El descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD (1)
Todos los fructíferos trabajos, aquí sólo brevemente reseñados, que
surgieron a partir de la solución del problema de la ergotoxina, de todos modos
no me hicieron olvidar por completo la sustancia LSD-25. Un extraño presentimiento
de que esta sustancia podría poseer otras cualidades que las comprobadas en la
primera investigación me motivaron a volver a producir LSD-25 cinco años
después de su primera síntesis para enviarlo nuevamente a la sección
farmacológica a fin de que se realizara una comprobación ampliada. Esto era
inusual porque las sustancias de ensayo normalmente se excluían definitivamente
del programa de investigaciones si no se evaluaban como interesantes en la
sección farmacológica.
En la primavera de 1943, pues, repetí la síntesis de LSD-25. Igual que la
primera vez, se trataba sólo de la obtención de unas décimas de grano de este
compuesto.
En la fase final de la síntesis, al purificar y cristalizar la diamida del
ácido lisérgico en forma de tartrato me perturbaron en mi trabajo unas sensaciones
muy extrañas. Extraigo la descripción de este incidente del informe que le
envié entonces al profesor Stoll.
El viernes pasado, 16 de abril de 1943, tuve que interrumpir
a media tarde mi trabajo en el laboratorio y marcharme a casa, pues me asaltó
una extraña intranquilidad acompañada de una ligera sensación de mareo. En casa
me acosté y caí en un estado de embriaguez no desagradable, que se caracterizó
por una fantasía sumamente animada. En un estado de semipenumbra y con los ojos
cerrados (la luz del día me resultaba desagradablemente chillona) me penetraban
sin cesar unas imágenes fantásticas de una plasticidad extraordinaria y con un
juego de colores intenso, caleidoscópico. Unas dos horas después ese estado
desapareció.
La manera y el curso de estas apariciones misteriosas me hicieron sospechar
una acción tóxica externa, y supuse que tenía que ver con la sustancia con la
que acababa de trabajar, el tartrato de la dietilamida del ácido lisérgico. En
verdad no lograba imaginarme cómo podría haber resorbido algo de esta
sustancia, dado que acostumbrado a trabajar con minuciosa pulcritud, pues era
conocida la toxicidad de las sustancias del cornezuelo. Pero quizás un poco de
la solución de LSD había tocado de todos modos a la punta de mis dedos al
recristalizarla, y un mínimo de sustancia había sido reabsorbida por la piel.
Si la causa del incidente había sido el LSD, debía tratarse de una sustancia
que ya en cantidades mínimas era muy activa. Para ir al fondo de la cuestión me
decidí por el autoensayo. Quería ser prudente, por lo cual comencé la serie de
ensayos en proyecto con la dosis más pequeña de la que, comparada con la
eficacia de los alcaloides de cornezuelo conocidos, podía esperarse algún
efecto, a saber, con 0,25 mg (mg = miligramos = milésima de gramo) de tartrato de
dietilamida de ácido lisérgico.
Autoensayos
19.IV/16.20: toma de 0,5 cm3 de una solución acuosa al ½ por
mil de solución de tartrato de dietilamida peroral. Disuelta en unos 10 cm3 de
agua insípida.
17.00: comienzo del mareo, sensación de miedo.
Perturbaciones en la visión. Parálisis con risa compulsiva.
Añadido el 21.IV:
Con velomotor a casa. Desde las 18 hs. Hasta aproximadamente
las 20 hs.: punto más grave de la crisis (cf. informe especial).
Escribir las últimas palabras me costó un ingente esfuerzo. Ya ahora sabía
perfectamente que el LSD había sido la causa de la extraña experiencia del
viernes anterior, pues los cambios de sensaciones y vivencias era del mismo
tipo que entonces, sólo que mucho más profundos. Ya me costaba muchísimo hablar
claramente, y le pedí a mi laborante, que estaba enterada del autoensayo, que
me acompañara a casa. En el viaje en bicicleta -en aquel momento no podía
conseguirse coche; en la época de posguerra los automóviles estaban reservados
a unos pocos privilegiado- mi estado adoptó unas formas amenazadoras. Todo se
tambaleaba en mi campo visual, y estaba distorsionado como en un espejo
alabeado. También tuve la sensación de que la bicicleta no se movía. Luego mi
asistente me dijo que habíamos viajado muy deprisa. Pese a todo llegué a casa
sano y salvo y con un último esfuerzo le pedí a mi acompañante que llamara a
nuestro médico de cabecera y les pidiera leche a los vecinos.
A pesar de mi estado de confusión embriagada, por momentos podía pensar
clara y objetivamente: leche como desintoxicante no específico.
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