miércoles

ESPACIO Y TIEMPO EN LAS PATOLOGÍAS MENTALES (42) - HÉCTOR GARBARINO


V. MELANCOLÍA

ESPACIO Y TIEMPO EN LA MELANCOLÍA*  **

A propósito de un síndrome de Cotard incompleto (3)

HÉCTOR GARBARINO

El desprendimiento del alma

La paciente afrima: “no tengo alma”. Nos parece que esta conclusión se justifica por la inhibición generalizada tanto corporal como anímica; es decir, la falta de ánimo, la tendencia a la inmovilidad estatuaria. Asociada el alma al movimiento, “cuando está acostada, siente que su alma se aproxima”, “la cama se mueve, la tierra me mueve el cuerpo”. Cuerpo inerte, estático, es cuerpo muerto, sin alma.

Atribuye su propio movimiento corporal al movimiento de la tierra, percepción interna que nosotros consideramos prerrogativa del yo-Ser bidimensional, yo corporal con límite abierto, que anuda su cuerpo a la tierra y le permite percibir el movimiento cósmico. Como ocurre con muchos psicóticos, la destrucción casi completa de su yo le permite advertir que su energía narcisista procede del cosmos, ya que es energía cósmica libidinizada. (3)

Al perder su límite el yo corporal ha perdido autonomía, se trata ahora de un cuerpo abierto confundido con la tierra, en continuidad con ella. De esta forma el cuerpo muerto, desinvestido libidinalmente por la pulsión de muerte adquiere algún movimiento, lo que es tomado por la paciente como un signo de la proximidad del alma que la había abandonado.

Dice la paciente: “…mi alma está vagando, errante, penando por los montes…”. Disuelto el narcisismo yoico, el sí-mismo animado, vital, (alma) amalgamado al narcisismo del Ser abandona el cuerpo y vaga por el espacio, pagando sus culpas. Y los diferentes espacios se interconectan de modo que el régimen tridimensional del aparato psíquico donde reina el Super-yo del melancólico, confiere dolor y sufrimiento al alma de la paciente, expandida en el espacio cosmo-dimensional del Ser.


Notas

Fedem (*********) hablaba de un Yo ego-cósmico” al comienzo de la vida, que recuerda el sentimiento oceánico que también Freud atribuyó al yo originario. Es lo que nosotros llamamos Ser, restándole el carácter yoico.

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