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CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 67

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Llegó el Día de la Graduación. Nos pudimos nuestras togas y nuestros birretes para estar a la altura de “la Pompa y sus Circunstancias”. Se suponía que en esos tres años habíamos aprendido algo. Ahora hablábamos mejor y habíamos crecido un poco. Yo todavía era virgen. “Che, Henry, ¿todavía no te chupaste una cerecita?”. Y yo tenía que contestar: “No hay manera”.

 

Nos sentamos juntos con Jimmy Hatcher. El director estaba terminando su discursito donde decía las mismas mierdas de siempre.

 

-América es la gran tierra de la Oportunidad y cualquier hombre o mujer que se le proponga va a alcanzar el éxito…

 

-Como lavaplatos -dije yo.

 

-Como cuidador de perros -me contestó Jimmy.

 

-Como ladrón -dije yo.

 

-Como basurero -agregó él.

 

-Como cuidador de un manicomio -dije.

 

-América es una sociedad justa porque fue construida por los valientes.

 

-Justa nada más que para algunos -dijo Jimmy.

 

-…una sociedad, donde todos los que buscan el tesoro que hay al final del arcoiris van a encontrarlo…

 

-Una mierda arrastrándose sobre unas patas peludas -comenté.

 

-¡…y puedo asegurarles que esta promoción del Verano del 39, apenas a diez años de la Gran Depresión, maduró más en el coraje, el talento y el amor que ninguna otra que yo haya conocido!

 

Los padres, las madres y los parientes aplaudieron frenéticamente, pero muy pocos estudiantes se sumaron a la ovación.

 

-Promoción del verano de 1939, estoy orgulloso y seguro de que van a tener un gran futuro. ¡Y ahora los espera la gran aventura!

 

Lo que iban a hacer muchos de nosotros era meterse en la Universidad y seguir viviendo sin trabajar por lo menos durante otros cuatro años.

 

-¡Mis plegarias y bendiciones para todos ustedes!

 

Los estudiantes honoríficos fueron los primeros en recibir sus diplomas. Iban llamándolos uno por uno. Cuando le tocó pasar a Abe Mortenson yo lo aplaudí.

 

-¿Dónde terminará este? -me preguntó Jimmy.

 

-Como contable de alguna fábrica de repuestos de autos en Gardena, California.

 

-Un trabajo para toda la vida… -dijo Jimmy.

 

-Con una mujer para toda la vida -agregué.

 

-Abe nunca va a ser un miserable.

 

-Y tampoco va a ser feliz.

 

-Un tipo obediente…

 

-Con cuello duro…

 

-Un adulón…

 

-Un estirado…

 

Cuando acabaron con los estudiantes de honor empezaron con nosotros. Me sentía incómodo sentado allí. Tenía ganas de irme.

 

-¡Henry Chinaski! -me llamaron.

 

-Empleado público -le dije a Jimmy.

 

Subí al escenario, agarré el diploma y le di la mano al director. Era viscosa como el fondo de una pecera sucia. (Dos años más tarde se descubrió que metía la mano en los fondos del colegio. Fue juzgado, declarado culpable y terminó en la cárcel.)

 

Cuando volví a mi asiento pasé frente al grupo de los honoríficos y Mortenson me mostró un dedo parado sin que nadie lo viera. Fue una sorpresa que me desconcertó.

 

-¡Mortenson me acaba de mostrar el dedo a escondidas! -le contá Jimmy.

 

-No te puedo creer.

 

-¡Qué hijo de puta! ¡Me cagó completamente el día!

 

-¡Lo que es increíble es que haya tenido huevos para hacerte eso!

 

-Él nunca hace esas cosas. ¿Se lo habrá mandado hacer alguien?

 

-No tengo la menor idea.

 

-¡Él sabe que lo puedo hacer mierda sin despeinarme!

 

-¡Reventalo!

 

-¿Pero no te das cuenta que el que me reventó fue él?

 

-Lo que tenés que hacer es cagarlo a patadas en el culo!

 

-¿A vos te parece que ese hijo pueda haber aprendido algo leyendo todos los libros que se traga? Allí no hay nada para aprender. Yo los viché saltando las páginas de cuatro en cuatro.

 

-¡Jimmy Hatcher! -anunciaron entonces.

 

-Voy a ser cura -me dijo.

 

-No. Granjero avícola -le respondí.

 

Cuando Jimmy recibió el diploma lo aplaudí con ganas. Cualquiera que fuera capaz de vivir con una madre como la suya merecía ser alentado. Después empezaron a pasar los muchachos y las muchachas ricas.

 

-No podés acusarlos por tener plata -dijo Jimmy.

 

-A los que yo acuso es a los padres.

 

-Y a los abuelos.

 

-Sí. Y me encantaría sacarles los coches nuevos y las pendejas divinas y tomar por culo a la justicia social.

 

-Sí -dijo Jimmy. -Porque a esa gente les molestan las injusticias nada más que cuando las sufren ellos.

 

Mientras los ricos recibían los diplomas me puse a pensar si valía la pena reventar a Abe de un piñazo. Podía imaginármelo volando con su toga un birrete después de encajarle un gancho de derecha, mientras las muchachas pensaban: “¡Dios mío, este Chinaski debe ser un toro en el ring!”.

 

Pero Abe era muy poca cosa. Apenas se notaba que estaba allí. Además no iba a ganar nada pegándole y los padres ya habían querido demandarnos cuando le rompí el brazo. Y si ahora le partía la cabeza le iban a sacar hasta el último centavo a mi padre. Eso no me importaba, pero no quería que mi madre sufriera como loca por algo tan absurdo.

 

Entonces terminó la ceremonia. Dejamos los asientos y salimos a encontrarnos con nuestras familias en la explanada delantera. Hubo un montón de abrazos y besuqueos. Mis padres estaban esperándome. Me acerqué a ellos hasta quedar a un metro de distancia.

 

-Vámonos de aquí -les dije.

 

-Henry, ¡estoy tan orgullosa de vos! -dijo mi madre, y enseguida se dio vuelta: -¡Allá están Abe y los padres! ¡Qué gente tan agradable! ¡Señora Mortenson!

 

Ellos se frenaron y mi madre corrió a abrazar a la señora Mortenson. Había sido ella la que decidió no demandarnos después de pasar horas hablando por teléfono con mi madre. Al final decidieron que yo era medio loco y que mi madre ya había sufrido demasiado por culpa mía.

 

Mi padre le dio la mano al señor Mortenson y yo me acerqué a Abe.

 

-¿Qué me quisiste decir cuando me mostraste el dudo, chupahuevos?

 

-¿Lo qué?

 

-¡El dedo!

 

-No sé de qué me hablás.

 

Del dedo!

 

-Henry, ¡te juro que no sé de qué me estás hablando!

 

-Bueno, ¡es hora de irnos, Abraham! -dijo su madre.

 

Y se fueron como una familia muy unida. Yo me quedé mirándolos y después fuimos a buscar nuestro viejo coche. Primero nos dirigimos hacia el Oeste y en una esquina doblamos hacia el Sur.

 

-¡El hijo de los Mortenson sabe bien cómo se estudia! -dijo mi padre. ¿Cómo vas a poder lograrlo vos, si jamás te vi fijarte ni en la tapa de un libro!

 

-Algunos libros son estúpidos -le contesté.

 

-¡Ah, así que son estúpidos! ¿Entonces no querés estudiar? ¿Y qué es lo que podés hacer? ¿Para qué servís? ¡Me costó miles de dólares criarte, alimentarte y vestirte! Suponete que te abandonara en la calle. ¿Qué serías capaz de hacer?

 

-Cazar mariposas.

 

Mi madre empezó a llorar. Mi padre estacionó y se puso a caminar con ella alrededor del viejo coche. Yo me quedé parado, viendo irse rugiendo a los coches nuevos de las otras familias.

 

De repente pasaron caminando Jimmy y su madre, y ella se frenó.

 

-¡Ah, esperá un segundo! -le dijo a Jimmy. -Quiero felicitar a Henry.

 

Clare acercó su cara a la mía y me habló en voz muy baja, para que Jimmy no pudiera oírla.

 

-Escuchame, querido, cuando quieras graduarte de verdad, yo te puedo dar un buen diploma.

 

-Gracias, Clare. A lo mejor te voy a ver.

 

-¡Te voy a machacar las pelotas, Henry!

 

-Estoy seguro, Clare.

 

Después se fueron caminando con Jimmy. Entonces escuché el motor de un coche viejo, y vi a mi madre llorando horriblemente.

 

-¡Subí, Henry! -aulló. -¡Porque si no me muero!

 

Subí al coche y nos fuimos. Allí estaba yo, Henry Chinaski, Promoción del Verano de 1939, dirigiéndome hacia un futuro brillante. O, mejor dicho, siendo dirigido. En el primer semáforo se nos apagó el motor. Cuando apareció la luz verde mi padre todavía estaba tratando de hacerlo arrancar. Alguien nos tocó bocina. Mi padre logró hacer arrancar el coche y seguimos. Mi madre ya no lloraba. Volvimos a casa sin decir una palabra.

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