EL HÉROE COMO TOTALIDAD DE SENTIDO
Acto,
confesión, autobiografía, héroe lírico, biografía, situación, carácter, tipo,
personaje, hagiografía. (2)
Es más compleja la
situación de una actividad en la vida, donde, por lo visto, el acto se motiva a
menudo por el determinismo de su portador. No obstante, también en este caso todo
lo mío forma parte del planteamiento objetual del acto, se le contrapone en
tanto que propósito definido, y aquí el contexto motivador del mismo acto
carece de héroes. En suma: un acto expresado, enunciado en toda su nitidez, sin
introducir los momentos y valores transgredientes que le sean ajenos, no tendrá
héroe en tanto que determinismo esencial. Si se reconstruyera con exactitud un
mundo en que un acto se conscientice y se determine, un mundo en que este acto
sea orientado responsablemente, si este mundo pudiera ser descrito, carecería
de héroe (de su valor temático, caracterológico, tipolotgico, etc.). El acto
requiere un determinismo de propósitos y de medios, pero no pasa lo mismo con
su portador que es el héroe. El mismo acto no dice nada del actor sino apenas de
su circunstancia objetual, sólo esta es la que genera el acto valorativamente;
no el héroe mismo. El informe de un acto es absolutamente objetivo. De ahí, que
aparezca la idea de la libertad ética del acto: lo que determina es un todavía-no-ser,
la orientación de objeto y de propósito; sus orígenes se ubican adelante, no
atrás, no en aquello que es sino en aquello que aun no es. También por lo mismo
el reflejo dirigido hacia el acto ya concluido no echa luz sobre el autor (sobre cómo es, qué es), sino que apenas aparece
como una crítica inmanente del acto desde el punto de vista de sus propios
fines y su deber ser; si a veces sale afuera de los límites de la conciencia en
avance, esto no sucede para atraer los momentos fundamentalmente
transgredientes a la conciencia, sino para incluir aquellos que de hecho
estuvieron ausentes y no se tuviesen en cuenta (si no se aporta un valor ajeno
al acto: cómo el otro ve mi acto). Dentro de una conciencia en proceso de
avance -incluso cuando esta rinde cuentas, se expresa-, no existe héroe como
factor significativo y determinante, la conciencia es objetual pero no psicológica
ni estética (no se rige por la causa ni por la regularidad estética: temática,
caracterológica, etc.). Cuando mi acto se rige por el deber ser como tal,
cuando aprecia directamente su objeto en categorías del bien y del mal (excluyendo
la serie técnicamente cultural de valoraciones), es decir, representa un acto
propiamente moral, entonces mi reflejo y mi rendimiento de cuentas empiezan
también a determinarme a mí mismo, abarcan mi determinismo.
El arrepentimiento, del plano psicológico (enojo) se transfiere al plano creativamente formal (arrepentimiento, autocondena), llegando a ser el principio organizador y formador de la vida interior para la visión y la fijación valorativa de uno mismo. Cuando aparece un intento de fijar a la persona de uno en tonos de arrepentimiento, a la luz del deber ser moral, surge la primera forma esencial de objetivación verbal de la vida y la personalidad (es decir, la vida personal no abstraída de su portador) que es la confesión. El elemento constitutivo de esta forma es el hecho de ser ella precisamente una autoobjetivación, de que se excluya el otro con su específico enfoque privilegiado; solamente la actitud pura del yo con respecto a uno mismo es el principio organizador del enunciado. Sólo aquello que yo puedo decir de mi persona forma parte de la confesión (lo fundamental, por supuesto, y no solamente los hechos): la confesión es inmanente a la conciencia que avanza moralmente, no rebasa sus fronteras básicas, y todos los momentos transgredientes a la autoconciencia se excluyen. En relación con estos momentos trasgredientes, es decir, en relación con una posible conciencia valorativa del otro, la confesión se establece negativamente, lucha con ellos por la pureza de la autoconciencia, por la pureza de la actitud solitaria hacia uno mismo. Porque el enfoque estético y la justificación del otro pueden penetrar en mi actitud valorativa hacia mi persona y enturbiar su nitidez (la gloria, la opinión de la gente, la vergüenza, el favor de los hombres, etc.). La actitud solitaria puramente valorativa hacia uno mismo es el límite que tiende la confesión rebasando todos los momentos transgredientes de justificación y valoración posibles en la conciencia de otros hombres; en el camino hacia ese límite el otro puede ser necesario como juez que habría de juzgarme como yo me juzgo, sin estetizarme, necesario para destruir su posible influencia sobre mi valoración propia para liberarme de esta influencia de su postura valorativa fuera de mí y de las posibilidades relacionadas con esta extraposición de posibilidades (el no tener miedo de la opinión de los hombres, el superar la vergüenza), mediante autohumillación. En este sentido, toda calma, toda demora en la autocondena, toda evaluación positiva (yo llego a ser mejor) se perciben como una separación de la pureza de la actitud hacia uno mismo, como la introducción de otro posible que valora (los lapsus en los diarios de Tolstoi).
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