CANCIÓN TERCERA (10)
¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas
del sentido
que estaba oscuro y
ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a
su Querido!
DECLARACIÓN
22 / Es,
pues, profunda la capacidad de estas cavernas, porque lo que en ellas puede
caber, que es Dios, es profundo de infinita bondad; y así será en cierta manera
su capacidad infinita, y así su sed es infinita, su hambre también es profunda
e infinita, su deshacimiento y pena es muerte definitiva. Que, aunque no se
padece tan intensamente como en la otra vida, pero padécese una viva imagen de
aquella privación infinita, por estar el alma en plena disposición para recibir
su lleno. Aunque este penar es a otro temple, porque es en los senos del amor
de la voluntad, que no es el que alivia la pena, pues, cuanto mayor es el amor,
es tanto más impaciente por la posesión de su Dios, a quien espera por momentos
de intensa codicia.
23 /
Pero, ¡válgame Dios!, pues que es verdad que, cuando el alma desea a Dios
con entera verdad, tiene ya al que ama, como dice San Gregorio sobre San
Juan: ¿cómo pena por lo que ya tiene? Porque en el deseo que dice San Pedro
tienen los ángeles de ver al Hijo de Dios (1.ª 1,12), no hay alguna pena
o ansia, porque ya le poseen; y así parece que, si el alma cuanto más desea a
Dios más le posee -y la posesión de Dios da deleite y hartura al alma, como los
ángeles, que, estando cumpliendo su deseo en la posesión, se deleitan, estando siempre
hartando su alma con el apetito, sin fastidio de hartura, por lo cual, porque
no hay fastidio, siempre desean, y porque hay posesión, no penan-, tanto más de
hartura y deleite había el alma de sentir aquí en este deseo, cuanto mayor es
el deseo, pues tanto más tiene a Dios, y no da dolor y pena.
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