miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (64) Arte y técnica escénica


EL TEATRO INMEDIATO (17)

En los ensayos, la forma y el contenido han de examinarse unas veces juntos y otras por separado. En ocasiones la exploración de la forma nos descubre de repente el significado que dicha forma requiere; en otras, el estudio del contenido nos proporciona un nuevo sonido rítmico. El director ha de ver dónde se entorpecen los correctos impulsos del intérprete y ayudarle a superar sus propios obstáculos, Cabe decir que todo es un diálogo y un baile entre director e intérprete. Considero que es una exacta metáfora hablar de baile, de vals entre director, intérprete y texto. La progresión es circular, y decidir quién es el guía depende del lugar donde uno se encuentre. El director descubre que constantemente se necesitan nuevos medios, que cualquier técnica es aprovechable, que ninguna técnica lo abarca todo. Comprende que debe seguir el principio natural de rotación de cultivo, que explicación, lógica, improvisación, inspiración son métodos que se secan rápidamente y que ha de moverse del uno al otro. Sabe que pensamiento, emoción y cuerpo no pueden separarse, pero comprende que a menudo debe realizarse una fingida separación. Algunos actores no responden a la explicación, mientras que otros la captan. Esto difiere en cada situación, y un día es el actor no intelectual quien inesperadamente responde a una palabra del director, mientras que el intelectual lo entiende todo con un gesto.

En los primeros ensayos, la improvisación, el intercambio de asociaciones y recuerdos, la lectura de documentos sobre la época en que se desarrolla la acción de la obra, así como películas y cuadros, pueden servir para estimular en cada actor el material adecuado al tema de la pieza. Ninguno de estos métodos significa gran cosa por sí mismo, cada uno es un estímulo. En el Marat-Sade, mientras surgían y se posesionaban del actor las dinámicas imágenes de locura y este se abandonaba a ellas en su improvisación, los demás observaban y criticaban. De este modo, una auténtica forma se despegó gradualmente de los clisés que son parte del equipo de un actor cuando interpreta escenas de locura. Cuando el actor conseguía una imitación de la locura que convencía a sus compañeros por su semejanza con la realidad, se presentaba un nuevo problema. La imagen en que se basaba su labor estaba sacada de la observación de la vida, pero la obra trata de la locuta tal como se daba en 1808, es decir, antes de las drogas, del tratamiento, cuando una distinta actitud social respecto al enfermo hacía diferente su comportamiento, etc. Ante esto el actor carecía de modelo exterior; observaba las caras en los cuadros de Goya no como modelos a imitar, sino como aguijadas que alentaran su confianza en seguir el más fuerte y preocupante de sus impulsos interiores. Tenía que servir por completo a esas voces, ya que partir de modelos exteriores era correr gran riesgo. Debía ejercer un acto de posesión y después enfrentarse a una nueva dificultad: su responsabilidad en la obra. Todos los estremecimientos y aullidos, toda la sinceridad del mundo no llevan a una obra a ningún sitio. El actor tiene que decir un texto; si inventa un personaje incapaz de decirlo, su trabajo es malo. El intérprete ha de hacer frente, por lo tanto, a dos exigencias opuestas. Se siente tentado al compromiso, o sea, a rebajar la intensidad de los impulsos del personaje para seguir las necesidades escénicas. Sin embargo, su verdadera tarea se encuentra en la dirección contraria: hacer al personaje vivido y funcional. ¿Cómo? Ahí es donde se requiere la inteligencia. Hay un lugar para la discusión, para la investigación, para el estudio de la historia y de sus documentos, así como para el rugido, el aullido y el revuelco por el suelo. Lo hay también para la relajación y la sociabilidad, de la misma manera que existe un tiempo para el silencio, la disciplina y la intensa concentración. Grotowski pidió que barrieran el suelo y que sacaran de la sala toda la ropa y pertenencias personales. A continuación se sentó ante un pupitre, se dirigió a los actores con frialdad y no permitió que se fumara ni se hablara. Este ambiente tenso hizo posible ciertas experiencias. Al leer los libros de Stanislavsky se comprende que algunas de las cosas que escribió no tienen más finalidad que hacer una llamada a la seriedad del actor, en un tiempo en que la mayoría de los teatros eran puro desaliño. No obstante, a veces nada hay más liberador que la intrascendencia, el olvido de todo lo que suene a elevado. En ocasiones hay que concentrar la atención en un actor; en otras, el proceso colectivo exige un alto en el trabajo individual. No se puede explorar toda faceta.

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