A
la memoria de María Cristina Díaz Marrero
Oscurece, arrecia el frío y el poder está en expectante. Lo están las patronales y los mandos militares, lo están los medios de comunicación, siempre obedientes, lo están las agencias internacionales, lo está la Embajada, Bordaberry y sus ministros. Las medidas adoptadas son drásticas y con ellas esperan lograr una definitiva paz social. Para eso disolvieron por decreto a la CNT, desalojaron por la fuerza lugares de estudio y de trabajo, allanaron y desvalijaron locales sindicales, detuvieron a cientos de militantes, pero aun así no están del todo confiados en sus medidas y en sus dichos. Y la impaciencia los torna particularmente intemperantes y peligrosos. Puede que el observador, alejado de lo que palpita en los pechos, piense que es el fin de la resistencia y que el régimen ha logrado su objetivo. Pero entre los sectores populares, no es lo que dicen las miradas, no es lo que reafirman los abrazos, no es lo que, por lo bajo, juramenta la gente. En el entramado social arden las brasas aparentemente apagadas, se van entretejiendo los lazos cortados y los vacíos son llenados: no hay quejas, hay firmeza y bronca, no hay una expectativa quieta y derrotista, sino decisión de lucha y confianza. Y para muchos, digan lo que digan, la CNT no puede ser disuelta, porque está en cada uno de los que hace un contacto, que visita a un vecino, que planifica. Está en los que retornan por la noche a sus hogares, está en las anécdotas, está en los reencuentros, en los rumores, en los boletines que se reparten y en los pasos precipitados que buscan el refugio de las tinieblas. El Uruguay está en vilo. Las calles son transitadas por tiras y soplones y las razias peinan cada zona en procura del militante escondido. Rastrillan barrio por barrio, manzana por manzana, calle por calle, casa por casa, mientras nuevos comunicados invaden los hogares, buscando paralizar, inmovilizar, replegar. En su modesta vivienda Doña Coca los escucha, mientras mira dormir a su hijo y piensa que con ella está segura. Es todo lo que tiene, la razón de su dura vida y por eso aprovecha para acariciar suavemente su pelo, ahora que no se da cuenta y no puede protestar. Por un momento la invade una mezcla de miedo y ternura, por un momento está tentada de no despertarlo, de que continúe protegido por el ensueño, como cuando era niño, como cuando lo acunaba contra su pecho lejos del peligro. Tampoco Juan José puede dormir y mientras acaricia a Cristina que dormita en sus brazos, le recita tenuemente en su oído unos versos que alguna vez le escribió… “Cae la noche sobre vos/ como una cortina. Cae./ Y estás entre mis brazos apretada/ indefensa, detenida./ Así detengo al tiempo./ Así se queda la vida…”. Es una noche de ojos abiertos, excesivamente corta para los amantes y larga para los ansiosos, por eso Andrea tampoco puede dormir. Desde uno de los últimos pisos del Clínicas observa el rutilar de las luces de la ciudad y respira cara al viento hasta que la madrugada finalmente llega acompañada con nuevos comunicados amenazantes. Andrea no les hace caso y apaga la radio, para que nada la distraiga de la luz que se filtra entre las nubes tormentosas. El Uruguay ya no está en ascuas, es un volcán al borde de estallar, que es recorrido meticulosamente por vehículos policiales y militares, mientras en la intimidad de los hogares, cada trabajador y cada estudiante se toma un minuto más antes de salir para despedirse de los suyos. Los hijos retienen un segundo más entre sus manos las cabezas blancas de sus padres, mientras los padres se detienen un segundo más ante las camas de sus hijos. Y el abrazo es particularmente apretado en el momento de la despedida. Y como cada amanecida, como lo hace siempre, la gente una vez más copa las calles. Con el morral al hombro, solos o en grupos, a pie o en bicicletas, trabajadores y estudiantes inundan La Teja, El Cerro, Belvedere, Paso Molino, Villa Española, Maroñas, Ciudad Vieja, los barrios de Montevideo. Lo hacen rumbo a BAO, FUNSA, Alpargatas, a los Bancos, a las Oficinas, a las Facultades, lo mismo ocurre en las localidades del Interior. Miran de reojo a los ómnibus que pasan, saben que son conducidos bajo custodia. En los kioscos, el diario EL PAÍS, advierte, amenaza, festeja, con grandes titulares: “BAJO CONTROL MILITAR…”, pero nadie se amilana y aprieta el paso, esta vez no es como siempre. Otra es su decisión. La decisión es no trabajar. La CNT ha sido clara y la gente está dispuesta. El objetivo es reocupar.
***
2 DE JULIO. El hall de la Facultad
de Medicina está atiborrado de estudiantes y trabajadores de Alpargatas. Los congrega
la muerte en un accidente mientras coordinaba la acción de los gremios de
Adrián Montáñez, un dirigente sindical de la fábrica y de la Central. Cerca de
la puerta principal Cristina arenga a un grupo de estudiantes de la “Generación
73”, que acaba de comenzar los estudios.
-A esta hora ya podemos decir que la brutal ofensiva de este fin de semana
ha fracasado y trabajadores y
estudiantes hemos vuelto a ocupar los lugares de trabajo y de estudio.
Permanentemente estamos recibiendo información y podemos decir que la huelga
continúa, incluso con más fuerza que antes, por otro lado la Universidad ha
nombrado al ex Rector Maggiolo para que denuncie los intentos de injerencia en
la autonomía y el cogobierno a nivel internacional, nosotros a la vez que
rechazamos estos intentos, sostenemos que aquellos universitarios que
participan de la dictadura, no tienen autoridad moral para continuar como
docentes… -explica con voz apasionada.
Mientras habla advierte que Héctor
García traspone la puerta, está deseando hablar con él e interrumpiéndose corre
a abrazarlo.
-¿Sabés algo de Magdalena…?
-Tenía la esperanza de que vos supieras
–cortó Héctor -, me dijeron que estuviste con ella en la textil.
-Estuve con ella cuando los milicos nos
atacaron, pero la perdí de vista, lo que pude averiguar es que está detenida,
pero no sé adonde –responde Cristina, pero omite cualquier otro comentario.
A Héctor se le nota el cansancio de las
últimas horas. Fue muy maltratado. Durante el desalojo de Alpargatas, los
soldados rompieron las luces de salida y obligaron a pasar a los ocupantes por
una doble fila, adonde fueron golpeados con garrotes. La oscuridad los puso a
su merced, cuando notó que golpeaban a la compañera que lo precedía no pudo
contenerse y se abalanzó sobre los soldados para romper la fila. Eso le costó
más garrotazos. Los golpes llegaban de todos lados, imprevistos, arteros, pero
los soportó en base a puteadas. Además del apaleamiento debió sufrir largos
plantones a la intemperie en el patio del cuartel, con temperaturas bajo cero,
hasta que finalmente lo liberaron esa misma mañana y luego de enterarse del
fallecimiento de su compañero fue a la Facultad.
-Para colmo lo de Adrián, trabajaba en
tejeduría. Es una pérdida tremenda, era un cuadro formidable, solidario,
fraterno hasta cuando discrepaba, que sentía la injusticia en carne propia –murmura.
Héctor es un hombre apasionado, que a
pesar de lo soportado, conversa con calidez. Acostumbra gesticular mientras
habla, tanto así que completa las oraciones con mímicas y monerías. Pero
mientras habla con Cristina, un movimiento brusco le dibuja una mueca de dolor.
Ella lo nota y lo sienta con cuidado en
uno de los bancos de la Facultad. Una vez repuesto, pregunta:
-Y… ¿qué novedades tenés?
-Les ganamos la pulseada, las fábricas
han sido re-ocupadas. No pudieron quebrar la huelga –responde Cristina contenta
de poder darle una buena noticia.
Héctor, fiel a su costumbre, aplaude,
venciendo al dolor.
-Contame. Contame…
-En muchos lugares los compañeros
tuvieron que entrar por los techos, por las claraboyas y por las banderolas.
Los ayudó la niebla y la oscuridad… -cuenta Cristina.
-Mirá que resultaron flojos los de
Alpargatas –interrumpe Juan José la conversación.
Y luego de abrazar a Cristina y de
palmotear a Héctor, se sienta junto a él. Tienen visiones diferentes con
respecto a los temas sindicales, Héctor es afín a la Tendencia, pero los dos
hombres se conocen desde hace años, se quieren y se respetan. Y eso les permite
hacerse bromas.
-Es el colmo que un bolche me trate de
patrinca…-provoca Héctor.
-Digas lo que digas, te traigo una buena
noticia. Soltaron a Magdalena. Te espera en tu casa –lo corta Juan José.
Una fuerte palmada en el banco es la
eufórica respuesta.
-Me pidieron que si te veía te avisara.
Pero no sé nada más –agrega Juan José.
La cara de Héctor es un poema. Le brillan
los ojos y se le dibuja una espontánea sonrisa. Quiere gesticular una respuesta
pero el dolor no se lo permite. Y luego de abrazar, emocionado, a sus amigos,
sale lo más rápido que puede, a encontrarse con su mujer.
***
El camino desde Montevideo al Departamento de Colonia
no es tan largo, pero Miguel Muñoz quiere asegurarse que no lo requisen en
alguna pinza que pudiera haber en la ruta. Lleva mucho material para repartir,
entre otras cosas, miles de copias de la declaración conjunta del Partido Nacional
y del Frente Amplio, en la que las dos colectividades saludan la resistencia
obrera y reafirman su más amplia solidaridad al combate popular. Mientras cruza
caminos imposibles, sortea arroyos, elude lugares anegados, evalúa que es un
momento trascendental, en el que está en juego el futuro de la resistencia.
Tiene confianza en la camioneta que maneja, justamente la compró para transitar
por terrenos escabrosos, finalmente llega hasta Colonia del Sacramento, sabe
que no tendrá problemas en entrar a la casa de su padre ya que unos vecinos
guardan una copia de la llave. Los vecinos lo ponen al día de lo que está
ocurriendo, en la ciudad los bancarios, los judiciales y los médicos
vanguardizan la huelga. Luego de despedirlos, por razones de seguridad tiene especial
cuidado de guardar el vehículo y ni bien puede se tira en el sofá. Tiene todo
planificado. Se instalará en Colonia del Sacramento. Esa será su base de
operaciones, desde ahí viajará a una ciudad distinta del Departamento cada día
para impulsar la acción conjunta de todos los que estén dispuestos a conformar
un frente contra el golpe, incluidos los militares demócratas. Luego de
descansar un rato decide ir a Juan Lacaze. La ciudad parece desierta y se para
frente a un kiosco, adonde el periódico local CLARIDAD, titula: “Ahora ya no
son más diputados”. Y a continuación publica la lista de los parlamentarios
cesados. Muñoz saca dinero y se dirige al kiosquero, un hombre entrado en años,
que lo mira con atención y le pregunta:
-¿Usted no es el hijo del Doctor Amílcar Muñoz?
-Efectivamente –responde, extendiendo su mano hacia el
diario y con cierta prevención.
-Mándele saludos de Domínguez, de Juan Lacaze. Le
estaré siempre agradecido por un favor que me hizo.
La tensión entre los dos se afloja. Y el veterano
señalando los titulares de CLARIDAD, agrega:
-Mi hermano que vive en Artigas me llamó y me contó
que por esos pagos los ediles publicaron sus fotografías con el carné que los
acredita sobre el pecho.
-¿Y por estos pagos?
-Acá, en Juan Lacaze, la fábrica de papel y la textil
han sido ocupadas y desocupadas varias veces… -responde el comerciante.
-¿Mucha gente ocupa? –pregunta Muñoz.
-En la textil hay por lo menos mil y pico de obreros.
Los milicos clausuraron los locales sindicales y los dirigentes fueron
detenidos, pero la gente sigue protestando, como puede. Mi mujer me dice que yo
también tendría que hacer lo mismo, pero el kiosco es mi único ingreso y no sé
si me animo… -responde el hombre.
-Todos podemos colaborar con algo –comenta Muñoz
distraídamente.
-Yo colaboro exhibiendo solamente los titulares de los
diarios que están contra los milicos, como hago con “CLARIDAD”. La gente se
para a leerlos y se informa de lo que de verdad está pasando.
-Tal vez además pueda repartir algunos volantes a los
conocidos. Estoy seguro que mi padre lo va a valorar –sugiere Muñoz y extrae de la camioneta una
caja con declaraciones.
El kiosquero queda pensando. Y al final contesta,
mientras estira la mano:
-A eso me animo.
***
El cómodo sillón y el calor reconfortante
del fuego distienden a Vázquez que mira distraídamente la biblioteca. Una
antigua foto en un rincón muestra a sus padres casándose y piensa que la imagen
tiene más años que él y que lo acompaña desde siempre. A lo largo de los años
el retrato ha sido un amuleto, con el que ha conversado y al que, en horas
difíciles, ha besado y hasta pedido consejo, como si las dos figuras pudieran
emerger de su eternidad sepia para darle fuerza y sentido a su vida. Lo mira
largamente. Como nunca los necesita. ¡Cuánto daría por tenerlos un instante,
aunque solamente fuera un instante, junto a su lado! El Juez se besa el dedo
índice y con él recorre tiernamente el cartón arrugado, los rostros ajados y
los ojos que ojalá lo estuvieran mirando. La pareja es su origen, su raíz, le
enseñó los principios que han regido su vida. Y piensa que conscientemente o
no, con cada gesto, con cada abrazo, con cada rezongo, en lo fundamental lo
mandataron. Vázquez sonríe y reflexiona… ¡qué mezquinas son las fotos, que no
registran los sentimientos! ¿En qué estarían soñando, mientras cortan la torta,
embelesados? Apenas año y medio después llegaría a sus vidas. De su infancia
recuerda el olor de las calles de tierra cuando llovía, el humilde barrio
adonde creció en los aledaños de Paysandú, la casa adonde vivió y recientemente
demolida, el olor del parral en el verano y de la leche caliente en invierno,
el gallinero en el fondo en el que se escondía, los festejos de navidad y fin
de año y las inacabables bolsas de nueces y almendras, los regalos de Reyes y
al Tío Cirilo y a Tía Helena, con sus orquídeas, a la escuela y los consejos de
María Eugenia la maestra que más quiso: “-por cómo contestás vas a ser
doctor”-siempre le decía. Le queda el recuerdo de los amigos de entonces, de
Álvaro, de Alejandro, de Rita… ¡Cuando la plata faltaba, el calor de hogar era
lo que sostenía! Pese a la escasez, gracias al esfuerzo de las tenues figuras
del retrato, pudo disfrutar de una niñez que aunque pobre, había sido digna.
¡Ah! ¡Qué implacable es el tiempo! Luego vino la adolescencia y el liceo, que
le abrió horizontes y se animó a estudiar Derecho, para lo cual tenía que
viajar a Montevideo. Recuerda que por ser hijo único, sus padres lo despidieron
como si partiera a la guerra. Consiguió una pensión en el Cordón, cerca de la
facultad, adonde pudo cursar gracias a múltiples changas que iba consiguiendo y
a lo que le enviaba su familia. Siempre recuerda las encomiendas que le
llegaban por la ONDA, que por lo general venían con alguna sorpresa. Por suerte
con el correr de los años pudo devolverles algo de todo lo que le habían dado.
Vázquez se levanta y ojea el libro “Moral para intelectuales”, gastado por los
años. Tiene una dedicatoria de Amílcar Muñoz, fechada en 1931. Desde aquel
entonces son amigos. Entre tantas cosas de aquellos tiempos, nunca olvidará las
muchas veces que en las escalinatas de la Universidad se cruzó con el tan
admirado Carlos Vaz Ferreira. Eran tiempos fértiles en lecturas, en proclamas,
en definiciones, con Muñoz compartió a Zorrilla, a Florencio Sánchez, a Acevedo
Díaz, a Figari. Por aquel entonces nunca se perdían las actuaciones de la
Troupe Atenience y solían frecuentar boliches como el Sportman, en donde
recuerda haberse reunido a festejar cuando ganó Uruguay el Mundial del 30 y
adonde tuvo la suerte de conocer, entre otros, a Julio César Grauert. Pero
entre todos los que se cruzaron en su vida, quien más lo marcó fue sin lugar a
dudas Couture, al que tuvo de docente de “Procedimiento Civil” y que le
transmitió sus “mandamientos para el abogado”. Una foto de London París de los
años 40, le trae a la memoria a Doris antes de casarse, ¡tan linda con el pelo
ensortijado! Ella le hizo conocer la Milonga Nacional y los Patos Cabreros, las
fiestas del Solís y muchas otras actividades sociales, que por entonces tenía
abandonadas. ¡Qué lejano todo! Por esos
años se casaron y tuvieron un casal, pero como contrapartida por ese entonces
murieron casi simultáneamente sus padres…
Con satisfacción piensa que Andrea ahora es médica, no como Carlos, que
en cierta forma lo ha defraudado, ya que abandonó sus estudios para dedicarse a
la militancia y el periodismo…, aunque en compensación le ha dado dos nietos. Y
esto lo tiene confortado. En una revista encuentra un recorte de diario con
fotos del Mundial del 50. Las mira largamente. Y repite mentalmente para sí lo
que tantas veces desde entonces había en voz alta asegurado ante espontáneos
interlocutores: “Los pobres brasileros creyeron que jugaban contra once
jugadores, pero en la cancha estábamos todos. Estaba el barrio, la abuela, la
madre, la noviecita, los treinta tres, Artigas, Batlle, Saravia, la fundación
de la patria. ¡Cómo nos iban a ganar!” Realmente lo sigue creyendo, aunque la
última actuación celeste en un mundial, pese al cuarto puesto, no lo había
conformado. Mira el entorno, por aquel entonces se mudó a La Aguada, cerca de
la Facultad de Medicina y de Alpargatas, un barrio al que paulatinamente
aprendió a querer y en el que sus hijos crecieron y se hicieron adultos. Se
enamoró de la zona, de la presencia cercana del Palacio Legislativo, de la
multitud de obreros rumbo a las fábricas, de las instalaciones de la IASA, de
las compras en familia en Casa Soler, de las funciones en los cines Lux y
Astor, que frecuentaba con los niños, aunque con Doris preferían ir al Centro,
adonde disfrutaron viejas películas como “Lo que el viento se llevó”, “Viñas de
Ira”, Scarface y otras más recientes. Ella es una fanática de Anthony Perkins y
él de Doris Day. La televisión nunca logró sustituir la magia del celuloide y
para los dos vestirse especialmente para las funciones es un ritual casi
sagrado. Piensa que definitivamente la vida ha sido generosa, ¿pero cómo será
para con sus hijos y nietos tal como están las cosas? Es tarde y está cansado.
Se recuesta en el sillón. La noche cae, las brazas trepidan y a Vázquez lo
comienza a ganar el sueño. Y con el sueño nuevos recuerdos. Pero Doris lo
despierta bruscamente con un portazo:
-Las Fuerzas Conjuntas te citan para
mañana, en la sede del ESMACO.
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