EL HÉROE COMO TOTALIDAD DE SENTIDO
Acto,
confesión, autobiografía, héroe lírico, biografía, situación, carácter, tipo,
personaje, hagiografía. (4)
Una confesión pura y solitaria
es imposible; cuanto más se acerca a ese límite, tanto más clara se vuelve la
presencia de otro, la acción del otro límite, tanto más profunda es la soledad
(valorativa) con uno mismo y, por consiguiente, el arrepentimiento y la
transgresión de uno mismo, tanto más clara y sustancial es la orientación a
Dios. En un vacío valorativo absoluto es imposible cualquier enunciado y la
conciencia misma. Fuera de Dios, fuera de la confianza en la otredad absoluta
es imposible la autoconciencia y la autoexpresión, y por supuesto esto sucede
no porque prácticamente carezcan de sentido sino porque la confianza en Dios es
el momento constitutivo inmanente a la autoconciencia y la autoexpresión pura.
(Allí donde se supera en sí la autosuficiencia valorativa del ser-existencia,
se supera precisamente aquello que encubría a Dios; allí donde yo no coincido
en absoluto conmigo mismo, se abre un lugar para Dios.) En la atmósfera
valorativa que me rodea hace falta cierto grado de calor para que la
autoconciencia y la autoexpresión puedan realizarse en ella, para que pueda
empezar la vida. Ya el mismo hecho de que yo atribuya una importancia, si bien
negativa, a mi determinismo, de que lo discuta, o sea, el mismo hecho de
conocerse a sí mismo dentro del ser, habla de que yo no estoy solo en mi rendimiento
de cuentas, de que yo me reflejo valorativamente en alguien, de que alguien
está interesado en mí, de que alguien necesita que yo sea bueno.
Pero este momento de otredad
es valorativamente trascendente a la conciencia y por principio no está
garantizado, porque la garantía lo rebajaría hasta el grado del
ser-existencia (en el mejor de los casos, una existencia estetizada, como en la
metafísica). No se puede vivir ni comprenderse ni dentro de una garantía,
ni en un vacío (garantía y vacío de valores); esto sólo es posible
dentro de la fe. La vida (y la conciencia) desde su interior no es sino
la realización de la fe; la pura autoconciencia de la vida es la conciencia de
la fe (es decir, de la necesidad y la esperanza, de la insatisfacción y la
posibilidad). Es ingenua la vida que no conoce el aire que respira. Así, en los
tonos de penitencia y súplica de la confesión-rendimiento de cuentas irrumpen
los nuevos matices de fe y de esperanza que hacen posible una estructura de oración.
Los profundos y puros ejemplos de confesión-rendimiento de cuentas, con todos
los momentos analizados por nosotros (los momentos constitutivos) y sus tonos
-la oración del publicano y la de la mujer cananea (“creo: ayuda a mi incredulidad”)-,
(33) en una forma idealmente resumida; pero no se acaban, se los puede repetir
eternamente, son imposibles de concluir desde su interior, es el movimiento
mismo repetición de letanía).
Cuanto más actuales se
vuelven el rendimiento de confianza y el de fe y de esperanza,
tanto más empiezan a penetrarlos algunos momentos estéticos. Cuando la función
organizadora pase de la penitencia a la confianza, se vuelve posible la forma
estética, la estructura. Anticipando la justificación divina mediante la
fe, yo poco a poco me convierto, de un yo-para-mí, en otro para
Dios, en un ingenuo en Dios. En esta etapa de la ingenuidad religiosa se
ubican los salmos (también muchos himnos y oraciones cristianas); se vuelve
posible un ritmo que acaricie y sublime la imagen, etc., la pacificación, la
estructura y la medida de la anticipación de la belleza de Dios. Un ejemplo especialmente
profundo de confesión-rendimiento de cuentas en que el papel organizador
fluctúa entre el arrepentimiento y la confianza y se transforma en esperanza
(confesión ingenua), es el salmo penitente de David (en él, los tonos de
súplica originan imágenes estetizadas: “Crea, oh Dios, para mi corazón limpio”,
“rocíame con hisopo y será más blanco que la nieve”). (34) El ejemplo de constitución
de un sistema con base en los momentos de confesión-rendimiento de cuentas es
San Agustín: la incapacidad para hacer el bien, la falta de libertad en el
bien, la bienaventuranza, la predeterminación; en cuanto a una concepción
estética, el ejemplo sería Bernardo de Claraval (comentario al Cantar de los
cantares): la belleza en Dios, el alma como la novia de Dios. Sin embargo,
tampoco la plegaria es una obra, sino un acto. (La fuerza organizadora del yo
se sustituye por la fuerza organizadora de Dios; la superación del
determinismo terrenal, del nombre terrenal y la aclaración del nombre escrito
en el cielo, en el libro de la vida, el recuerdo del futuro.)
Esta correlación de los
momentos semántico-valorativos en la confesión-rendimiento de cuentas que
acabamos de analizar a veces cambia esencialmente y el tipo general se
complica. Es posible el momento de lucha con Dios y de lucha con la condición
humana en este género, puede aparecer un rechazo de un posible juicio de Dios y
del hombre, de allí que aparezcan los tonos de maldad, desconfianza, cinismo, ironía,
desafío. (A la locura piadosa, casi siempre le corresponde el elemento de lucha
con el hombre, la mueca cínica del loco, la sinceridad desafiante que pretende
molestar.)
Estas son la confesión y
la sinceridad practicadas en presencia de un hombre despreciado, en Dostoievski
(así son casi todas las confesiones sinceras de sus personajes). El
planteamiento de la verdad (de otro posible, de un oyente, de un lector) en el
romanticismo tiene un carácter de lucha con el hombre (es muy especial la actitud
de Hipólito en El idiota de Dostoievski, así como la del hombre del
subsuelo). Los momentos de lucha con el hombre, así como los de lucha con Dios
(el resultado de la desesperación), hacen imposible un enfoque estético, de
letanía (a veces ayuda la parodia). Las posibilidades de cancelar el
arrepentimiento son infinitas. Este momento es análogo al odio en la obsesión
por el espejo; el alma puede tener el mismo aspecto que la cara. Estas variaciones
de la forma principal de la confesión-rendimiento de cuentas serán analizadas
en relación con el problema del héroe y el autor en la obra de Dostoievski. Una
particular distorsión de la forma de la confesión-rendimiento de cuentas
representa la imprecación en sus manifestaciones más profundas y, por consiguiente,
las peores. Se trata de una confesión al revés. La tendencia de las peores
imprecaciones es la de decir al otro lo que sólo él mismo puede y debe decir
de su persona, es un “tocarlo donde más le duele”; la peor imprecación es la más
justa porque expresa aquello que el otro podría decir de su persona en tonos de
penitencia y súplica, en tonos de maldad y burla, en el hecho de utilizar su
lugar privilegiado fuera del otro para los propósitos contrarios a los debidos
(“permanece en la soledad, para ti no existe el otro”). Así, un determinado
lugar de un salmo penitente se convierte en la peor imprecación.
Notas
(33) Se trata de una
serie de textos evangélicos reunidos por su unidad de sentido. En primer lugar,
es la parábola sobre el publicano (Lucas XVIII, 13). En segundo lugar el
episodio de la mujer cananea (Mateo XV, 27). En tercer lugar, la
historia sobre el padre del niño poseído por el demonio, el cual exclamó: “Creo,
¡pero ayuda mi poca fe!” (Marcos, IX, 24).
(34) Salmo 50, 9, 12.
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