou Web, que
le animaron a dedicarse exclusivamente a escribir y le publicaron una
espléndida antología de sus poemas, impresa a mano, It Catches my Heart
In Its Hand en 1963, y A Crucifix in a Deathhand dos
años más tarde.
Con la excepción de su hija y de algunas de sus amantes, Bukowski era un
misántropo que evitaba a la gente. Sin embargo, cada vez más admiradores
querían conocerlo y entablar amistad con él, a pesar de que el poeta y narrador
solía ridiculizarlos y maltratarlos cuando estaba borracho. Sin embargo, seguía
sin ganar demasiado por sus poemas y comenzaba a creer que estaba condenado a
seguir trabajando en correos hasta su muerte.
Su suerte, sin embargo, cambió cuando un joven editor, John
Martin, fue a visitarle para decirle que lo consideraba un poeta genial que
no tenía nada que envidiarle a Walt Whitman, y que quería publicarle. A
cambio, se comprometía a pagarle cien dólares mensuales de por vida, por lo
que Bukowski dejó de trabajar en la oficina de correos, para dedicarse a
escribir todo el tiempo. Tenía entonces 49 años. Como él mismo
explicó en una carta en ese entonces, «tengo dos opciones, permanecer en la
oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y
morirme de hambre. He decidido morir de hambre». Mientras, Martin fundaba la
editorial Black Sparrow Press, con el objetivo básico de editar a Bukowski. El
escritor tenía además una columna semanal en un periódico underground radical, Escritos
de un viejo indecente, en el que presentaba relatos breves
semiautobiográficos, cada vez más brutales, y con más sexo explícito que
entusiasmaban a su público.
En 1976 conoció a Linda Lee Beighle, dueña de un restaurante de comida
sana, con la que se casó en 1985. Mientras, se había convertido en una figura
de talla mundial por sus relatos y poemas provocadores y ebrios de derrota.
Traducido a una docena de idiomas y considerado un símbolo de la decadencia de
Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, Bukowski murió de leucemia
el 9 de marzo de 1994 en San Pedro, California, a los 73 años, poco después de
terminar su última novela, Pulp.
Ocho botellas de vino
Autor de varias decenas de volúmenes de poesía, publicados en España por
Visor, Anagrama es quien ha editado, en magníficas versiones al castellano de
Jorge Berlanga, novelas como Cartero (1971), Factotum (1975), Mujeres (1978), La
senda del perdedor (1982), Hollywood (1989) y Pulp (1994),
y libros de relatos como Escritos de un viejo indecente (1978), Erecciones,
eyaculaciones, exhibiciones e historias generales de locura ordinaria (1972), Se
busca mujer (1973), Ausencia del héroe, (2010) o Las
campanas no doblan por nadie (2015).
La historia de cómo Jorge Herralde se convirtió en su editor en
español refleja bien quién y cómo era Charles Bukowski. En agosto de 1980, en
un viaje que hizo el matrimonio Herralde a Los Ángeles, le llamaron para
conocerlo personalmente, «y el resultado fue una borrachera monumental». El
caso es que Bukowski accedió a recibirlos y por el camino a Herralde y a su
compañera se les rompió el depósito de agua del auto. Llegaron a casa de Bukowski
alrededor de las 8 de la noche, sin haber comido y confiando en hacerlo con el
escritor, pero… lo único que ofreció el novelista y poeta fue alcohol.
Ocho botellas de vino más tarde, con el estómago vacío, pero felicísimos, Jorge
y Lali Herralde partieron por la autopista y los paró la policía. Por
lentos. Él cree que deben haber atribuido el balbuceo alcohólico con que les
explicaba: «We are Spanish from Spain» a un dominio pésimo del inglés, y
entonces se salvaron de la prueba de alcohol, pero los echaron de la autopista.
Llegaron al hotel de madrugada, con el auto roto y temblando de la borrachera.
(EL CULTURAL / 14-8-2020)
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