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Jimmy Htcher trabajaba en
una tienda de ultramarinos. Los demás no podíamos conseguir empleo, pero él
siempre se las arreglaba con su carita y con su pinta.
-¿Por qué no venís a mi
apartamento una noche después de cenar? -me preguntó un día.
-¿Para qué?
-A tomar cerveza. Puedo
robar toda la cerveza que quiero.
-¿Y dónde la tenés?
-En la heladera.
-Mostramelá.
Fuimos caminando hasta su
casa, que quedaba a una cuadra, y al entrar al vestíbulo Jimmy dijo:
-Esperá un momento, que
voy a ver el correo. -Sacó su llave y abrió el buzón. Estaba vacío y lo volvió
a cerrar. -Mirá, con esta misma llave puedo abrirle el buzón a la mujer de al
lado.
Lo abrió, sacó una carta
y se puso a léermela.
“Querida Betty. Aquí va
el cheque que estabas esperando. Me atrasé porque perdí el trabajo y encontré
otro donde me pagan menos. Suerte y cariños, Don”.
Jimmy rompió el cheque y
la carta y se guardó los pedacitos en el bolsillo de su gabán. Después cerró el
buzón.
-Vamos.
Después subimos a su
apartamento y abrimos la heladera, que estaba llena de latas de cerveza.
-¿Tu madre sabe que tomás?
-Claro. Ella también toma
mucho.
Cerró la heladera.
-¿Tu padre se voló los sesos
por culpa de tu madre, Jim?
-Sí, la llamó por
teléfono y le dijo que tenía una pistola. “Si no volvés conmigo me suicido” le
dijo: “¿Vas a volver?”. “No” le contestó mi madre. Y después se escuchó un
tiro.
-¿Y tu madre que hizo?
-Colgó el teléfono.
-Bueno, vuelvo esta noche.
A mis padres les dije que
iba a la casa de Jimmy para hacer juntos unos deberes mientras pensaba: “Y voy a
hacer los deberes que más me gustan”.
-Jimmy es un buen
muchacho -dijo mi madre.
Mi padre no dijo nada.
Cuando llegué a lo de
Jimmy nos pusimos a tomar cerveza, y eso sí que me gustaba. La madre trabajaba
en un bar hasta las dos de la mañana. Teníamos el apartamento para nosotros dos
solos.
-Tu madre es preciosa, Jim.
¿Por qué será que hay mujeres con cuerpos fantásticos y otras son deformes?
¿Por qué no pueden conseguirse todas un buen macho?
-Y yo qué sé. Capaz que
si todas fueran iguales nos aburrirían.
-¿Por qué no abrís otra
cerveza? Tomás demasiado despacio.
-Okey.
-A lo mejor si me tomo
unas cuantas cervezas más te doy una paliza para que lo entiendas mejor.
-Somos amigos, Hank.
-Yo no tengo amigos. ¡Tomátela,
carajo!
-Okey. ¿Pero por qué
tenés tanto apuro?
-Porque si no te las embuchás
rápido no te hacen efecto.
Abrimos algunas latas
más.
-Si yo fuera mujer me
pasaría levantándome la pollera para calentar a todos los hombres -dijo Jimmy.
-Me das asco, Jimmy.
-Mi madre conoció a un
tipo que le tomaba la meada.
-¿Qué?
-Sí. Se pasaban la noche
emborrachándose y después se tiraban en la bañera y ella le meaba en la boca. Y
él le pagaba veinticinco dólares.
-¿Y eso te lo contó ella?
-Desde que murió mi padre
ella me cuenta todo. Es como si yo hubiera quedado en su lugar.
-¿Y también te la-?
-No. Eso no. Pero me
cuenta todo.
-¿Cosas como la del tipo
de la bañera?
-Sí. Esas cosas.
-Contame alguna otra.
-No.
-Dale, tomate otra.
¿Alguno se come la mierda de tu madre?
-No me hables así.
Terminé mi lata de
cerveza y la hice volar por la pieza.
-Esta es una buena dosis.
Voy a buscar otra.
Y traje otro paquete de
seis de la heladera.
-Soy un verdadero hijo de
puta -le dije a Jim. -Tenés suerte de que te deje andar conmigo.
-Somos amigos, Hank.
Le encajé una lata en la
trompa.
-¡Dale, tomá de una vez!
Y me fui a mear al baño.
Era un cuarto muy femenino, con toallas de colores brillantes y azulejos
rosados. Hasta el water era rosado. La madre de Jimmy se llamaba Clare y pensé
que ponía su enorme culo blanco sobre aquel water. Entonces me miré la pija
virgen.
-Ya soy un hombre -dije.
-Y le puedo dar por culo a cualquiera.
-Necesito entrar, Hank
-llamó Jimmy desde afuera.
Cuando entró al baño lo
escuché vomitar.
-Mierda -dije, abriendo
otra lata de cerveza.
Después de un rato
apareció Jimmy y se sentó en una silla, muy pálido. Entonces le metí otra lata
en la trompa.
-¡Tomala! ¡Hacete hombre!
¡Si tenes huevos para robarlas, también tenés que tener huevos para tomártelas!
-Esperá que me recupere
un poco.
-¡Tomátela!
Y me tiré en el sillón.
Emborracharse era fabuloso. Decidí transformarme en un borracho. La vida dejaba
de ser vulgar y así era posible que uno no se convirtiera en un tipo vulgar.
Miré a Jimmy.
-Tomátela, cagón.
Y volví a tirar mi lata
vacía hasta la otra punta de la pieza.
-Contame algo más de tu
madre. ¿Qué decía del tipo que le tomaba la meada en la bañera?
-Decía que cada minuto
nace un pelotudo en el mundo.
-Jim.
-¿Sí?
-¡Tomátela! ¡Hacete
hombre!
Él levantó la lata y
después salió corriendo a vomitar al baño. Cuando volvió se volvió a sentar en
la silla, con una palidez enfermiza.
-Tengo que irme a la cama
-dijo.
-Jimmy -le contesté-, yo
pienso esperar a que llegue tu madre.
Él ya iba caminando hacia
su dormitorio.
-Y cuando llegue pienso
cojérmela, Jimmy.
Pero ni siquiera me oyó.
Yo fui a la cocina y
volví con más cerveza.
Seguí tomando y esperando
a Clare. ¿Dónde estaba esa puta? Yo era el capitán del barco y no podía
tolerar esa indisciplina.
Me levanté y fui hasta el
dormitorio. Jim estaba tirado boca abajo con toda la ropa puesta. No se había
sacado ni los zapatos. Volví a salir.
Bueno, era obvio que ese
muchacho no tenía estómago para la bebida. Y Clare necesitaba un hombre. Me
senté y tomé otro trago largo. Encontré una caja de cigarrillos en la mesita y
prendí uno.
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