EL TEATRO INMEDIATO (16)
Una vez realizada esa
tosca separación era posible hacer lo contrario: interpretar los fragmentos
eliminados con el pleno convencimiento de que nada tenían que ver con el
discurso normal. A continuación resultaba factible explorarlos de muy diferentes
maneras -convirtiéndolos en sonidos o movimientos- hasta que el actor veía cada
vez más claramente cómo una sola línea puede tener ciertas clavijas de lenguaje
natural, a cuyo alrededor se enroscan pensamientos y sensaciones que se
manifiestan con palabras de otro orden. Este cambio de estilo desde lo
coloquial en apariencia a lo evidentemente estilizado es tan sutil que no puede
observarse con actitudes poco refinadas. Cuando el actor busca la forma de un lenguaje
ha de tener cuidado en no decidir demasiado fácilmente qué es lo musical y qué
es lo rítmico. No basta que el actor que interpreta a Lear diga de carrerilla
el verso durante la escena de la tormenta, en la creencia de que las palabras
son espléndidas notas de música tempestuosa. Ni es válido decir el verso de
manera tranquila, buscando su significado, como si realmente se fraguara en el
interior del actor. Un fragmento de verso ha de entenderse como una fórmula que
contiene muchas características, como un código en el que cada letra tiene una
función diferente. En la escena de la tormenta, las consonantes explosivas
están puestas para sugerir por imitación el trueno, la lluvia y el viento. Pero
las consonantes no son todo: en estas crepitantes letras se retuerce un significado
que está siempre cambiando, un significado llevado por el portador de
significado, las imágenes. Así, “vosotros, cataratas y huracanes, diluviad” es
una cosa y “destruye en un instante todos los gérmenes que producen al hombre
ingrato” es otra completamente distinta. Con un texto tan denso como este se
necesita hasta el último grado de habilidad; cualquier actor vulgar puede rugir
ambas líneas con el mismo ruido, pero el verdadero artista no sólo debe
ofrecernos con absoluta claridad la imagen -semejante a una mezcla de
Hieronymus Bosch y Max Ernst- de los cielos derramando sus espermatozoos, correspondiente
a la segunda línea sino que debe también presentarla dentro del contexto de la
furia de Lear. Una vez más observará que el verso se apoya fuertemente en “que
producen un hombre ingrato”, lo que dará al actor una orientación muy precisa
del propio Shakespeare, y tanteará en busca de una restructura rítmica que le
capacite para dar a esas cinco palabras el peso y la fuerza de una línea más
larga y, una vez logrado, lanzar sobre el plano largo del hombre bajo la
tormenta un tremendo primer plano cinematográfico, esta especie de primer plano
con una idea nos libera de una exclusiva preocupación por el hombre. Nuestras
complejas facultades se comprometen de manera más plena y en nuestra mente
colocamos al hombre ingrato sobre Lear y el mundo, su mundo, nuestro mundo,
todo en uno y al mismo tiempo.
Sin embargo, este es el
punto donde más necesitamos mantenernos en contacto con el sentido común, donde
el legítimo artificio se vuelve altisonante o ampuloso. El contenido de una
frase como “Tome un whisky” lo refleja mucho mejor un tono de voz coloquial que
una canción, ya que a nuestro entender sólo tiene una dimensión, un peso, una
función. Sin embargo, en Madame Butterfly esas palabras se dan cantadas
e indirectamente Pucci deja en ridículo a toda la operística. “¡Eh, la comida!”
son palabras de Shakespeare escritas en una tragedia en verso, pero en realidad
pertenecen a dos mundos de interpretación diferentes por completo.
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