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Pero yo jugaba bien.
Pesqué algunas pelotas difíciles, porque sabía moverme. Y además estudiaba cómo
lanzaba Gatito, para poder volver a enfrentarlo mejor.
Ahora él ya no trataba de
machacarme el cráneo. Con apuntarme nada más que al cuerpo le alcanzaba. Y yo
sabía que era cuestión de tiempo batear alguno de aquellos balazos.
Pero las cosas siguieron
empeorando. Eso no me gustaba nada. Y a las chiquilinas tampoco. Ojos Verdes
era tan bueno lanzando como bateando. En los primeros bateos pudo recorrer dos
bases, y con el tercero la pelota voló muy alto y marcó un doble. La bola pasó entre
Abe y yo, que en ese momento jugaba de centro-campista. Entonces pegué un
sprint y las chiquilinas chillaron, mientras Abe corría mirándola por arriba de
su hombro, con la baba cayéndosele como a un oligofrénico. Yo redoblé la
velocidad gritando “¡Esta es mía!”, aunque en realidad le correspondía a él.
Pero no podía soportar que aquel maldito tragalibros se quedara con ella, y al
final nos chocamos y cuando ya estábamos en el suelo la pelota se le escapó del
guante y yo la agarré en el aire.
-¡Levantate, tarado de
mierda! -le grité apenas pude pararme.
Abe siguió allí tirado
llorando y agarrándose un brazo.
-Me parece que lo tengo roto
-me contestó.
-¡Levantate, cagón!
Al final se fue de la
cancha llorando y agarrándose el brazo.
Yo me quedé mirando para
todos lados.
-Bueno -dije: -¡Ahora hay
que seguir jugando al béisbol!
Pero ya se estaban yendo
hasta las chiquilinas. Era evidente que el partido se había terminado. Me quedé
un rato más y terminé por irme caminando a casa…
El teléfono sonó justo antes
de la cena. Atendió mi madre y se empezó a excitar, hasta que colgó y fue a
buscar a mi padre.
Después pasó por mi
cuarto.
-Vení al comedor, por
favor -me dijo.
Fui hasta la sala y me
senté en el sillón. Ellos siempre se sentaban en las sillas, porque eso
significaba que eras de la casa. El sillón era para las visitas.
-La señora Mortenson
acaba de llamarme para decirme que le rompiste el brazo al hijo. Ya le hicieron
las radiografías.
-Fue un accidente -le expliqué.
-Dice que nos va a
demandar. Tiene un abogado judío y nos van a embargar todo lo que tenemos.
-Bueno, tampoco tenemos tanta
cosa.
Mi madre era una de esas
mujeres que lloran sin hacer ruido. Y ahora la cara le brillaba cada vez más en
la luz del crepúsculo.
Entonces se limpió los
ojos pardos y muy borrosos.
-¿Por qué le rompiste el
brazo a ese muchacho?
-Fue un encontronazo. Nos
chocamos mientras tratábamos de recoger una pelota.
-¿Y por qué tuvieron ese “encontronazo”?
-Porque él se lo buscó.
-¿Pero fue verdaderamente
un encontronazo?
-Sí.
-¿Y para qué nos puede
servir decir que fue un accidente? El abogado judío tiene un brazo roto a
favor.
Entonces me fui a mi
cuarto a esperar que me llamaran para cenar. Mi padre no había dicho nada.
Estaba confundido. Por un lado se sentía preocupado por la posibilidad de
perder todo lo que teníamos, y por otro lado se sentía orgulloso de tener un
hijo que le podía romper un brazo a alguien.
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