3. EL VIENTRE DE LA REDENCIÓN (2)
Fray
Pedro Simón reporta en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra
Firme en las Indias Occidentales (Cuenca, 1627) que después de que sus
trabajos habían empezado entre los pueblos de Tunja y Sogamoso en Colombia, “el
demonio de ese lugar empezó a darles doctrinas contrarias. Y entre otras cosas
trató de desacreditar lo que el sacerdote enseñaba respecto a la Encarnación, declarando
que aquello no había sucedido todavía, pero que pronto el Sol lo habría de
provocar encarnando en el vientre de una virgen del pueblo de Guacheta
haciéndola concebir por medio de los rayos del sol y dejándola virgen. Estas
noticias se proclamaron por toda la región. Y sucedió que el jefe del pueblo
mencionado tenía dos hijas vírgenes, cada una de ellas deseosa de que el
milagro se llevara a cabo en ella. Por eso empezaron a salir de las habitaciones
y jardines de su padre todas las mañanas en cuanto empezaba a amanecer, y,
subiéndose en algunas de las numerosas colinas que rodeaban el pueblo, se
colocaban mirando al oriente, de tal manera que los primeros rayos brillaran
sobre ellas. Esto sucedió por un cierto número de días, y resultó que tal
demonio, por permiso divino (cuyas leyes son incomprensibles), hizo que las
cosas pasaran como aquel había planeado, de tal manera que una de las hijas
quedó embarazada y declaró que por el sol. Después de nueve meses, trajo al
mundo una grande y valiosa hacuata, que en su lenguaje es una esmeralda.
La mujer la tomó y, envolviéndola en algodón, la colocó entre sus pechos, donde
la conservó por unos días, al final de los cuales se transformó en una criatura
viva: todo por orden del demonio. Al niño se le llamó Goranchacho, y se le
educó en la casa del jefe su abuelo, hasta que tuvo veinticuatro años de edad.”
Luego fue en una procesión triunfante hasta la capital de la nación y se le
celebró en las provincias como “Hijo del Sol” (12)
La
mitología hindú nos cuenta que la doncella Parvati, hija de Himalaya, el rey de
la montaña, se retiró a las altas colinas para practicar austeridades muy
severas. Un tirano-titán llamado Taraka había usurpado el gobierno del mundo y
de acuerdo con la profecía, sólo un hijo del Alto Dios Shiva podría derrotarlo.
Shiva, sin embargo, era el modelo de dios del yoga; apartado, solitario,
sumergido en la meditación. Era imposible que Shiva se interesara en engendrar
un hijo.
Parvati
decidió cambiar la situación del mundo compitiendo con Shiva en la meditación.
Alejada, solitaria, sumergida en su alma, también ayunó desnuda bajo el sol
ardiente, y aumentó el calor haciendo cuatro fuegos suplementarios en los
cuatro puntos cardinales. El hermoso cuerpo se convirtió en una frágil
estructura de huesos, la piel se volvió apergaminada y dura. El cabello lo
tenía desgreñado y crecido. Los suaves ojos líquidos ardían.
Un
día un joven brahmín llegó y preguntó por qué una persona tan hermosa había de destruirse
con tales torturas.
“Mi
deseo -replicó ella- es Shiva, Objeto Supremo. Shiva es un dios de la soledad y
de la concentración inalterable. Practico estas austeridades para sacarlo de su
estado de equilibrio y atraerlo hacia mí lleno de amor.”
“Shiva
-dijo el joven- es un dios de destrucción, Shiva es el Aniquilador del Mundo.
El deleite de Shiva consiste en meditar en los crematorios, entre el humo de
los cadáveres; allí contempla la podredumbre de la muerte y eso congenia con su
corazón devastador; las guirnaldas de Shiva son de serpientes vivas. Shiva es
un mendigo y además, nadie sabe nada de su nacimiento.”
La
virgen dijo: “Está por encima del espíritu de los que son como tú. Es pobre,
pero es la fuente de la riqueza; es aterrador, pero es la fuente de la gracia;
puede ponerse a voluntad guirnaldas de serpientes o guirnaldas de joyas. ¡Cómo
había de haber nacido si él es el creador de los increado! Shiva es mi amor.”
El
joven se quitó su disfraz; él era Shiva. (13)
Notas
(12) Kinsborough, op.
cit., vol. VIII, pp. 263-264.
(13)
Kalidasa, Kumasurasambhavam (“El nacimiento de Kumara, el Dios de la
Guerra”). Hay una traducción inglesa de R. Griffith (2ª edición, Londres,
Trübner and Company, 1897).
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