por Jordi Amat
Durante la Primera Guerra Mundial, Emili Badiella se convierte en un
prohombre de Terrassa. Hijo de un industrial modesto y cuando ya había demostrado
talento para dirigir fábricas, apuesta creando su negocio de peinado de lanas:
la fase de elaboración de la hilatura en la que la lana virgen se limpia de
impurezas para poder elaborar hilos. Se enriquece y decide actuar con la
responsabilidad civil de la clase a la que ha ascendido. Tiene cuarenta años y
es un catalanista burgués.
Apoya iniciativas asociativas que el movimiento nacionalista popularizaba.
Vale por el Orfeó Català o por la Associació Protectora de la Llengua Catalana.
Traslada la fábrica para ampliar la producción y se construye una casa en el
centro de su ciudad. Lo que singulariza el nuevo edificio no son solo las
formas trazadas por el modernista Moncunill. Igual que Prat de la
Riba ha escogido Joaquim Torres-Garcia para que ennobleciera con
sus frescos el Salón Sant Jordi del Palau de la Diputació –sede de la
Mancomunitat–, el artista también decorará la casa Badiella. Casi no queda rastro,
pero fue uno de los hitos plásticos (más desconocidos) del Noucentisme.
Antes de morir, a los 54 años, se lamentaba de no haber unificado todo
el mecenazgo con un objetivo porque así le hubiera dado un sentido coherente.
Pero en la práctica, sin planificarlo, catalizó un capítulo clave
del desarrollo del arte nuevo en Catalunya. Su apoyo económico propulsó la
evolución de Torres-Garcia del noucentisme a la vanguardia y al mismo tiempo
también la de Joan Salvat-Papasseit del regeneracionismo revolucionario
a la vanguardia idealista.
La casa de Mon Repòs
La oferta puede verse en la web de la empresa inmobiliaria Forcadell: en
las afueras de Terrassa se vende una finca denominada Mon Repòs. En el anuncio
hay colgadas 30 fotografías. Casi todas son de la casa vista desde fuera o de
las vistas del campo desde dentro o del entorno. Muy pocas son del interior.
Está vacía, como si acabaran de sacar escombros. El conjunto vale 1.200.000
euros. En la descripción comercial se lee lo siguiente: “Originariamente
compuesta por 2 edificios unifamiliares aislados, tiene un diseño de lenguaje
clásico, inspirado en su totalidad en el arte griego”. Pero de esta inspiración
y de este diseño ahora apenas queda nada. Como mucho un aire en la fachada. La
desdicha de esta casa –uno de los lugares de memoria del Noucentisme fuera de
Barcelona, comparable al Mas Rosquelles de Jaume Bofill i Mates en Viladrau– ha
sido un triste ejemplo del descuido con parte de nuestro patrimonio. El 14 de
julio de 1914 –cuando cumplía cuarenta– Joaquim Torres-Garcia firmó la
escritura de compra de los terrenos donde construiría Mon Repós para vivir en
paz con su mujer y sus hijos.
Torres-Garcia había nacido en 1874 en Uruguay, pero su padre era de
Mataró y volvieron a Catalunya antes de terminar el siglo XIX. Entró en
contacto con círculos artísticos barceloneses y desde el curso 1905 daba clases
de dibujo en la escuela Mont d’Or. Cuando este proyecto de innovación
pedagógica se trasladó de Sarrià a una masía de las afueras de Terrassa, él
siguió como profesor y allí se instalará con la familia. Vive en Terrassa y
trabaja en el estudio de Sarrià, donde impulsa la Escola de Decoració donde se
forma Josep Obiols. Es el artista que mejor plasma la esencia del
Noucentisme. En 1912 el mandarín Eugeni d’Ors, que perfilaba los nombres y
las ideas del sistema cultural sobre el que pivotaba el proyecto de Prat de la
Riba, lo investía como uno de sus paladines. El corazón de aquel sistema era la
academia nacional: el Institut d’Estudis Catalans. Entonces Torres cede al
Institut el cuadro Filosofía presentada por Palas en el Parnaso (una
alegoría de la que hay otras dos versiones, una regalada por el pintor a Ors) y
en este contexto Prat encarga a Torres que pinte frescos en las paredes del
Salón Sant Jordi del Palau de la Diputació.
Pero en Mont d’Or las cuentas no salen y la escuela cierra. Sin embargo
Torres-Garcia decide seguir en Terrassa y compra los terrenos para construir
una casa en el campo. La diseña él, él la decora pintando frescos en las
paredes. Quiere que sea la translación de la civilización que pinta. Es una
fuerte inversión. En un artículo publicado en la prensa local, como explicó
Eduard Vives en un estudio magnífico, se hacía esta llamada: “Hagamos la
estancia de ascetismo que se ha impuesto al sincero artista menos austera y
menos dura”. Emili Badiella se sintió interpelado y Torres-Garcia decorará la
casa que el industrial ha construido en el centro de la ciudad. Primero pinta
la parte superior de la fachada que da al jardín –con motivos de la tradición
clásica, de los que se conserva alguna fotografía–, una galería del primer piso
y un cobertizo de piedra en el patio.
Lo hace en paralelo a la obra en marcha de la Diputació. Desde el primer
mural hay controversia en relación con su obra y con el que pinta en
1916, Lo temporal no és més que símbol , incluso escándalo. La
interiorización de esta polémica es un factor que hace evolucionar su
concepción del arte, distanciándolo de la apuesta por una idealización a través
de la que quería transmitir los valores de la civilidad. Esta evolución la elabora
en el ensayo El descubrimiento de sí mismo . En Terrassa lo
lee en público y lo dedicará a Badiella cuando lo imprima. Para ayudarlo, a
principios de 1917, el industrial acepta una nueva propuesta de intervención en
su casa: Torres-Garcia pinta varias telas para el comedor, con escenas de vida
campestre, que se encolan una junto a la otra a fin de que el conjunto sea
contemplado como un friso. Pero ni así soluciona las angustias económicas que
pasa. Hace la última intervención en la casa Badiella. Pinta en el pasillo del
primer piso e incluso pinta un baño nuevo. Hay tres paredes y en la del medio,
explica Vives, pinta un paisaje urbano con chimeneas humeando y medios de
transporte. Es la manifestación más clara que quedará en la casa sobre la
mutación de su concepción del arte.
Sus nuevos posicionamientos los conceptualiza en aforismos como
este. “Evocar el que va ésser possible i era natural en altres temps ara
és ridícul. Hi ha coses que ja no les pot inspirar la realitat”. Lo escribe en
marzo de 1917 y aquel mes se publica al primer número de una nueva hoja de
intervención cultural. Se titula Un enemic del Poble , se
subtitula Fulla de subversió espiritual y su alma es el joven
de veintitrés años Joan Salvat-Papasseit. De la divina acracia es el glosador.
Este publicista revolucionario, pobre y de salud débil, que escribe desde
la derrota y un idealismo ingenuo contra el sistema económico y el casticismo
corruptor de las masas, también está mutando para encarnar una cierta figura de
redención pura y espiritual sincronizada con su tiempo. Vulnerable por la salud
y los sentimientos, a la búsqueda siempre de una figura protectora desde un
punto de vista intelectual y material, Salvat encuentra en Torres un maestro.
La llegada de Salvat-Papasseit
La relación entre los dos se afianza cuando la proyectada obra maestra
del artista se interrumpe. Muerto Prat de la Riba, Torres se queda sin valedor
institucional. Cuando la intervención en el Palau de la Diputació queda
cancelada es cuando Salvat llega. Es el momento de la intensificación
vanguardista. El nuevo amigo le abre las partes de Un enemic del Poble y
lo visita en Mon Repòs. “Els enviem aquesta lletra com a prova perdurable en el
nostre record de la visita feta a son fogar i temple a la Bellesa”. Salvat le
dice que esa hoja es el proyecto de su vida, pero que difícilmente
continuará. Circula bien, pero pocos pagan. Torres propone una salida. Mientras
en Rusia se viven unos días que cambian la historia, Salvat encuentra quien le
permite sacar adelante la suya: Badiella. “Avui per avui, Un enemic del
Poble és quelcom que jo estimo molt. Si mor, doncs, morirà amb ell una
part de les meves il·lusions i dels meus entusiasmes. Jo sé que, en ço que puga
ésser, vostè m’ajudarà per aquesta vegada. Endemés, jo prometo no tornar a
demanar-li res més en aquest sentit”. No será solo una vez.
Al cabo de unos meses Torres-Garcia pide por Salvat. “Ja sap vostè
que Un enemic del Poble és la seva única il·lusió i alegria, i
també lo únic que davant dels altres farà que se’l prenguin en consideració,
que el respectin. Doncs bé, tindrà que plegar”. Badiella cumple con Salvat y
durante tres o cuatro años, cuando se afirma como poeta, será su principal
mecenas.
La relación entre los tres es muy confiada. En las cartas de
Torres-Garcia a Badiella hablan con mucha preocupación de un asunto familiar de
Salvat. “Vaig a contar-li coses sense retòrica, tal com vinguin”. La madre del
poeta, que visita Mon Repòs, está angustiada porque cree que la prometida de su
hijo –Carme Eleuterio, con quien va casarse– no le conviene. Torres queda
conmovido. “Tot lo que m’ha explicat concorda del tot amb aquella carta que
vostè va rebre, i que suposem que és de l’Eroles”, es decir, uno de
los amigos rebeldes de Salvat: Emili Eroles. Badiella y Salvat
hablan. De todo. Como ha recibido una oferta de trabajo de las Galerías Dalmau,
el industrial le recomienda al poeta que la use para renegociar sus condiciones
contractuales en las Galerías Layetanas (donde ejerce de director de la sección
de librería). Así lo hace y sale bien. Salvat habla con Torres de su familia y
acto seguido Torres lo expone a Badiella. “No hi ha res a fer. Però és més:
crec que no devem intervenir sinó en ajudar-los individualment”. Salvat, “amb
tota intimitat”, quiere hablar también con su mecenas. “Segurament que desfarem
algun malentès, producte de les mateixes ganes de voler acertar”. En 1918
Salvat y Eleuterio se casan y Torres será padrino de boda.
El matrimonio se instala cerca de plaza España. “Ahir vaig veure en
Salvat”, explica Torres a Badiella, “està tot il·lusionat fent-se el niu –com
els ocells va portant les palletes i els brins d’herba seca..–. i ja s’hi
troba”. Al poco el activista cultural Santiago Segura –propietario de las
Layetanas– le ofrece que lleve una tienda de antigüedades en Sitges. Y es allí,
a finales de verano, donde Salvat –con el sistema respiratorio castigado–
esputa sangre. Es la primera manifestación de la enfermedad que será
fatal. Badiella asume el cuidado de Salvat. Le busca médico, le paga el
tratamiento –cajas de tuberculinas– y una masía reposada para rehacerse. El
poeta le confiesa que le debe la vida. “Tot això, amic Badiella, ho dec a
vostè, el meu millor amic i veritable i sant amic Badiella”. Es ahora que escribe
la estampa Nadal , poema que le dedica, como le dedicó el
poemario La gesta del estels . Es Badiella también quien le
paga el viaje que en marzo de 1920 hace a París. “Més m’estimo el nostre cel
violent que aquest cel indecís que em cobreix ara. Només que aquí a París tot
és monumental i extraordinari, i em penso que ho és amb solta, lo que no deu
passar a Nova York”. ¿Hablaba Salvat de Nueva York porque sabía que
Torres-Garcia no tardaría en marcharse?
Hace tiempo que a Torres-Garcia la vida se le complica. Le querría
explicar a Badiella, pero se mueve poco porque teme por su salud. En Barcelona
ha llegado la mortífera epidemia de gripe de 1918. Ha hipotecado la casa y
necesita dinero. Pinta mucho y hace exposiciones, pero vende poco. Intenta
impulsar un negocio de juguetes de madera que hace él mismo, son preciosos y
los expone en las Layetanas a finales de 1918, pero no funciona. Cargado de
deudas con conocidos egarenses, decide marcharse a América. “Amb aquest cuidado
vaig tirant passablement aquest estiu”. En septiembre, angustiado, se
confiesa, “Contra la lliga dels pillos, s’ha de fer la lliga dels homes
justos”. El Presidente de la Diputació pronto le comunica que deja de cobrar.
“Ja li explicaré l’última maniobra d’en Puig i Cadafalch”. Puig era el
sustituto de Prat como President de la Mancomunitat y principal responsable de
que fueran ocultados los frescos que había pintado en el Saló Sant Jordi.
La primavera de 1920, al fin, Torres-Garcia se marchó de Barcelona. Se
celebró un banquete de homenaje. Salvat está allí y se lee la adhesión que
envía Badiella. El poeta, con un nudo en la garganta, lo despide en la Estació
de França en mayo. Desde Francia, en barco, Torres-Garcia y su familia llegarán
a Nueva York en junio. “Tot ho espero d’Amèrica”. Les acoge el
amigo catalán Cebrià de Montoliu, reformista social que se había expatriado
pocos meses antes decepcionado porque no progresaban sus proyectos de
intervención urbana en Barcelona. Cuatro días después de llegar, después de
haberse situado, escribe a Badiella. Cuando este responde le explica que ha
enseñado las pinturas de casa a unos amigos, le habla de Salvat –“no fa gaire
bondat, pensa poc en la seva salut”– y le describe la tensión social. Hay
bombas y asesinatos. Pero algo quedará. “Les vostres pintures de la Diputació
s’aguanten i s’aguantaran, doncs, els regionalistes van guanyant terreny”.
Una etapa memorable de la cultura catalana –la liderada por Prat, la que
se pudo vivir en Mon Repòs– empezaba a cerrarse. Aquel legado, que aguanta, se
rescata poco a poco. Descubrimos figuras desconocidas como Emili Badiella.
Algún día las pinturas de Torres-Garcia volverán al Saló Sant Jordi del Palau
de la Generalitat.
El bufete del abuelo Badiella
El origen del hallazgo de la correspondencia que ha permitido reconstruir algunos de estos episodios se remonta al pasado 5 de abril, cunado el padre de Roc Fernàndez i Badiella murió, y a él y a su hermano les tocó ordenar la casa familiar y revisar la documentación que allí se conservaba. Uno de los muebles era un viejo bufete procedente de la casa su bisabuelo Badiella de Terrassa. Lo abrieron, encontraron una carpeta y dentro de ella varios sobres. Era allí donde se conservaban las cartas originales y fotocopiadas de Torres-Garcia y Salvat-Papasseit a Emili Badiella. Algunas publicadas y otros inéditas. El 7 de junio, a través de Jordi Xuclà, la familia Fernàndez i Badiella nos contactó por si podíamos dar a conocer esta documentación. Hoy lo hacemos y les damos públicamente las gracias por su generosidad.
(LA VANGUARDIA / 5-9-2020)
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